Una editora es alguien que pasa demasiados instantes bajando la vista de renglón a renglón. Es una “Pasionaria” de la joyería, pequeños tesoros que pocos (o extranjeros) han dado con sus luces, esos brillos que te entran en el cerebro cuando cae en tus manos una buena historia. Una editora es una buscadora, que de profesión tiene lo de mirar con una lupa lo habido y lo que podría haber (en papel). Es alguien que lee y tiene la necesidad de compartir; sacar a la luz un libro como conejo de la chistera, para que otros podamos disfrutar de la magia. Una editora a veces, por números y cuentas de fin de mes, tiene que ser una malabarista que conjugue el baile de lo novedoso, de la calidad y lo comercial. Y se sobrentiende que cada uno tiene su propio compás. Y si la editora es además independiente, tiene el plus de mérito, porque por la cuerda de equilibrios anda sin mano que pueda ayudar. He venido aquí, esta semana, a abriros la ventana de la editora Irene Antón.
A lo libros de Errata Nature he llegado a verlos hasta en Montevideo. Los de la librería Puro Verso compraron tal cual (sin llevárselos en depósito, me refiero) un sinfín de ensayos que presumían incluso en el escaparate. Los erratanaturae dan los colores y el toque de atención en las librerías de este país. Enamoran y obcecan por tenerlos. Los editores lo que campeonamente han sabido ver, es que si el objeto, en cuanto a elegante, no puedes regalárselo a tu suegra y quedar como una reina, mejor dedicarse al circo. Los libros tienen que ser bellezas exuberantes por fuera y un chorro de buenos por dentro. Otra cosa es que se acabe publicando chorradas que para lo único que sirvan es para decorar las estanterías de Ikea. Pero no es el caso que nos ocupa.
Irene, de Madrid de toda la vida, estudió filosofía y empezó a hacer la tesis sobre las cárceles y el proceso creativo que algunas personas experimentan para acabar convirtiéndose en grandes pensadores u honorables escritorazos. Como Lenin con el ¿Qué hacer?, pensé yo. Hizo la preparatoria del doctorado en París, varios cursos de literatura en Berlín y, cuando harta de los entresijos de los departamentos de la universidad decidió dejar la tesis, acabó en Martinica como auxiliar de conversación. Y allí estaba cuando Rubén Hernández, la otra errata, su amigo desde la edad del pavo, le comunicó que estaba lanzadísimo con la idea de montar esta editorial. Después de tanto Willy Fog, Irene aceptó y ambos se tiraron al agua.
Me parece que los que ponen en marcha una editorial son o más valientes que el de Braveheart, o simplemente que no saben bien, bien dónde se meten. Si tenemos en cuenta que este país no es precisamente la cuna de la lectura, intentar vivir de vender historias necesita un esfuerzo titánico. Irene y Rubén se subieron al barco sin saber de mares y sin conocer a otros marineros. Irene cuenta que al principio pensaba que la labor de un editor era estrictamente intelectual. Al poco de arrancar se vieron con el jaleo y esfuerzo que requiere ser el principal comercial de tu producto. Soñadores empedernidos, han llegado a tener ocho colecciones con nombres jodidísimamente imposibles de recordar como Los Agripianos, Los Cinocéfalos, La mujer cíclope, La oveja vegetal. Luego hay que acordarse del título y el autor, claro.
Los inicios de la editorial fueron como una novata que quiere tocar la trompeta. Esfuerzo con poca recompensa. Tienes que ser una motivada para seguir soplando. El padre de Irene incluso tuvo que llegar a pagarle algún mes el alquiler y durante mucho tiempo trabajaron en casa de Rubén. Ahora ya viven bien de lo que hacen. Se lo deben a Walden de Thoreau, a la colección de libros sobre las series de TV, a rescatar ensayos de John Dospassos y a que Luis, librero de La Central, vendiese tropemil Las chicas del campo de Edna O’Brien. En definitiva, el éxito se lo deben a que tienen una línea editorial elegante, a su capacidad de sorprendernos siempre con algo llamativo en la mesa de novedades y a su habilidad para picarnos el gusanillo con todos sus títulos.
Al margen de la velocidad y el precipicio al que vamos con tanto 2.0, Irene mira para otros lados cuando todos estamos tuiteando. Sí es cierto que maneja el Facebook de la editorial, pero algo alérgica a las tendencias tecnológicas es. Con una pasión arrolladora estuvo contándome la historia de Jean Genet; su vida, su estilo, su obra. Defendiendo con sonrisas y entusiasmo lo que publica; lo que es al fin y al cabo. Dulce sin empacho, cuando la conexión entre ambas entre cervezas sin alcohol era ya bastante, me dijo que es una enamorada de los perros. Y ser una editora respetada es muy importante, pero ser buena persona y además perrera es el súmmum.
Bendita llamada, Rubén.
Que alegría la vuelta de Som Donas! Ojalá la serie salga con mayor frecuencia.