Marlene Ayala nació en Buenos Aires, Argentina el 3 de julio de 1991 y reside en la provincia de La Rioja, Argentina desde el año 2002. A los 21 años presentó su primer libro “Donde solíamos gritar: Poemario de una Ninfómana”. Actualmente se encuentra estudiando el Profesorado de Lengua y Literatura. Publica y edita un fanzine llamado «Revista Perniciosa» junto a otros escritores de La Rioja y San Luis. Tumblr: azuldenunca.tumblr.com
Poética
Mamá y papá no estaban orgullosos de mí. Entonces decidí perforarme la lengua con una estalactita y me puse a escribir poesía. Cuando mamá leyó me dijo que la gente iba a pensar que tenía problemas mentales o que me drogaba. Quizás la poesía sea como un problema mental o una aguja debajo de la lengua.
Selección de poemas
Mi casa es una tumba y yo duermo mucho.
Duermo demasiado.
Mamá me reta para que me levante y grita:
!Son las doce!,
¡laven los platos, arreglen la cama,
hagan limpieza profunda y los otros, corten el pasto!
y yo duermo para evadir el tiempo
y a veces chateo toda la noche,
y dejo pasar la vida como quien chatea hasta morirse.
De verdad que duermo mucho.
En la cama hay
humedad y poemas y sueños
de amigos virtuales. Y tengo
la boca llena de miedo,
y el miedo se sale por debajo de mi puerta
y toda mi alma tiembla de miedo.
Mis padres
caminan firmes y torpes.
Me pellizco la cara, de pronto,
y no siento la piel.
¡no existe nadie en este cuerpo!
¡este es el único cuerpo del mundo que no existe!
¡he olvidado quien soy y que sigo viviendo!,
Me toco los ojos y las tetas y estoy sucia
y sueño que vivía y que me llamaba Marlene
y que era cierto,
y estaba en La Rioja
y que ese lugar era parecido al infierno
y me visitaban fantasmas que venían del desierto.
Me digo que soy Alejandra
y me digo “ ¡Estás enferma de vida,
de esta única vida real!”
y agarro de nuevo el teléfono y lo aprieto en mi pecho
y escucho la músiquita de los angry birds
y como el cerdito verde ríe
y la risa era como la de papá
cuando venía a mi cama con magnolias
pero en realidad eran pájaros sangrando.
Papá viene como un muerto,
con el olor a Nacarí en la remera de Quintela
y habla mucho,
habla sobre el poder de existir.
Papá ha naufragado.
Mamá me salva a veces
pero no sabe que pasa.
Ella es tan bella en su ruina,
sé de ella cuando duerme
y se parece a mamá cuando yo tenía 4 años
y se pintaba los labios de rosa
y usaba largos vestidos.
Ahora se la pasa mordiendo la rabia
y le jura a un santo de plástico que si lo cambia
ella va a ser mejor persona.
Pero ninguna de las dos cosas pasan
y papá comienza a morirse en las esquinas.
Recuerdo…
las sombras que habitaban mi cuarto
tenían nombres de muerte.
Se respiraba un aire ciego,
apenas un borde de luz
se asomaba desde el baño.
Afuera llovía.
El espanto dormía
en la inmensidad
de mi habitación.
Todas las madrugadas
me despertaba
para ir al baño
y al levantarme
ruidos venían
desde la oscuridad de la cocina.
Pasos de hombre
se oían.
Entonces me invadían las sombras
y el desvelo.
Cuando no daba más
bajaba lentamente un pie
y luego el otro
(debajo de mi cama acechaba la intemperie).
Caminé despacio hasta el baño.
Corrí la puerta
a la que papá le había puesto ruedas
para que pudiéramos abrirla.
Chirrió.
Los pasos se detuvieron
y entré rápidamente.
Papá dormía.
Mamá dormía.
Mi hermano dormía abrazado a su oso.
Salí del baño.
Apenas abrí la puerta
me invadió el temor,
mi piel temblaba como si quisiera salirse de mí
y esconderse en la luz.
Corrí hacia la cama.
Me tapé hasta la cabeza,
por un huequito espiaba la habitación.
Las sombras habían crecido.
Sobre la cama de mi hermano
se asomaba una bestia
con cabellos de serpiente y cola de pez,
a su lado se alzaba un payaso asesino.
Los monstruos comenzaron a jadear,
un jadeo similar al sufrimiento
de un cerdo degollado.
Una cucaracha me recorrió la espalda,
las sombras se movían
cada vez más
y más cerca,
las paredes temblaban como perros inválidos.
La casa parecía venirse abajo.
Alguien sufría
y a la vez reía
y a la vez llamaba a dios en una blasfemia.
Quise cerrar los ojos
para no ver la muerte
pero no pude.
Miles de insectos me recorrían todo el cuerpo,
ahogué el llanto por miedo
a que se metieran en mi boca.
Un grito,
como el de una sirena decapitada
me aturdió.
Abrí los ojos,
apenas un leve quejido se oía,
se fue apagando en un murmullo.
La bestia había desaparecido,
la puerta del cuarto de mis padres
se abrió lentamente.
Papá pasó al baño,
pisó algo
y renegó de nosotros
por haber dejado los juguetes tirados.
Mamá me odia tanto
soy hija de su lujuria
de la boca obscena
que se abre frente al falo que llueve
Pudo haberme abortado,
si,
pudo haberme arrojado a la zanja
donde se arrojan todos los gatos muertos
pudo haberse quitado el peso
como un perro que lame la muerte ajena.
Pudo haberse limpiado las piernas
llenas de sangre como quien lava el piso
con jabón magistral
que todo lo deja siempre brillante
y con la frescura del limón.
Pudo haberme dormido bajo una almohada
al ritmo de las canciones de Maria Elena Walsh
y su arroz con leche
arroz que ella pone debajo de mi cama
para ver si soy princesa
pero no…
no siento el arroz y ella se enfurece
y le arranca la cabeza a todas mi muñecas
y se las arroja a la boca de mi padre
que se aleja en bicicleta
hacia un país oscuro.
Papá está en todos lados.
Es el ojo que todo lo ve.
Todos aman a papá.
La perfección la vomitan sus ojos.
Papá, papá, este pálido cuerpo
ya no duerme en la tersura
de nubes que siempre llueven en tu boca.
Papá todos los pájaros
comen de tu mano
Papá, mamá duerme con los ojos abiertos
mientras vos acaricias mis cabellos
que se mueven como peces fuera del agua.
Papá, mi conchita es una florcita roja
ajada de tanto espanto.
Papá, tus manos son un espectro
provocándome arcadas.
Papá, tus palabras son escarcha
congelándose en mi vientre
que hace poco aprendió a sangrar.
Papá,
¿Porqué buscas a dios en mi cama?
Papá, las puertas del abismo
están entre tus piernas.
Me escapé de casa a los 23 años
porque mamá no dejaba de controlar mi vida.
Cuando entré a jardín mamá me enseñó
que debía contarle todo lo que pensaba.
A los 8 le conté que me gustaba un compañerito de mi hermano
3 años menor.
Papá y mamá se rieron.
Hasta el día de hoy se burlan de mi.
A los 10 me empezó a gustar mi vecinito de enfrente.
Ellos lo sabían y tosían cuando nos veían juntos.
A los 11 me regalaron un diario y mamá tenía la llave.
A los 12 hicimos un viaje en el tiempo, de la urbe a la edad de las cavernas.
Mamá me dijo que nunca debía besarme con un chico en la calle.
A los dos días un tipo me tocó mientras caminaba hacia la escuela.
A los 13 un tipo me gritó que me iba a hacer un hijo,
yo le entendí que quería tener un hijo
y le grité “que bien por usted”.
A los 14 me gustaba mi profe de literatura
– eso mamá no lo sabía-
y me masturbaba pensando en él.
A los 15 grité en el baño porque me desangraba
y mamá me lanzó una toallita desde un espacio de la puerta.
A los 16 me dieron mi primer beso en la puerta de una iglesia.
La catequista, vecina de mi tía, salió a los gritos
diciendo que ya nadie respeta la casa de Dios
y le pisó la mano al hombre de las limosnas.
Yo me pregunté porqué se ofendía
¿será que no sabía que Dios era amor?
A los 19 salí a bailar por primera vez
– vigilada por mi hermano, que lo que menos hacía era vigilarme-
y un chico que se parecía a Pablito Lescano en versión
pockett me invitó a bailar y yo le rechacé un beso.
A los 20 por primera vez palpé “eso” del hombre
un día de frío en la puerta de mi casa.
Papá salió y escondí la mano.
A los 21 contraje una ets porque mi novio usaba condones de la salita del barrio y me dolía.
Entonces tomé pastillas y una enfermera me dijo maricona
mientras me ponía un espéculo.
A los 22 me diagnosticaron complejo de Dafne
y tuve que aprender a mamarla bien para dejar satisfecho a mi chico.
(Siempre me imaginaba que mamá
estaba parada detrás de mí cuando lo hacía).
Pero él no quería hacerme el mismo favor entonces lo dejé.
A los 23 apareció Gaby y nos escapamos.
Mamá se puso como loca, le agarró un paro cardíaco, un acv,
cáncer que se expandía ultrarápido, sida, ébola, todo.
Papá hacia rugir el motor de la moto para que escucháramos
que iba a ir a buscarme.
Pero él, yo y nuestros amigos nos reíamos y tomábamos mucho alcohol.
Entonces tuve que volver para terminar la carrera y ya no tenía miedo.
Y mamá entendió que ya no era una princesa
para estar encerrada entre torres.
Antes de subir al colectivo un hombrecito me robó la cámara.
Ahora todos los días estoy con miedo de aparecer en xvideos.com,
menos mal que mamá n