Elvira Navarro: cuestión de autoridad

 

 

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Elvira Navarro (Huelva, 1978) es autora de dos novelas políticas, lo que antaño se denominaba novela social o de denuncia. Entiendo aquí por literatura política aquella que cuestiona y ataca la autoridad y su ideología de dominio acudiendo a formas atípicas de narrar y al abordaje de temas socialmente naturalizados o invisibilizados. Así ocurre con La trabajadora (2014) y con Los últimos días de Adelaida García Morales (2016), ambas editadas en Literatura Random House. La trabajadora habla de una profesional explotada dentro del sector editorial y del vínculo entre indigencia laboral y salud mental, y Los últimos días… es una amarga y certera crítica hacia los poderes públicos y un fino ejercicio de análisis sobre la libertad creadora y la comunicación entre obras propias y ajenas.

Ni uno ni otro texto son pródigos en retórica. Bien al contrario, la escritura de Navarro es la de la asfixia, el desaliento y la grisura, cualidades todas ellas poco prodigadas en estos asfixiantes, desalentados y grises momentos en el mundo de la cultura (es decir, en el mundo del poder). Navarro no es retórica porque trata lo más miserable de la crisis española sin ápice de sentimentalismo, que es como la tratan los medios de comunicación de masas, los partidos políticos gobernantes o de la oposición y los palmeros de unos y de otros: elaborando retóricas con las que sacar rédito profesional, electoral y, en última instancia, simbólico. Recordemos qué es la retórica según los clásicos: el arte de la seducción a través del discurso, aquel arte por el que los togados del ágora asesinaron a Sócrates, el defensor de la palabra espontánea que se negaba a debatir con ellos, con los gorgias constructores del régimen político de la persuasión que lo acusaron de corruptor de la moral de los jóvenes y de no ser leal a los principios de la democracia.

Acusaciones similares se han vertido recientemente contra Elvira Navarro y su novela Los últimos días de Adelaida García Morales. Víctor Erice cree que Navarro carece de “autoridad moral e intelectual” para escribir la novela que ha escrito porque no lo ha consultado con él, siendo como es exmarido de la escritora difunta en la que Navarro se inspira para construir uno de los personajes de su novela. Según Erice, Navarro tampoco ha “sopesado ni por un momento las consecuencias morales que su proceder pudiera causar en terceras personas.” Abierta la veda, otros han aprovechado y han llamado a Navarro indecente y perpetradora de un acto inmoral. También se le ha dicho que debe comprender el cabreo de Erice y que esta polémica debe dar pie a un debate sobre los límites de la ficción. Lo más suave que se le ha dicho a Elvira Navarro en estos días es que es mala escritora, pero con esa crítica muchas escritoras dormimos tranquilas todas las noches porque va incluida en nuestros exiguos derechos de propiedad intelectual.

Los ataques lanzados contra Elvira Navarro no están sólo dirigidos a ella. Lo que Víctor Erice y su nueva corte de seguidores están atacando bajo el pretexto del dolor y los sentimientos (valiéndose para ello, además, de la infraestructura mediática puesta a su disposición por la autoridad que Erice representa, en nada menos que una portada y dos páginas enteras del periódico más vendido de España), lo que se está atacando, digo, es un modo de entender la literatura, una manera de escribir y, en resumidas cuentas, una forma de entender la creación.

En estos días de linchamiento de Navarro en prensa y redes sociales (que ha encontrado honrosas defensas pero, desde mi punto de vista, demasiado templadas frente a la virulencia de los atacantes), ha pasado desapercibida una parte fundamental de la novela puesta en entredicho. Merece la pena traerla a colación porque, a mi entender, refleja esa vilipendiada “moral literaria” de Elvira Navarro.

Hacia el final del texto, el personaje de la realizadora hace una reflexión sobre las motivaciones y disquisiciones que la han llevado hasta el rodaje de un documental titulado igual que la novela. Yo, como lectora, he interpretado a la realizadora y su reflexión como un trasunto de la propia Elvira Navarro y su reflexión metaliteraria sobre cómo y por qué afrontó la escritura del libro que hoy tenemos en librerías, Los últimos días de Adelaida García Morales. La cineasta/escritora nos anuncia tres “certezas” que le sirvieron de guía en su proceso creativo. Expondré las dos primeras más brevemente y me extenderé más en la que creo clave, la tercera.

La primera certeza consiste en que el documental/novela debía partir de la película del director vasco [Víctor Erice], que supuso su reencuentro [el de la realizadora] con la escritora [Adelaida García Morales] algunos años después de haberse leído El silencio de las sirenas (p. 70). La segunda certeza fue que debía rodar su documental (o ambientar su novela) en una ciudad dormitorio sevillana y su polígono industrial, completando así la parte de la película de Erice que nunca llegó a rodarse (aquella que se desarrollaría en el sur de España).

La tercera y última certeza es la que, considero, constituye toda una declaración de intenciones por parte de su autora capaz de soportar los envites de cuantos sofistas se le pongan delante a ella y a las que entendemos la literatura como ella.

Durante un tiempo más vacilará sobre la conveniencia de introducir, como hilo secundario, la mirada de algunos expertos sobre la narrativa de la escritora [Adelaida García Morales], pero finalmente ni siquiera esta desviación mínima le resultará tolerable. La idea de transitar por una vía tan correcta la acabará paralizando de esa forma radical en la que se prefiere un error, un fracaso propio, a una renuncia. ¿Por qué ha de ofrecer la mirada de los expertos cuando lo poderoso de su relación con García Morales no tiene nada que ver con el valor de su obra, sino con intuiciones, con una materia aún amorfa que el proceso creativo habrá de moldear? (p. 78)

Nos dice Elvira Navarro que prefiere equivocarse antes que seguir el camino consabido, y eso la honra, y así se innova, y eso es el riesgo y el genio literario. Que prefiere sus intuiciones, aunque la descalabren, antes que recurrir al saber del experto (del retórico, del poseedor del discurso, del defensor de la democracia, del padre, del hijo, del marido, del exmarido). Que prefiere su mirada carente de autoridad —esa que le achacan y que a Navarro ni falta que le hace —antes de que la mirada del profesional autorizado deforme sus intuiciones. Y con esta lúcida desautorización va todavía más lejos Elvira Navarro. Uno de los personajes de Los últimos días… es una amiga del personaje de Adelaida García Morales que afirma sin sombra de duda que Adelaida sufría un delirio, el cual, de tan realistamente como su amiga se lo contaba, este personaje acaba por creérselo. Reflexiona entonces la cineasta/escritora:

         …es cierto que darle protagonismo a un supuesto delirio no avalado por un psiquiatra no es serio, no es ni siquiera creíble, no le hace justicia a la escritora [Adelaida García Morales]. Pero ¿no es la justicia, se dirá sacando de quicio el argumento, mera apariencia, una disposición persuasiva de una serie de razones? Y lo más importante: ¿acaso persigue ella la justicia? ¿No se planteó siempre su documental como una suerte de recreación libre o de continuación atmosférica de las narraciones de García Morales y del personaje, y no de la persona, que la escritora era? (p. 67)

Vuelve a aparecer en este fragmento un cuestionamiento del valor de la palabra del experto, en este caso el psiquiatra, frente al valor de la “recreación libre”. O sea: frente a nada más y nada menos que a su derecho a interpretar la obra y la figura pública que constituye una escritora premiada y aclamada como fue Adelaida García Morales. De nuevo nos hace explícito Elvira Navarro su debate entre el camino correcto y el menos transitado, el más peligroso, aquel que no tiene la justicia ni las razones de su parte porque debe crearlas de cero.

           El personaje del psiquiatra que trató este delirio del personaje de Adelaida García Morales en la novela de Navarro le da pie a su autora para posicionarse, de un modo aún más claro si cabe, frente a aquellos que, con la excusa del saber experto, se yerguen en únicos conocedores y detentadores de una verdad, en figuras de autoridad que, en fin, se creen con el derecho a imponer su punto de vista sobre cualquier otro y a ejercer su dominio sobre Elvira Navarro y su última novela. Pero esto lo hace saltar por los aires la realizadora/autora de Los últimos días… al describir a la figura del experto representada por el psiquiatra:

         El psiquiatra suena duro. Al mismo tiempo, tiene también algo risible. A la realizadora le recuerda de repente a los chicos relamidos de cuando ella iba a catequesis, a esos muchachos de parroquia con la camisa abotonada hasta el cuello y remetida por debajo del pantalón. Eran de barrio, pero llevaban náuticas, cruces de madera, pantalones blancos o beige, polos Lacoste, cinturones de hebilla dorada. Sabían siempre cuál era el camino recto. La realizadora pensará más tarde, mientras esté montando el material y vuelva a escuchar al psiquiatra, que así actúa a menudo la autoridad, como un chico de catequesis. (p. 64)

Seguirán atacando a Elvira Navarro por haber escrito y publicado lo que a ella y a sus editores les ha dado la real gana. No debemos preguntarnos por los límites de la ficción, ni siquiera debemos preguntarnos por la calidad literaria: en esos criterios se basan los nuevos censores para justificar sus censuras. Hoy en día poseemos en España el Código Penal más duro de nuestra historia, el que más conductas tipifica como delitos, muchísimas más que el código franquista. Esta extensión de los comportamientos dignos de ser reprobados sobrepasa la ley y llega hasta las páginas de los suplementos culturales (y hasta las plazas de los barrios: acordémonos de los titiriteros acusados de terroristas por algunos miembros de su público madrileño). Debemos, pues, preguntarnos por la censura, por el mecanismo a través del cual unos cuantos ungidos se adueñan de las palabras, controlan los términos en que debemos expresarnos todos los demás y nos reprimen cuando cuestionamos sus términos y no hablamos como ellos quieren. La censura se ejerce hoy en día no sólo desde las instituciones públicas o religiosas sino desde el sector privado económico y asociativo y desde esferas estrictamente individuales, razón por la que es mucho más difícil de eludir que hace 40 años. Estamos de enhorabuena porque Elvira Navarro no le ha pedido permiso a nadie más que a ella misma para escribir su última novela. Y bienvenidos sean los ataques de las autoridades, Elvira, porque ellos te indican que estás en el buen camino.

 

 

2 Comments

  • Cristina Morales dice:

    Alena:
    Me temo que mi modo de pensar con respecto a eso que tú llamas “juicio moral”, “verdad histórica”, “ficción”, “ficcionalizar”, “documentación”, “mentira”, “traición”, “memoria”, “trepa” y, sobre todo, “ética” es muy distinto al tuyo.
    Me dices que para defender un libro no debo, a la vez, juzgar moralmente a quien ataco. Entiendo que lo que quieres decir es que no puedo hablar bien de «Los últimos días de Adelaida García Morales» y atacar a Víctor Erice a la vez. Yo creo no sólo que debo hacerlo sino que, además, es el único modo de hacerlo, puesto que Erice (al igual que tú) basa su crítica a esa novela en criterios morales: la tacha de mala y de falta de autoridad moral (el propio Erice habla de autoridad, Alena, en esos términos: revísate el Babelia) porque se atreve a dar su interpretación sobre determinados hechos o cosas, si bien luego acude a una parafernalia de argumentario sobre la distinción entre realidad y ficción y demás apreciaciones estilísticas sobre la impericia narradora de Elvira Navarro. Curiosamente, es lo mismo que le decían los inquisidores a Teresa de Jesús (ya que mencionas mi novela «Malas palabras»): que era una endemoniada porque una simple monja no podía interpretar las Sagradas Escrituras según su criterio personal, porque ese era asunto de hombres doctos, de elevados eclesiásticos que conocían el recto camino por el cual acercarse a Dios y del cual nadie podía desviarse. Estas censuras se han repetido miles de veces en la historia de la literatura, no estoy descubriendo nada nuevo. Lo que sí que parece nuevo es ver a nuestra propia época idénticamente censora como aquellas de la caza de brujas.
    Pones las palabras “poder” y “ética” en la misma frase. ¡Qué peligro! Dices: «No confundamos el “Poder” al que le atribuyes tantos ataques a Elvira, con lo que en realidad es esto: una novela sin ética que recibe la crítica de los que no nos gusta pero nada que se confunda la ficción con las mentiras baratas». Qué peligro, porque hablar de la ética propia sin entrar a evaluar qué es para ti el “Poder”, o directamente haciendo como que no existen ni el “Poder” ni la autoridad (que también la mencionas antes sin entrar a valorarla), suena a que tu ética, Alena, coincide con la del poder y la autoridad, ya que estas dos categorías son para ti irrelevantes, inservibles, para montar una crítica literaria.
    Yo no entiendo la literatura de un modo tan inocente como tú. No me parece que la literatura se haga sólo con pericia literaria. Las novelas y las críticas a esas novelas se escriben también con sostenes ideológicos. El sostén ideológico de «Los últimos días de Adelaida García Morales» pasa por la reivindicación de poder interpretar la obra de una autora fallecida, y en buena medida olvidada, al margen de las interpretaciones o el silencio oficiales (las de los académicos y las de los familiares). El sostén ideológico de la crítica de Víctor Erice es el de creer que él posee el monopolio de las palabras y las interpretaciones sobre determinados asuntos (como los doctos dominicos con respecto a los asuntos divinos en los tiempos de Santa Teresa). ¿No es más trepa aquél que se vale de una posición de privilegio cuanto menos simbólico en el mundo de la cultura (como Erice) para denostar a quien está en una posición mucho menos privilegiada (como Navarro)?

  • Alena Collar dice:

    Buenas noches, Cristina. Creo que para defender un libro no es buen criterio erigirse a la vez en juzgadora también moral de quien atacas.
    A Elvira Navarro no se la atacaría por inventar una vida a Adelaida García Morales si hubiera tenido a bien documentarse lo suficiente sobre ella. Si no usara la anécdota para sacar en danza a personas- artistas en este caso, creadores como ella- , vivas poniendo en su boca invenciones cuando menos peregrinas. No se trata de censura moral; tú escribiste “malas palabras” y recreaste un ambiente, una atmósfera, una vida, que pudo ser posible, y te documentaste, buscaste información, datos concretos, no faltaste a la verdad histórica aunque ficcionalizaras las palabras.
    No se trata de eso y creo que lo sabes. Y a mí al menos me gustaría mucho más una sinceridad que echo de menos; en Elvira Navarro haciendo declaraciones cada vez más peregrinas viendo el follón en el que se ha metido y en ti atacando a una presunta “autoridad” que se “mete” con Elvira Navarro.
    Me gustaría la sinceridad de decir: me he equivocado, he metido la pata, he usado una anécdota para inventarme las cosas trayéndome al fresco sin traicionaba la memoria de alguien que ya no puede defenderse y decirme : ”. Y me gustaría que Elvira Navarro hubiera tenido mejores consejeros en la editorial: los suficientes como para decirle que si aprovechaba el posible tirón de una anécdota triste para escribir sin algo tan anacrónico pero tan necesario como la sensibilidad, vendería más libros, sí, gracias a la polémica, pero quedaría retratada como lo que es: una trepa.
    Yo podría dentro de 25 años escribir una novela de “ficción” sobre ti, Cristina. Aprovechando la anécdota de tu defensa de Elvira Navarro. No documentarme, no preguntarle a nadie, usar dos entrevistas de la Red y el Google, y decir por ejemplo que escribiste esto por…imagínate lo peor que se te pueda ocurrir.
    Igual vendía mucho; pero no podría decir nunca que me acerqué a ti con respeto.

    No confundamos el “Poder” al que le atribuyes tantos ataques a Elvira, con lo que en realidad es esto: una novela sin ética que recibe la crítica de los que no nos gusta pero nada que se confunda la ficción con las mentiras baratas.
    Un cordial saludo.

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