Poemas de Amelia Rosselli

 

3232420

 

Amelia Rosselli (París, 1930 – Roma, 1996) fue una poeta italiana. Hija de una activista política inglesa y un héroe de la resistencia antifascista, su padre y su tío fueron asesinados en 1937 por La Cagoule, el servicio secreto del régimen fascista, mientras vivían en el exilio en Francia. Entonces comenzó el éxodo familiar, en Inglaterra y en Estados Unidos. Rosselli regresaría a Italia en 1946. Fue Pier Paolo Pasolini quien descubrió la poesía de Rosselli, publicando en la revista literaria Il Menabò, en 1963, veinticuatro de sus poemas y definiendo su escritura poética como «escritura de lapsus». Rosselli pasó su vida dedicada al estudio de la composición, la música y la etnomusicología, y participó de la vida cultural de la Italia de posguerra como poeta y traductora. Su extraordinaria producción literaria, muy experimental, incluye poemas y prosa en inglés, francés e italiano. Se suicidó en 1996 saltando desde su apartamento en Roma.

 

libelula

 

 

 

 

La santidad de los santos padres era algo tan

mudable que yo decidí apartar cualquier duda

de mi cabeza por desgracia demasiado clara y dar

el salto hacia un adiós aún más arriesgado. Y fue

entonces

cuando la santa sede se tomó la molestia de saltar

los fosos, no sé cómo, pero me dejó alucinada.

Y fue entonces cuando los miserables despojos de

nuestros muertos

rimaron en el todo en un retumbar iracundo,

oh yo canto por las calles pero sólo el santo padre

sabe adónde conducirá todo esto. Y tú las santas

molestias llevarás de rosillas hasta ese confesor tuyo

y él te dará a ti esa bendita bendición

que yo desearía que fuese de pan y de aceite. Así que

como decíamos yo estaba tendida sobre la hierba

pútrida

y las canciones de amor sobrevolaban mi cabeza

aquejada de amor, y mascullaba tempestades y

plegarias, y todas las luces del santo padre estaban

encendidas. Sí, la santa sede mascullaba canciones

pueriles también ella y todos los automóviles de los

artistas más ricos eran acogidos dentro de sus muros;

oh desdén, ni siquiera el cauto examen de conciencia

logra

que podamos disimular nuestros más fangosos

defectos

como por ejemplo el desvarío de los manoseados

versos o el lagrimeo sobre los muros inclinados de

nuestras

ambiciones: colores aromáticos, de cera, remarcados

en el aromático establo de los gourmets. Pero ningún

odio preparo en mi cocina excepto

la cansada bestia oculta. Y si el mar que

fue aquella lejana bestia oculta me preguntara

qué ha sido de mi deseo desmesurado, le respondería

pero déjame tranquila, estoy más que harta de

tus demoras. Pero él sabe mejor que yo cuáles

son las virtudes del ser humano. Yo le digo que más

feliz es la tarántula en su propio jardín,

él me contesta pero tú no sabes capturar. Las riendas

se me escapan si no respeto el poder de la

racionalidad lo sé tú lo sabes lo saben algunos pero

de la misma manera la querida tienda de los

descontentos a veces

perfora también mis sueños. Y tú lo sabes. Y yo

lo sé pero todavía llevo a la vanguardia a cuestas

sobre mis hombros y ríe y escupe como una vieja

bruja, y ni siquiera sé dónde tengo que

coger el tranvía que acrecienta tus sueños,

y mis estrellas. Pero tú ves que yo también he perdido

la irisada gracia de quien sabe pasar por encima

de esas menudencias. Debo comer. Tú debes correr.

Yo debo levantarme. Tú debes correr con el rabo

colgando.

Yo me levanto, tú extiendes los brazos en un largo

penoso adiós, con la sonrisa rígida y forzada en

tu boca más bien poco atractiva. ¿Y qué es esa

luz de la verdad cuando ironizas? Nada más

que esa pobre prensa obtuviste de mi corazón herido.

Ya nunca sabré mirarte a la cara; lo que

deseaba decir se ha marchado por la ventana,

lo que tú eras era otro batallón contra el que

ya soy incapaz de enfrentarme; ¿entonces qué nueva

libertad

buscas entre las cansadas palabras? No la blanda

ternura

de quien está en casa bien protegido entre sus altas

paredes y piensa en sí mismo. No el cansado

descuido

del gigante que sabe que no puede rimar nada más

que dentro

del círculo cerrado de sus apesadumbrados conocidos;

la luz es un premio de Dios, y él prefirió venderla

antes que verla sucia entre las manos descuidadas.

 

 

 

 

 

* Fragmento de La libélula (Sexto Piso, 2015). Traducción del italiano de Esperanza Ortega Martínez (Palencia, 15 de octubre de 1953), escritora, poeta, editora y crítica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *