
La poeta Berta Piñán.
En la obra de Berta Piñán (Caño, Asturias, 1974) hay origen y raíz. Escritora en asturiano, es una presencia fundamental en la genealogía de quienes vivimos al Norte y de alguna forma sentimos como propia la poesía en una lengua que no siempre hablamos. Si la premisa de esta selección es la luz, yo la encuentro en los versos que se abren al amor, a la ciudad, a la mitología, a la relación compleja entre la semilla rural y el desarrollo urbano del sujeto y lo hacen con palabra clara y consciente.
Es muy temprana en su obra la reflexión sobre la otredad, en la persona del migrante, pues a la maravilla del viaje y sus símbolos culturales la poeta contrapone siempre la realidad dolorosa que expresa, por ejemplo, un zapato abandonado en las playas de Tarifa. La extranjería, sentida desde un sujeto escindido en el idioma, recorre su trayectoria y construye, desde el extrañamiento, una reflexión sobre el lugar ocupado por la palabra en ese complejo contexto. La casa, el núcleo, es el origen desde el que expandir vida y reflexión. La mirada en la frontera del idioma, en la frontera geográfica, lleva sus versos por un continuo transitar entre el pasado y el presente, entre los mitos familiares y el relato adquirido.
De sus primeras obras (Al abellu les besties, 1986; Vida privada, 1991; Temporada de pesca, 1998 y Un mes, 2002) puede encontrarse una estupenda selección bilingüe en la antología que en 2005 publicó la editorial Trea, Noches de incendio (1985-2002). En esta misma casa y también en dos idiomas apareció su poemario más reciente La mancadura / El daño (2010). Berta Piñán se traduce al castellano y esas traducciones son las que ofrezco en esta mínima selección.
POEMAS
10 de julio, 1990
Nada tengo para ofrecerte. Ninguna riqueza
que darte. Ni la cabra de oro donde duerme el sueño
de los siglos, ni la frágil flor y ardiente del olivo,
ni armaduras y antiguos guerreros, su gloria o fortuna,
nada tengo. Sólo esta casa, los silencios, las dudas,
el sabor cercano de los días felices te ofrezco.
Que para ti sea mi estación más cálida, la fruta más pura
de los besos, y en ti sea fuente y río y renovada promesa
mi deseo. Que los años que vienen traigan tardes
muy largas y entre el sol como ahora por la ventana abierta
rescatando para nosotros, del tiempo,
el amor y la dicha.
Vida privada (1991)
La impostora
Podría ser Isolda apurando la copa
del loco amor en los grises campos
de Aquitania, con mucho mar
de fondo y grandes decorados, siglos
después, sobreviviendo a la leyenda.
Podría ser domadora de fieras, guerrera
recorriendo inútiles, frías, las sendas
del olvido o Lucrecia Borgia, amansando
caballos mientras afuera siente el fragor
de la batalla. Podría acompañar a Safo
camino de casa, cuando vuelve
midiendo en hexámetros la vida
y ser Ofelia entre las flores, amante
de mil reyes, soberana o mendiga,
ramera, la mujer barbuda en aquel
viejo anuncio de la infancia.
Podría ser tabernera en un bar
de La Haya, regando en vino oscuro
la sangre y el dolor de unos borrachos,
campesina a orillas del Yang Tsé,
inmóvil al tiempo y al espacio,
George Sand y las mujeres que ella
no amó o yo misma, esa otra que toma
siempre la dirección opuesta,
aquella que he podido ser, la que nunca seré,
ésta que escribe unos versos confusos
desde el ventanal de casa una tarde cualquiera
y escucha el río, los coches y mira
hacia esa mujer que pasa y cruza un instante
su tiempo en el mío,
esa mujer que acaso quisiera ser yo
mientras ahora, escribiendo, la miro
y envidio su paso, cómo suena
alejándose en una dirección contraria,
alejándose.
Temporada de pesca (1998)
El daño
Imito los modos de una joven
pero no lo soy.
Soy esa otra que estrenó
mil veces, insomne,
la mañana,
la que sintió miedo y frío
entre unos brazos
—y allí mismo se abrieron las herida—.
Soy la que probó la navaja
de la soledad adentrándose, impúdica,
en la carne,
la que presintió la barbarie,
la que claudicó,
la que sobrevivió,
la que durmió mientras enterraban
a los suyos.
Soy la que siempre supo quién susurraba
al otro lado de la puerta,
la que contempló una libélula,
azul como el mediodía, azul,
detenerse en el borde de una hoja
—y la muerte también se detuvo allí
por un instante—.
Soy la que escuchó en la noche más larga
crecer palabras de amor, morir
palabras de amor
mientras, afuera, la tormenta gemía
como un soldado moribundo
en la trinchera.
Imito los modos
de una joven
pero mis versos están gastados,
usados para tapar fugas,
agujeros de otras vidas
que nunca son la mía.
Quiero parecer una joven
pero las manos me delatan,
las manchas, los dientes
me delatan.
Quiero imitar los modos de una joven
pero tengo miedo de los coches
que atraviesan las calles
a mi paso,
del silbido que sale
de mis bronquios,
del aire de plomo que respiran
mis hijas.
Sometido a la tortura de los años,
mi cuerpo —enemigo— me señala.
Como perros hambrientos, mis dedos
escarban, furiosos, en la grieta.
Y el daño sigue ahí.
La mancadura / El daño (2010)