Carmen Juan Romero, una poeta demasiado joven para no ser valiente

Instalación de Alicia García Núñez en La Lonja del Pescado de Alicante. Fotografía de Ana Pastor.           Instalación de Alicia García Núñez en La Lonja del Pescado de Alicante. Fotografía de Ana Pastor.

Carmen y yo nos conocimos por Facebook este verano. Fue un encuentro espontáneo y casual a través del chat. Precisamente hablamos sobre feminismo y sobre de La tribu de Frida. Entonces yo todavía estaba montando la web y ella me dijo que sería la seguidora número uno. Y yo le dije que le haría la primera entrevista cuando se publicara su libro. Aquí estamos ahora. Nos separan varios cientos de kilómetros y una pantalla. Me he leído todos sus poemas heridos sin respirar, conteniendo el aliento. Y os puedo decir que Amar la herida es uno de los mejores libros que ha ganado el Premio de Poesía Joven Pablo García Baena que edita La Bella Varsovia y uno de los mejores poemarios de 2014. Recuerden un dato: Carmen Juan es demasiado joven. Milnovecientosnoventa. Y así se lo dije a ella: eres demasiado joven para escribir así. Carmen Juan recuerda a la escritora Fleur Jaeggy en Los hermosos años del castigo, sobre todo, por sus niñas demasiado adultas para creer en los cuentos, demasiado niñas para dejar de jugar con bichos. Carmen Juan es una niña hermosa que se cae y se muerde la llaga y se abre la rodilla y se acerca para ver bien el hueso que asoma. Esta poeta no le teme a nada.

Carmen, háblame de tu vocación, ¿cómo y cuándo supiste que querías escribir? ¿Cuál fue el primer poema que escribiste?

De muy pequeña me interesaban mucho las historias, pero sobre todo el modo de contarlas. Por eso insistí con cuatro años en que me enseñaran a leer. Cuando entré al colegio leía y escribía con cierta soltura y ya tenía algún cuento brevísimo (e ilustrado, cosas de niños), pero supongo que la decisión real e irreversible la tomé en el instituto, en parte gracias a la influencia de mi profesora de literatura de entonces. El primer poema… como casi todos los primeros poemas es terriblemente malo y no saldrá a la luz jamás.

 

¿Por qué Amar la herida? ¿De qué herida nos hablas en tus poemas? ¿Cuáles son las obsesiones que te llevaron a escribirlo?

Esta herida es una y son muchas, o mejor, es una que se bifurca. Se aferra (me aferro) un poco a la idea del ser herido que decide no huir del daño, que se refugia, sí, pero permaneciendo. De niña, cuando un diente se me movía y me dolía la encía, lo apretaba con la lengua, me mordía de forma voluntaria. Me dolía pero no podía y sobre todo no quería evitarlo. La herida principal refugiada en este libro es muy parecida a esto: duele pero la quiero ahí, doliente, porque deshacerme de ella supondría eliminar también la adrenalina que se produjo antes de que se abriera la carne durante la batalla. Siguiendo un poco con la metáfora, escribí estos textos con el único deseo de limpiar de metralla para evitar una infección, una cicatrización sobre algo podrido.

Portada de Amar la herida de Carmen Juan Romero editado por La Bella Varsovia. Fotografía de Dara Scully.

¿Podrías contarnos cuáles son tus manías a la hora de escribir? ¿Cuánto tiempo te ha llevado la escritura de Amar la herida? ¿Qué ha supuesto el Pablo García Baena para ti?

En general no tengo manías, salvo tomar siempre las notas a mano. Puedo escribir con o sin música, en soledad absoluta o rodeada de gente. Me resulta bastante fácil aislarme cuando tengo algo en la cabeza. A modo de anécdota: el germen de uno de los poemas del libro nació durante una cena de Santa Cecilia, patrona de los músicos, sobre la mesa en la que se servían las bebidas alcohólicas. Siempre llevo un cuaderno y un bolígrafo encima, para cuando ocurre algo así, pero aquel día lo había dejado en casa y tuve que escribir sobre una servilleta de papel que todavía conservo.

El premio ha supuesto solo cosas bonitas. Lo cierto es que yo no pretendía armar un poemario. Escribí y escribí, pero no podría decir exactamente desde cuándo llevo trabajando en él porque no era consciente de ello. Cuando descubrí que había una línea muy clara uniendo los textos, que las partes estaban claramente diferenciadas, dediqué mucho tiempo a corregir. El verdadero esfuerzo estuvo ahí, en la corrección, y lo que ha ocurrido con el premio recompensa las noches eternas de rotulador rojo con creces. La edición preciosa del libro, nada menos que con La Bella Varsovia, presentarlo coincidiendo con la 11ª edición de Cosmopoética… “Y lo que queda por venir”, me dicen. No podría estar más contenta.

En un momento actual donde la cifra de paro juvenil ronda el 50%, ¿has vivido tú misma la precariedad? ¿Cómo ves la situación laboral de la gente de tu entorno, todos aquellos amigos, estudiantes y licenciados en letras que quieren dedicarse al mundo del libro? ¿Estamos realmente en un mal momento para encontrar un trabajo que nuestra formación y esfuerzos se merezcan?

Por suerte, a pesar de que mi formación amenaza con una doble precariedad, puesto que mi otro campo de acción es la música, yo no la he llegado a sufrir directamente, pero la tengo cerca, me rodea. Nos rodea a todos, aunque a veces prefiramos cerrar los ojos. Dados mis intereses, la mayoría de mis amigos pertenecen al mundo de las letras, y todos se encuentran de frente con esta situación: son licenciados, doctores sin trabajo; son estudiantes que saben que al acabar la carrera la universidad los abandonará en el desierto. Sin embargo –y esto es algo que nunca agradeceré lo suficiente, por ellos, por mí y por el futuro-, no he visto una actitud más guerrillera que la suya. Nunca se rinden, pelean por lo que les corresponde. Tal vez no sea el mejor momento para la cultura, pero siguen, seguimos luchando para que sí lo sea.

 

Acción en Alicante por el aniversario del nacimiento de Alejandra Pizarnik. Fotografía de Ana Pastor.Acción en Alicante por el aniversario del nacimiento de Alejandra Pizarnik. Fotografía de Ana Pastor.

 

Eres una joven poeta que tanto en tu poesía como en tus artículos y posts en la red reivindica a otras escritoras, ¿crees que existe una injusticia precisamente sobre la poca presencia que tienen las escritoras en los premios, los suplementos y las críticas literarias?

Lo creo. Todavía. Preferiría ser positiva y decir que no, pero sólo puedo decir ‘menos’. Yo no abogo por la estadística. No creo que haya que establecer un tanto por ciento de autoras reconocidas contra otro masculino, pero sí que la voz de mujeres con mucho talento y mucho trabajo sigue siendo, si no silenciada, al menos reproducida a bajo volumen, frente al bombo y platillo que se pueda dar a los escritores. Porque, aunque me pese mucho reconocerlo, estoy convencida de que en el subconsciente colectivo, la imagen que se proyecta al hablar de escritura es la de un señor con traje y puro tecleando en su despacho.

¿Cuáles son las escritoras que más han influido en tu escritura? Pocas escritoras se incluyen en el canon de la literatura universal, esencialmente porque está hecho por hombres, ¿qué escritoras crees que deberíamos reivindicar y recuperar para que los jóvenes escritores conozcan?

Creo que es una obviedad si digo que una de las escritoras que más me ha influido es Alejandra Pizarnik. Hay algo de Alfonsina Storni, algo de Wislawa Szymborska. Hay algo de mujeres con nombre y hay algo de anónimas. Es un tema que me inquieta desde muy joven: por qué, por ejemplo, en una antología de poetas de la generación de los cincuenta solo hay una poeta. Por qué se recoge en un volumen a las mejores escritoras del siglo y después es imposible encontrarlas en otros libros por temática, por estilo, por generación. Por qué de Gloria Fuertes sólo me habían enseñado que escribía poesía para niños, cuando es desgarro y es grito. Por qué Mercè Rodoreda no forma (o no formaba) parte del programa de estudio de los institutos más que con un parrafito discreto. Tengo grabado a fuego cuando, siendo muy joven, leí por casualidad a Víctor Català. Me explotó el cerebro. Luego me enteré de que Víctor Català era en realidad Caterina Albert y me explotó el pecho, pero de rabia. Pienso en cuántas nos vamos a dejar por el camino y tiemblo.

 

Una se cansa de escuchar y leer a otras mujeres que no se consideran feministas, que ven el término casi como un insulto, una cualidad despectiva. Carmen, tú, como feminista confesa, ¿podrías hacer una defensa apasionada del feminismo para todas las indecisas? ¿Por qué es necesario ser feminista?

Entienden el término así porque el concepto en ocasiones se nos va de las manos, pero sí, me declaro feminista y no me ofende. Estoy convencida de lo necesario que es que defendamos, que instauremos (porque no existe) un sistema igualitario en el que los deberes, pero también los derechos, sean totalmente equiparables. Todavía no puedo creerme, por ejemplo, que un hombre planteara una reforma para decidir sobre la maternidad, para modificar unas leyes según las cuales se iba a ejercer el deseo de este señor sobre el cuerpo de las mujeres españolas. Pero no hace falta pensar tan arriba: hablaba con un amigo hace poco y llegamos a la conclusión de que la sociedad no comprende que los hombres no están en una posición privilegiada. Ya no para tomar decisiones, ya no para tener uno u otro trabajo y ser más o menos valorados por el simple hecho de haber nacido varones. Ante la vida. Tan sencillo como esto. No hay dos niveles y por tanto no ha de ser más fácil para ellos; no hay, en realidad, una norma que establezca que por ser hombre el mundo deba tratarte mejor. Solo igual. Hasta que no se comprenda esto, el pensamiento patriarcal seguirá sin ceder un ápice. Y por eso mismo es necesario el feminismo.

¿Qué te sugiere esta cita de la escritora Premio Nobel Herta Müller con la que has compartido cartel en Cosmopoética: “Las frases verdaderas están siempre relacionadas con una herida profunda”?

Estoy muy de acuerdo. Todas las verdades duelen. Una frase contundente y verdadera golpea la piedra y la desplaza, destapa el agujero al que van a parar los daños y que cubrimos un día para que nadie los viera ahí, permaneciendo. Porque una herida profunda permanece y solo puede ser descubierta así, con una verdad que la haga sangrar de nuevo.

En los últimos tiempos han surgido muchas editoriales independientes de poesía que apoyan la creación joven. ¿Qué te parece la labor que al respecto lleva a cabo La Bella Varsovia? ¿Podrías hablarnos de aquellas que sigues con más entusiasmo? ¿Cuáles son tus editoriales de poesía favoritas?

Llevo años admirando a La Bella Varsovia. He estado mucho tiempo agradeciendo sobre todo que apuesten con tanta fuerza (y tan bien) por las voces jóvenes y que editen libros atractivos, cuidados, bellísimos (ahora más, claro, jaja…) Creo que hacen un trabajo impecable y que otras editoriales deberían aprender de su tesón y del amor que inyectan en cada uno de sus títulos. Sigo con mucho interés los catálogos de El Gaviero, Cangrejo Pistolero, Huacanamo (en stand by ahora mismo), Ya lo dijo Casimiro Parker, Origami… Pero mi preferida -y no es por dorar la píldora a Elena, ella ya lo sabe- es La Bella Varsovia, por contenido y continente. Una tarde de verano encontré algunos de sus libros en una caseta de la Feria del Libro y llevo enamorada desde entonces.

Fotografía de Manuel Lorenzo.        Fotografía de Manuel Lorenzo.

Apuestas. Recomiéndanos algunos poetas jóvenes que te gustan mucho.

Son tantos que seguro que si hiciera una lista real se me olvidaría alguno, así que voy a recomendar a tres al azar: Ruth Llana (España), Jesús Montoya (Venezuela) y Natalia Litvinova (Bielorrusia/Argentina).

Dos poemas

“Ya lo advertiste.
Yo duermo en un lecho de flores secas. Nada
puede
cultivarse en esta tierra. Es por la humedad. Las
raíces se confían, crecen ya podridas. Esa es la
condena, está en el
origen. Si las semillas germinan, teme, porque
nadie
podrá salvar este campo.

Yo duermo
en un lecho de flores secas que crujen cuando
respiro.
Si vas a quedarte
no sonaremos.
Si vas a quedarte
este lecho será el silencio y el huerto yermo.

Ya lo advertiste.
Volarán proféticas golondrinas hasta tu cuarto,
se desintegrarán pronunciándome y sabrás, es
el castigo, es el castigo por lucir mi nombre en
el pecho.

Los valientes son los malditos.
La indiscreción se paga con plasma infectado.
La imprudencia se paga habitando el virus.

De modo que la escena es la siguiente:
ella (yo) armada como se arman los idiotas, ya
saben,
un papel
algo con lo que arruinarlo
una coraza de viento
la boca, eso sí, la boca
cubierta por una cinta para que calle
cubierta por una cinta porosa para que entre el
aire.

Ella (yo) dice
de acuerdo
asumo
silencio.

Vendrán la enfermedad y el castigo.

Ya lo advertiste.

De modo que el discurso es el siguiente:
soy demasiado joven para agitarme en el aire
pañuelo de despedida blanco como las palmas
de las niñas blanco
soy
demasiado joven para no ser valiente
demasiado joven para no ser estúpida
demasiado joven para no estar maldita

soy
demasiado joven
para no dar de comer a la bestia
para no alimentar desde estas manos blancas la
psicopatía

Vendrán la enfermedad y el castigo.
Ella (yo) estará esperando.”

— Primer poema de «Amar la herida», Carmen Juan Romero.

“A la tierra tierra

dice que no sabe
Alejandra Pizarnik

Yo no nos pretendía así, Alejandra,
perdidas como vos
en la noche en la concha en la palabra.

Yo no pretendía
el dolor el miedo
pero sobre todo
yo no pretendía
el amor, bien lo sabes.
No quería
tu genio, no quería
este quemar en el pecho.

Yo no pretendía
escribir pero escribo sobre
los que escriben sobre
la Muerte. La Muerte que
tontea con los hombres-poetas
porque le cantan bellos versos
al oído. Les dice —a ellos— que son
siempre el mejor jugando al juego
de letras encadenadas. Que
les ensalzará, que bordará
en la historia sus nombres. Que
les convertirá en eternos.

A casi todos les miente.
A ellas no, a ellas no puede. Ellas,
las mujeres-poetas que escriben sobre
la Muerte, son menos porque
a las mujeres que escriben sobre
la Muerte siempre las encierran.
A ellas les dicen
que las sanarán, les dicen
que la tristeza se cura, les dicen
que el quemar en el pecho
que las clavículas rotas
que los pedazos de invierno
no son más que un error en la
dosis de los fármacos. A ellas,
las mujeres que escriben sobre
la Muerte, siempre las entierran. A ellas no.

A ellos les besa en los dedos, les promete
que todo papel impreso
llevará sus nombres.

A ellas las besa en la boca, las arrastra.
A ellas les dicen
locas y entonces
la Muerte se ríe un poco, pero
sus textos sí los guarda de veras porque
también la Muerte ha sido
una mujer
escribiendo
sobre la Muerte.

Ahora preferiría echar
a la tierra tierra
a la tierra cuerpo
a la tierra manos de poeta.

Alguien
debió explicarme
que el amor es miedo es muerte
que el amor es muerte es miedo.

Yo no nos pretendía así, Alejandra.
Yo no quería querer yo no quería locura yo no
quería
escribir escribir escribir
sobre la Muerte.”

— «Amar la herida», Carmen Juan Romero.

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