Diario de una charnega V

Rocío Niebla asomada a una ventana y sujetando el último libro de Luisgé Martín.

 

Rocío Niebla asomada a una ventana y sujetando el último libro de Luisgé Martín.

Rocío Niebla asomada a una ventana y sujetando el último libro de Luisgé Martín.

 

Hace un par de semanas quedé con Laura Freixas para charlar un ratito. La conocí unos meses antes, cuando vino a la Librería de Aravaca a hablar sobre su diario, publicado en Errata Naturae. Recomiendo tanto la editorial como el libro. Laura me estuvo hablando sobre la asociación de mujeres Clásicas y Modernas, integrada por personas del ámbito de la cultura donde se lucha por la visibilidad y la igualdad. Estoy pensando hacerme socia e involucrarme un poco. Es hora de pasar a acción.

Esta mañana ha venido a desayunar conmigo Anna María Iglesia. La agencia lleva un año en la calle Velázquez, y la cafetería que hace esquina con Goya es una trinchera de pensamiento y charlas. Me gusta quedar ahí, le perdono hasta lo caro que es. Le he hablado a Anna María de la novela de Luisgé, puede que escriba algo para El Asombrario. En broma le pregunté que si conocía a un chavalito que está empezando llamado Pablo Iglesias. Ella se quedó muy seria, hasta que se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo. Al final me dejó con la boca abierta al decirme que, además de conocerlo, compartió un taxi con él en Barcelona y que de vínculo entre ambos estaba Esther Vivas. Tanto Esther como Gustavo Duch están haciendo una grandiosa labor de reflexión y crítica respecto a los asuntos de soberanía alimentaria y sostenibilidad agraria.

Esta semana en la agencia -trabajo en la agencia literaria Dospassos– estamos de fiesta. Se publica el último libro de Luisgé Martín La vida equivocada en Anagrama. Con La mujer de sombra me arrancó el corazón. Es una novela que acaba desgarrándote, te mete el asco en el cuerpo. Me mola que el arte me zarandee y si es a base de sensaciones intensas mejor. Todos los días leo cantidad de manuscritos que llegan aquí buscando representación; algunos están bien, rebien que dirían los que nos llaman gallegos, pero suelen dejarme indiferente. Eso nunca me pasa con Luisgé Martín. Ni con su escritura ni con su persona. Tengo que reconocer que algo le amo.

En la portada de la novela de Luisgé sale una persona misteriosa viendo algo por la ventana. A mi compi de trabajo Álvaro, peculiar hombre como pocos, se le ha metido en los cojones intentar hacer la misma foto de la portada de Luisgé conmigo. Yo no llevo un día brillante en cuanto a sentirme bien conmigo misma, y me daba perezón ser su musa, pero he acabado claudicando. A Álvaro nadie le llama por su nombre, le llamamos “Pájarito”, y yo, si me pilla con tijeras en la boca, “Pajarit”. Este chico, gallego de acento, cinturita estrecha, pelo semisucio, riquiño y con gafas de Monedero, es un magnífico compi de desesperaciones y comicidades. El Pajarit también escribe, y por cierto, que lo hace muy bien, de hecho ha echado una beca para irse a Barcelona a escribir y estudiar, y yo deseo sincera-egoístamente hablando que no se la den. Que se quede conmigo, comamos juntos, sigamos hablando de Podemos, vayamos al cine y de fiesta, me enseñe los chicos que se tira y que me pregunte por mi perro.

Al llegar a casa me he encontrado la caldera rota. El otro día me quedé encerrada en el piso pijo porque el pomo se puso en huelga. Flipo con que antes de alquilar los pisos no les den un buen repaso para asegurarse de que las cosas medio van. Además, he encontrado a Miguel haciendo los horarios de la plantilla de su trabajo. No es que sea el jefe, es que es el delegado sindical de la librería y están intentando hacer una propuesta conjunta con los trabajadores. Un poco para llamar su atención he empezado a meter martillazos por la casa, intentando poner los cuadros –muchos- que nos quedan por colgar. Me ha castigado quitándome el martillo, así que me fui a seguir leyendo a Toni Morrison. Los juegos de me enfado, te perdono, ¿nos damos un beso?, vamos a pasear al Troskololo y me vuelvo a enfadar, reconozco que me molan. A mí me va la marcha, señoras.

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