Diario de unas células madre VII

 

25-de-septiembre

 

 

25 de septiembre

 

Alguien me dijo una vez que el buen fotógrafo es aquel al que le basta un metro cuadrado para hacer buenas fotos. Si puedes fotografiar la nada, puedes fotografiarlo todo. El mundo está lleno de imágenes, pero hace falta mirar lo que te rodea para salir fuera a hacer buenas fotos. Algo así. O así es como lo recuerdo. Por eso te escribo a ti, Carmela, porque eres mi metro cuadrado. Fuera de ti hay muchas historias, también muchos escritores para darles vida. Pero dentro de nuestro metro cuadrado estamos nosotras. O te escribo yo, o te quedas sin relato. Por lo menos hasta que sepas contarte tú sola. Yo sólo te estoy dejando una herencia de palabras para que te sujeten cuando quieras agarrarte a tu historia. Un día me preguntarás sobre lo que hacías cuando eras un bebé, y yo te contaré un cuento que te explique, sacando estos textos que te escribo ahora y te guardaré en conserva. Hoy acabo este diario. Termino un ejercicio de contarte tus horas durante unos días. Ahora me quedaré con los momentos que se me queden bailando en la piel mientras no los escriba. Algo te continuaré escribiendo, seguro, porque sigues siendo mi metro cuadrado. Julio Cortázar tiene un cuento que se titula “Instrucciones para subir una escalera”: “Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie”. Me viene a la cabeza el cuento de Cortázar porque estás subiendo y bajando las escaleras sin parar. Se te da muy bien, parece que has sido tú misma la que escribiste el cuento. Estamos en la que era la parcela de tu bisabuela Carmen. En parte tú te llamas Carmela por ella y por tu abuela. Esta casa la compró mi tía Lola. Ahora es el lugar de reuniones familiares. Mi madre y mis tías se juntan todos los domingos. Hoy he avisado a mis primas para que vinieran, hemos traído tarta para celebrar tu cumpleaños. Llevamos todo el día fuera de casa. Por la mañana hemos ido a la inauguración de la glorieta Las trece rosas. Te hablaré de ellas un día, de ellas y de otras mujeres que se quedaron atrapadas en el silencio. Te quiero contar tantas cosas que no caben en las palabras que soy capaz de escribir. Tus abuelos te han secuestrado  para que fueras a ver a tu bisabuelo. Está enloquecido contigo. Tanto, tanto, que se ha olvidado de mí. Tu abuela me manda una fotografía en la que sales tú con él. No querías hacer otra cosa que andar, tú sola, sin ayuda y sin apoyarte en ningún sitio. Él te intentaba sujetar para que no te escaparas mientras tú te resistías. La cara de tu bisabuelo en esa fotografía son muchos kilos de palabras. No puede contigo. Noventa y dos años se ven superados por uno sólo. Le has ganado. Me encanta esta fotografía. Después nos hemos ido a comer con tus abuelos y tus tíos. Tu tía Ziara nos ha invitado para celebrar que ya es funcionaria, y que ha quedado la primera en las oposiciones al cuerpo de maestros de francés. La primera, Carmela, tú fíjate mucho en ella. Mis padres nos entregan un regalo sorpresa. Uno para mi hermana y otro para mí. Por ser funcionaria en tu caso y por ser escritora en el tuyo, explica mi padre. Mis padres colocan al mismo nivel una nómina para toda la vida y la pobreza más absoluta. Me siento rara, creo que el regalo se lo merecía mi hermana, pero no yo. Abridlo y ahora os contamos la historia, dice mi madre. Son un juego de boli y pluma de una marca cara. Nos los han intercambiado así que cada una tenemos el boli de un juego y la pluma del otro. No se querían arriesgar a que a una de nosotras le gustara el juego que no le había tocado. Estamos repartiendo ya la herencia de tu padre, añade mi madre, eran de su colección. Pienso que mi madre es previsora incluso para repartir la herencia antes de tiempo. Comemos muy bien pese a ti. Te despiertas al poco de sentarnos y nos obligas a estar siempre uno de pie acompañándote de un lado a otro. Descansamos en casa de tus abuelos antes de ir a la parcela. Tus tías abuelas se pelean por cogerte cuando llegamos. A mí no me besan, soy invisible. Al menos soy escritora, lo soy desde hace un rato porque tengo una pluma y un bolígrafo. Les saludas con la manita, les dices hola, aplaudes, sacas la lengua, andas tú sola, te ríes y mandas besos. Has desplegado todo tu repertorio. Cuando vienen mis primas con sus hijos, tú ya nos has agotado a todas subiendo y bajando escaleras. “Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso”. Nos vamos, Carmela, también de aquí. Fin.

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