Diario de unas células madre XV

 

 

La NASA anuncia que ha descubierto un sistema solar con siete planetas como la Tierra y tú y yo estamos tiradas en el suelo, jugando a comernos la cara, partiéndonos de risa. Así no vamos a ningún sitio, Carmela, no nos estamos ganando un lugar en la Historia. El nuevo sistema solar está a unos 40 años luz de nosotros, en torno a una estrella tenue y fría de un tipo conocido como «enanas rojas». Leo y te miro la cara, con los mofletes colorados de no parar de jugar y reír, tú también eres una enana roja y yo ya he descubierto que cobijas un sistema planetario que alberga kilos de vida. Chúpate esa, NASA. Tus planetas se llaman padre, abuelas, abuelos, tías…Y yo. Ya tenemos comprobado que soy habitable, tú estuviste dentro. La gravedad de nuestro sistema solar también funciona. Con respecto a ti y al suelo. Te necesitamos cerca. Y tú has aprendido que hay una fuerza que hace que las cosas se caigan. Tu mano también lo sabe. Te gusta tirar o dejar caer las cosas. Tú tía se enfadó contigo el otro día porque tiraste su móvil, y te enseñó a no hacerlo. No, no, no. Te señalaba el móvil y movía el dedo para marcar la negativa. Lo aprendiste. Y luego la ibas persiguiendo diciéndole no con el dedo. ¡Chsss! Silencio. Que están los abuelos dormidos. Y andas sigilosa con el dedo índice tapándote la boca. Lo repites todo. Se te caen las palabras como si fueran migas de pan abandonadas para que te lleven a lo que quieres nombrar: parque, fuente, muñeco, galletas, biberón, calle, agua, fresas, silla, abuelos, pan, música, tía, papá, mamá. Intentas que suenen más allá de tu año y cinco meses, aunque no las sepas decir del todo bien. También estás cambiando la piel. No se te cae a jirones, pero muta. Tú no mutas nunca, hablas como si te hubieras pegado toda una vida callada. Cuesta que la ropa se te quede pequeña, pero el otro día te puse unas mallas y te quedaban apretadas y cortas. Creces. Cada día eres algo nuevo. Y yo me estreno contigo. Gastamos los zapatos de la misma manera,andamos dejándolos en los pasos. Dame un beso. No hay que obligar a las niñas a que den besos, que aprendan desde pequeñas que son ellas las que toman las decisiones sobre su cuerpo. Sin imposiciones, ni siquiera las de una madre. Vale, pero dame un beso porque te apetece, ¿a que sí? Vamos a lavarnos los dientes. Te doy tu cepillo y repites lo que yo hago. Luego te despides de él y le dices adiós. Te despides de los objetos de la misma forma que lo haces de las personas. Todos son seres importantes para ti. Adiós al globo, al muñeco, a tus abuelos, al columpio, a tu profesora, a los niños, al agua de la fuente, al chupete… Adiós, pelota. Adiós, tía. En ocasiones te tienes que despedir varias veces para poder irte. Vas dando un beso y diciendo adiós persona por persona, cosa por cosa. Me muero de risa. Todo pasa muy rápido, pero la crianza me ha hecho darle paciencia al tiempo. Y disfrutar mucho viendo cómo haces figuras de barro con los minutos, y esculpes a tu ritmo, cagándote en la prisa cuando tenemos que ir rápido. Literalmente. Ti. Así dices sí. No quiero corregirte porque me parece más divertido que tú hagas del lenguaje tu casa. Y construyas ventanas por puertas y le pongas un tejado a la pared. ¿Me quieres? Ti.

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