No hay terceras personas de Empar Moliner
Acantilado (2010)
Un premio Nobel aguanta paciente la conversación anodina y algo impertinente de la maquilladora que le prepara para entrar en plató. Ella no le reconoce y su ignorancia resulta entrañable… hasta que deja de serlo. Asombro, ¡estupefacción! ante los comentarios tremendamente imbéciles que suelta la maquilladora por su preciosa boquita. El pobre hombre, superviviente de un campo de concentración, no sabe dónde meterse y combate la incomodidad con silencio. En otro escenario, una escritora madura se confiesa ante un periodista. Le habla de su adicción a un joven amante que tuvo, de otras adicciones menos legales que aún tiene… Todo ello para justificar por qué ha vuelto a ser la escritora cínica y deslenguada que siempre fue. También hay un lugar en No hay terceras personas para el sufrimiento de las amantes jóvenes, siempre atentas a las necesidades de su hombre, casado con otra. Ese dolor sordo baja a la tierra y se convierte en un asunto real, una anécdota que podría protagonizar cualquier jovencita desesperada, que aún no ha aprendido a quererse lo suficiente.
Gracias a otro relato comprobamos que la crisis no sólo afecta a los trabajadores más humildes sino que incluso ha llegado a restaurantes con estrellas Michelín que antes rechazaban a clientes por el exceso de demanda y ahora lo hacen para que éstos no se den cuenta de que el restaurante está tristemente vacío. En esos restaurantes el somelier hace de camarero y el chef, de aparcacoches. Todo esfuerzo es poco para mantener las apariencias pero la presión a veces es más fuerte que la voluntad y entonces nacen las disputas y las envidias patéticas. ¡Qué difícil sobrevivir cuando se cae de boca contra el asfalto desde muy alto!
«Bou empieza a preguntar con toda su buena voluntad, pero la cosa no funciona. Cuando trata de mostrarse adulador, el hombre no contesta, y cuando le hace preguntas poéticas, como por ejemplo si de pequeño soñaba con letras, le dice que no entiende. […] El hombre compone una cara de aburrimiento que le hace parecer un fumador de hachís, así que Bou cambia de tema y le pregunta qué música escucha.»
Hay periodistas y periodistas. Algunos desean informar y otros desean crear espectáculo, conseguir un reconocimiento extraordinario, ser más celebrity que Lady Gaga y Beyoncé juntas. El protagonista de ‘La Contra’, un periodista de tres al cuarto, está tan desesperado por conseguir una primicia, algo que le haga destacar de una vez por todas, que, cuando el ‘President’ se le muere en plena entrevista, estando a solas, no duda en inventarse una historia magnífica, llena de detalles, que le hará parecer ante el público el periodista que siempre quiso ser. No le tiembla el pulso siquiera ante la viuda y todos los allí presentes porque en ocasiones como esta parece que ‘el fin justifica los medios’. Pensándolo bien, ¿a quién le hacen daño un par de mentiras blancas sobre los últimos momentos de un muerto?
«Isabel era una mujer que se entusiasmaba con las ideas de los libros de crecimiento personal. Se afanaba por formar parte de la élite de los normales, adonde tanto le había costado encaramarse.» (página 96)
Seguramente, si hiciéramos un censo de las parejas unidas que no se quieren (incluso que se detestan) y de las que sí se aman, los primeros ganarían a los segundos por goleada. No hablo de parejas que se agredan física o verbalmente, sino de aquellas parejas que simplemente no se soportan y que, si se odian profundamente, deciden hacerlo en silencio. Ése es el caso de la pareja que protagoniza ‘Wilson’, el relato donde Empar Moliner sólo necesita mostrar detalles nimios y triviales de la convivencia para que podamos darnos cuenta, sin demasiadas señales, de lo mucho que podemos llegar a odiarnos porque sí, porque la persona con la que estamos ha resultado no cuadrar con la imagen mental que nos habíamos creado de ella. No es perfecta, no se parece al súper amante que habíamos dibujado con gran detalle en nuestra cabeza así que decidimos odiar desde dentro y hacia dentro para evitar afrontar la realidad. ¿Tiene remedio una relación cuando está tan deteriorada? Parece que sí: odiar unidos a los demás seres extraños que nos rodean… Siempre y cuando nuestro cerebro no cortocircuite de tanto rencor acumulado y nos dé por prender fuego a la habitación.
«Ver a tantas mujeres que van a hacer lo mismo que ella hace hace que le vengan a la mente pensamientos lúgubres acerca de cadenas de montaje y mataderos. Calcula el dinero que ganará el dueño de la clínica con cada una de las pacientes que hoy hay en la sala de espera y lo multiplica por cada día de la semana. […] No puede evitar vestirse para cada ocasión de su vida, aunque sea trágica. Escogió la ropa para ir al entierro de la hija de una compañera de estudios y la ha escogido hoy que va a abortar.»
La realidad se impone en estos relatos sin piedad y se cuela en los átomos que conforman la cotidianidad porque ahí es donde reside la tragedia real, en nuestro día a día, y no en las películas de Woody Allen. Reconozcámoslo, los hombres no son gentlemen al estilo Fitzwilliam Darcy, nunca lo fueron, y existen muchas probabilidades, como le ocurre a Melodie, de que le confieses a tu pareja que te has quedado embarazada, que se acojone, te diga que es culpa tuya y solo tuya, que se marche y te quedes sola ante el peligro. Quizás, si es considerado, buscará contigo clínicas exclusivas para abortar cuanto antes sin preguntarte qué quieres hacer tú, la dueña del útero, del feto. Decepcionada, como Melodie, puede que interrumpas tu cotidianidad tan sólo unas horas para volver a ser la que eras e intentes olvidarlo todo, intentes desesperadamente que el hombre al que amas (pero no te ama lo suficiente) no te deje…
«Ahora acabaremos y como ya lo habremos hecho, seremos normales por un tiempo, seremos como la gente, como los demás. Ya no nos dará vergüenza ver una escena de sexo en la tele, porque ya lo habremos hecho.» Le parecía que aquello era como comprar un ticket de normalidad que duraría un tiempo. Quizás un mes o dos.» (página 130)
Algunas de las cosas que hacemos por placer acabamos haciéndolas por obligación porque nos las imponemos para creer que somos como los demás, porque necesitamos serlo aunque no sepamos del todo que significa ser ‘normal’. Los padres recién estrenados de ‘Un método para dormir sin llorar’, como muchos padres, sólo piensan en el día que podrán dormir de verdad, como lo hacían antes. Con la llegada del bebé, han pasado a un segundo plano placeres como el sexo o la comida, porque ya no importan. La única fuente de placer y dolor es el bebé… En este caso, los personajes del relato dan un paso más porque a medida que crezca el bebé, que se convierta en un ser con algo más de autonomía, el padre la irá perdiendo y volverá a la cuna, a los pañales, al único lugar donde se siente en paz, y temerá profundamente el día que tenga que volver a compartir cama con su mujer, a comportarse como un adulto, porque ahora ya solo quiere ser un bebé y retroceder como BenjaminButton.
La prosa de Empar Moliner no decepciona y cada uno de estos diez relatos tiene algo especial, diferente, que sorprende al lector siempre con un final inesperado. Aunque cueste reconocerlo sus protagonistas podrían ser nuestros familiares, nuestros vecinos… podríamos ser nosotros mismos. En No hay terceras personas se aúna con total armonía lo cotidiano y lo surrealista, porque la vida es así a menudo, demasiado surrealista.