«La dona forta» de Maria Beneyto

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Maria Beneyto Cuñat nació en Valencia el 14 de mayo de 1925. Se trasladó con su familia al poco de nacer a Madrid donde vivieron años muy duros a causa del fracaso laboral de su padre como autor teatral. Al comenzar la Guerra Civil, la familia se trasladó de nuevo a Valencia. A las dificultades económicas anteriores se sumaba ahora en la postguerra la inclinación política de la familia, firmes defensores de la República. El cobro de una herencia familiar suavizó la situación de la familia y Maria Beneyto pudo dedicarse plenamente a la escritura. Durante los años 50, Maria traba amistad con un grupo de poetas entre los que se encontraban Alejandro Gaos, Pla y Beltrán y Ricardo Orozco. Pero va ser Xavier Casp quien le animara a escribir en su lengua materna, el valenciano, y así publicarle en la colección “L’Espiga” perteneciente a la editorial Torre. En dicha colección se publicaron los poemarios Altra veu (1952) y Ratlles a l’aire (1956), el cual recibió el premio “Ciutat de Barcelona”. La producción en lengua catalana continuó con conjunto de cuentos La gent que viu al món (1966) y La dona forta (1967).

 

 

La dona forta es una de las novelas más interesantes publicadas en la década de los sesenta en el País Valenciano. El libro está formado por una serie de historias que giran entorno a la actividad de una serie de personajes femeninos en un club feminista. Consta de tres partes diferenciadas. Las dos primeras se componen de nueve capítulos cada uno y la tercera de seis. Cada capítulo se centra en la actuación de un personaje femenino con apoyo de personajes secundarios generalmente masculinos. De una manera muy sutil para evitar la censura, en esta obra, se ejemplifica la situación de la mujer en la sociedad franquista. Se publicó por primera vez prologada por Sanchis Guarner en 1967 y su última reedición fue en 1990.

 

 

***

 

 

 

–          Pues hija, la pobre Carlota ya es viuda. Con treinta y dos años… Me enteré ayer.

–          ¿Sí?

–          Sólo seis años casada. ¡Seis años! ¡Cómo pasa el tiempo! Si parece que fue ayer cuando la veía adornada de flor de naranja, y ahora… Hizo una boda rápida, no sé si te acordarás. Cuestión de meses. Todas nos quedamos boquiabiertas al recibir la invitación porque a penas sabíamos que salía con Robert y no veíamos la cosa tan fulminante. (Él era un Gómez de la Calzada, no creas… de la mejor casa.) El caso es que dejó el Club para casarse -ella era pensionista- y… ¡ya no se supo más de ella! Se fue de viaje a Italia, creo, y aquí nos quedamos nosotras luchando, peleando para hacer del Club lo que todas queríamos que fuera. El Club! No sabes como se ama lo que has visto nacer, lo que has visto crecer día a día, igual que un hijo. Yo he estado con Carme desde el principio. Y, contrariamente a las demás, no he venido aquí para refugiarme de un desengaño. Vine llena de salud espiritual, de alegría. Vine a construir. Y los materiales eran los mismos, más o menos, que abundan ahora. Unas traían su tristeza, su agresividad o su inquietud de fracasadas… en el aspecto que fuera. Pocas, su alegría. Su energía íntegra.  Casi todas volvían de alguno, o de alguna cosa, cuando llegaban al Club, y se dejaban caer con su lastre vital… muchas veces con eficaces y positivos resultados, no creas. Porque esa es la realidad. Lo que somos, se ha ido formando con restos, ¿entiendes? Esto aún sin nombre y que algún día nos definirá como mujeres. Este núcleo informe de donde siempre faltó el prototipo mejor de la especie, la mujer feliz. (Aquí tienes el ejemplo de Carlota, que a penas se casó se olvidó de nosotras como muchas otras…). Aquí venían, y siguen viniendo, las que se callaban sus decepciones matrimoniales, estropicios en lo más profundo de su ser. Las que soportaban amores intrascendentes por no caes en el vacío y se quedaban más vacías aún tras la cruda experiencia. Y el otro prototipo también: la soltera mayor. La soltera mayor “en vinagres concentrados”, casi patológica… Tereseta Calpe y yo, que éramos muy amigas por aquel entonces, juntábamos en dos grupos todas las mujeres acomplejadas por su soltería que formaban casi la totalidad del Club en aquellos tiempos, y las clasificábamos de una pintoresca manera frutal: dulces o agrias. Las agrias eran unos seres tristes. Las conoces tan bien como yo, y por eso renuncio a describírtelas. En cambio, las dulces eran mujeres suaves, conciliadoras, y apenas susceptibles. En diversos matices, unas bendecidas del cielo que, al no haber tenido hijos, extendían una maternidad latente y conmovedora sobre todas las cosas… En fin, te estoy contando cosas que sucedieron hace seis años y sin querer, me he remontado a nuestros orígenes… Perdona. Solamente quería hacerte constar que, a pesar de nuestra indudable evolución, en lo esencial, seguimos siendo las mismas de antes. De aquel elemento que Teresa y yo decíamos “solteras en dulce”, por ejemplo, aún hay rastro en el Club, Dios sea alabado. Compruébalo cuando quieras. Sucesoras de ellas son nuestra Adela o Inmaculada, la poetisa, por poner ejemplos de mujeres inocentes y… solterísimas, sólo que un poco más evolucionadas… ¿Me escuchas?

 

***

 

Ágata se revolvía en la habitación como una fiera encerrada. Había tenido vómitos por la mañana, y casi todo el día una extraña sensación que la inmovilizaban en casa. La sensación de estar creciéndole pequeñas raíces que iban cogiéndose en las paredes, los muebles, en cada objeto íntimo y familiar, como pidiendo auxilio, cuando en realidad todo aquello no eran más que trampas y trabas que había que evitar pasará lo que pasará. Sobre todo, había que evitar enternecerse y no caer, ni por un momento, en la debilidad de ceder y dejarse llevar, tal y como a veces pedía su rebelde y fogosa naturaleza.

 

Mujer débil, al fin y al cabo… decía su padre para motivar o estimularle a realizar algún esfuerzo, ya que no fallaba nunca, ni una sola vez, su reacción indignada. Mujer débil… Mujer débil plañidera, postrada bajo el azote de la especie. Mujer débil… Materia blanda y fácil. Fango sangriento. El peso. La gravedad. La humanidad. La dulzura empalagosa… Cosa viscosa que se arrastra por tierra, sin poder separarse: tierra misma, a duras penas enderezada, a duras penas saliendo fuera del origen… Rémora. Caracol. Tortuga… Todo lo contrario del salto hermoso y difícil que ella quería. De la refrescante joya de los aires libres. De la violencia, de la energía, de la fuerza…

Llevaba algunos días en esa desesperación. Sola, sin poder hablar con nadie…. Estaba extenuada. Y se daba cuenta que estaba llorando en el furioso estallido de su negación a la maldición que le caía encima, a ella precisamente: la maldición bíblica.

 

–          ¡No, no…!

 

Y se mordía el labio furiosamente, tratando de contener la marea absurda que brotaba de ella cegándola.

 

–          No. Plorar, no. Hacer alguna cosa. Lo que sea. Volver a llamar a Isabel. Convencerla… Lo que sea. Apartar esta angustia, este peso, del camino. Recordaba el poema que había leído días antes en una revista, con su pregonera verdad, su desnuda protesta, que ella personificaba con todo su cuerpo entonces:

 Libre el hombre camina por los días,

sus ágiles flancos nada saben

de aquella tremenda gravidez del fruto…

 

 

 

 

 

 

 

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