Sobre «Los que miran» de Remedios Zafra

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Me hice con Remedios Zafra una foto junto al busto de Einstein en Princeton

Luego me fui a mi cuarto a leer, poco a poco, Los que miran (Fórcola Ediciones, 2016) y a mi manera me puse a mirar a Remedios desde su textos, desde la posibilidad de compartir con ella un espacio físico, material, tangible, desde la fotografía que nos habíamos hecho juntas, desde el recuerdo que comenzó a fraguarse desde ese instante, desde el respeto y la admiración intelectual que en mí despierta su aproximación al mundo. Me siento tímida al escribir la palabra mundo. Me ocurre con casi todas las palabras cuando leo un texto de Remedios. Porque leo Los que miran y la primera sensación que me sobrecoge es que su autora es demasiado inteligente –hiperestésicamente inteligente- y esa cualidad la predispone hacia la percepción de la herida. La segunda sensación, relacionada con la primera, es la de que en sus textos en realidad Remedios Zafra lleva a cabo una decantación del desaforado magma de su pensamiento. Entonces me enfado un poco con la mujer junto a  la me he fotografiado en Princeton: esa decantación podría parecerse a la cicatería. Remedios me escatima cosas. Me desenfado pronto –soy variable- al comprender que todos los escritores –también las escritoras- nos escatiman y nos hurtan imágenes, y que el modo de operar de Remedios no es cicatería sino consideración hacia los que estamos en el otro lado, hacia los que decidimos mirar y no tenemos la destreza, la finura, de poder asimilar tantas, tantas palabras –conceptos, imágenes, sinécdoques, anglicismos, lecturas, episodios, estímulos- a la vez.

He estado leyendo en mi cuarto y dentro de las cabinas desecantes de los aviones, y me gustaría compartir con todos los que colocamos el ojo detrás del agujerito de la cerradura, del microscopio, del catalejo, detrás del agujerito artificiosamente ampliado de las pantallas de los móviles y de los ordenadores, de los ojos de la aguja y de los ojos entornados que son la rendija más adecuada para enfocar la realidad, la de El chino del dolor de Peter Handke, desde esa línea de visibilidad rodeada de carne semitransparente y dolida, comparto con vosotros las notas de lectura de este magnífico texto que ojalá contaminase mi manera de escribir y de afrontar lo real. Con la lucidez y la esperanza de Remedios Zafra.

–          Leyendo Los que miran corroboro uno de los prejuicios que hoy alimentan mi interés por las palabras: la realidad está por encima, por debajo, por detrás, de los lenguajes. El lenguaje y sus cabriolas apuntan hacia la realidad desde el lirismo y la sofisticación máximos. El mayor de los artificios remite a las realidades más punzantes. Ni menos es más ni la arruga es bella. La literatura debe reivindicar su autonomía frente a la falsa cultura de la moda. Frente al diseño y las carcasas grandilocuentes de los grandes museos, aeropuertos, actuales edificios faraónico-inteligentes. Leo el texto de Remedios Zafra. Ella no sigue los dictados de la moda “nude”. Ni Remedios ni sus textos son “nude”. Gracias a todos los dioses del Olimpo. Y, sin embargo, leo el texto de Remedios Zafra y la estoy leyendo a ella.

–          Remedios circunda el concepto de la dispersión consoladora de la imagen. La imagen –mentirosa, inexacta- , en su distanciamiento, en el distanciamiento que implica toda representación, alivia los dolores. También nos ayuda a comprenderlos. Esa imagen que no es exactamente lo mismo que el lenguaje, pero se le parece mucho… Otra cosa sería responder a la pregunta de si de verdad Remedios aspira a representar.

–          En el libro de Remedios un elefantito es devorado, con las mismas palabras, con la misma evocación de las imágenes, una vez detrás de otra… Las palabras consiguen que mi ojo casi se acostumbre. Laura Bey habla sobre el agotamiento del ojo. La clave está en la palabra “casi”, porque puede que la repetición me salve, agote y remita al máximo dolor, puede que me inmunice un poco. Entonces se me plantea la duda terrible de si salvarse es inmunizarse o de si salvarse es no escatimar el máximo dolor. No sé dónde buscar ni la sabiduría ni mi propio consuelo. Remedios es culpable de volver a darle trascendencia a la propiedad transitiva. De hacerme daño.

–          La serialización de la imagen remite a la muerte. Deshumaniza. Eso lo sabemos muy bien las mujeres. A veces, en la lectura deLos que miran, incluso acabo por saltarme la muerte del elefantito. Aprendemos por repetición y nos deshumanizamos por repetición: el rezo nos deshumaniza y nos salva del miedo a morir. Salvarse es deshumanizarse. Pero a mí el ciborg me produce escalofríos. Aún recuerdo la media sanadora de mi tía alrededor del cuello de mi padre. La media tenía el poder de aliviar el dolor de garganta. Eso permanece en mi memoria y emborrona el ciborg. Pero por culpa de Remedios, con quien me fotografío al lado del busto de Einstein, me encuentro en un  callejón sin salida.

–          El dolor no se expía a través del lenguaje. O sí. Entonces, por fin, “¡Esta es la nuestra!”. Vamos a tratar de aprovechar esta oportunidad.

–          En los textos de Remedios percibo una mezcla perturbadora: la sangre, los líquidos, la mancha que se restriega, la fisicidad, el bodegón barroco, los bichos, las putrefacción y la muerte antes de tiempo se combinan con la abstracción inteligente, con la búsqueda geométrica, con el proceso de pixelar los rostros, los copos de nieve o los cristales.En el centro del libro de Remedios Zafra se produce la sorprendente fisión del drama rural y el tractatus estético. De García Lorca y la tecnología.

–          La alta inteligencia, el conocimiento, ¿vela el desgarro? Porque éste texto profundiza en el duelo como un berbiquí y la alta inteligencia, el conocimiento, no sé si pueden velar el desgarro, pero sí lo colocan en un espacio de pudor. Aunque a veces pueda parecer que la palabra recubre la anécdota –si es que podemos llamar así a la muerte-, a la vez la convoca, de modo que el texto y su lenguaje no tapan, no escamotean, Remedios no habla de la muerte velada, del velo sobre el rostro de la muerte, sino de otra cosa… Abracadabra.

–          Remedios Zafra cita a Eco: “… en nuestra sociedad hiperconectada solo queremos que nos vean”. La escritora utiliza todas las metáforas del ojo y quizá cuestiona si es púdico mostrar el duelo. Si el impudor es salvífico o nos golpea más porque, al fin y al cabo, casi toda la escritura recrea, repite, vivifica y la vivificación, como la imagen de Barthes, Berger, Sontag, mata. Pensemos en las fotografías. En los libros de muertos. En las galerías de nuestros teléfonos móviles.

–          Este libro habla de las carcasas, de las muertes sin muertos, de la religión. De los fantasmas y del deseo que todos tenemos de que se nos aparezcan.

–          Remedios encuentra metáforas que iluminan: el “ojo desencajado” de la tita mientras graba a su sobrino que canta una canción sobre la muerte de su padre. Canta, repite: ¿se salva o profundiza y profundiza y profundiza en su dolor?,¿naturaliza la vida o la encubre?, ¿la celebra o no la puede soportar? Supongo que todas esas percepciones son simultáneas.

–          Remedios escribe frases del Barroco con las que me identifico tanto que me asusto: “Las heridas no son feas porque lo parezcan: son feas porque van más rápido”. Ella piensa con las palabras. Y piensa dolorosamente bien. Yo recuerdo las podridas patas de las perdices colgantes en los bodegones de fondo negro.

–          El duelo está forzando al onanismo en los tiempos de la exhibición impúdica de la felicidad. De las fotos de las vacaciones colgadas en Facebook. De la intolerancia y la incomprensión –no de la vergüenza, la vergüenza es otra cosa- frente al propio fracaso. Es imposible concebir un duelo común de plañideras que acompañan, de coro de ménades, de dolor atenuado como líquido escurrido de un vaso comunicante a otro. De dolor que al compartirse se deseca. Ni siquiera practicamos esa forma de compañía en el dolor cuando se produce un magnicidio  o un feroz atentado terrorista. Por mucho que los medios se empeñen en exaltar nuestras bondades humanas y en reconducirlas, ideológicamente, hacia el bando de los buenos.

–          También escarba Remedios en la pobreza, el rencor, el camino largo. En la obsesión de cumplir laboralmente y en el miedo al descrédito. A esa pérdida del nombre que nos pobres o los casi pobres –los que no procedemos de una genealogía azul- no, no nos podemos permitir y, por eso, perdemos vertiginosamente la ilusión por los proyectos, pensamos en el trabajo en los momentos de pensar en otras cosas, no tenemos espacio para reflexionar sobre la herida, aspiramos a sanarlas con la alienación del trabajo, las entretenemos y, al final, concluimos en que el problema siempre es que no podemos elegir.

–          Algunas formulaciones no pueden ser más excelentes: “Envejecer no es, como la gente piensa, una cosa que comienza en el espejo. No se origina con las arrugas y la espalda curvada. La vejez empieza dentro, entristeciendo el deseo, conformando la idea de que la resignación no es un fracaso. La idea de claudicar te sale al paso, pesadamente, cada día, queriendo convencer al deseo de que ya está bien, que deje de aspirar a una vida emancipada. De la batalla nacen las arrugas y cambia el cuerpo”. Las asonancias en la prosa carecen de toda importancia porque la prosa, los poemas en prosa, de Remedios Zafra, su mezcla de géneros, esa valentía política y retórica con la que tanto me gustaría identificarme, abren la lectura hacia el espacio de la lucidez: las soluciones microtextuales de este libro, su dar con las palabras precisas, revelan la claridad del pensamiento de la autora, incluso cuando vive en el centro de la herida. Sus palabras suenan a música y la música deleita y nace de Dionisos, pero contradiciendo a Nietzsche, también apela a la razón. Al conocimiento y a las esferas celestiales y geométricas.

–          Todas las reflexiones de Remedios sobre el enjambre, la masa, la multitud, la comunidad son excepcionales y se ven desde ese territorio, tan comercialmente manipulado en nuestra bondad de prestigio, como son las emociones. Ella le sigue dando la vuelta a las palabras. A las convenciones. Me paro a conversar con ella: creo que lo que cohesiona, a la muchedumbre del trending topic es esa idea de individualidad construida a base de pensarse a uno mismo como target comercial: en el corazón de esa muchedumbre que no necesita dar argumentos hay una visión de uno mismo como individuo singular, intenso, único, definido por lo que compra, por lo que irremediablemente necesita tener para ser. Reconocible y anónimo entre otros muchos que son profundamente iguales aunque aspiren a ser profundamente diferentes y a creerse profundamente libres al elegir un pantalón o unas charreteras.

–          Remedios también repiensa la palabra pueblo y en su repensamiento, su mirada crítica no desdice la idea de fraternidad.

–          Cuando Remedios habla de los vínculos débiles o ligeros, de lo que a ella a menudo le acompañan esos delgadísimos hilos de poliéster, yo me siento de otro mundo. No puedo acompañarla en ese viaje: yo necesito solideces como de base de sartén metálica. Así me va. Posiblemente en este sentido, ella me puede enseñar muchísimas cosas. Por lo menos, tenemos que hablar.

–          Frente a la novela novelesca, la novela-artefacto de Remedios Zafra no es figurativa, en realidad no representa un referente, una anécdota real, una peripecia biográfica que tal vez ella, si le apetece o necesita hacerlo, te podría relatar out the record. Remedios circunda lo real, se aproxima a todas las ideas, emociones, intuiciones que tal vez nimban, dimanan de esa posibilidad de la experiencia biográfica que la escritora púdicamente oculta y dibuja periféricamente. Y en ese deambular periférico aparece el núcleo de la reflexión y de la escritura toda. Remedios Zafra extrae toda la potencia del anecdotario, lo esencializa en lo que tiene de particular, ajena a cualquier curiosidad morbosa, a esa rijosa visibilidad del cuerpo expuesto de Susana, ajena a ese ojo que necesita aprehender lo obsceno a todas horas. En las redes. A todas horas. Antes en los patios vecinales o en los pueblo minúsculos. Yo más.

–          El hermano muere. La comunidad muere. Y, sin embargo, nos unen fraternal, atávica e inexorablemente, la muerte y el amor. Las patas mordidas del elefantito -¿falso o verdadero?, ¿es real lo de mentiras?-, lo que hay de verdad detrás de todas las pantallas y de toda la sintaxis. Del enrejado de ese lenguaje en el que nos deleitamos. Con toda intención.

–          El lenguaje de Remedios se va creciendo y actúa poéticamente como una máquina para pensar, registrar, fetichizar, saber. Ese lenguaje también habla del “cordón feminizado con la tribu” que genera la mala conciencia cuando una mujer deja de cuidar, de asistir, de estar presente con una forma de presencia que es reduccionista e incapaz de contemplar otras posibilidades. Otras formas de estar (vuelvo a los vínculos ligeros, ¿existen de verdad, amiga?, ¿existen?)

–          Al final de este relato, explota una distopía que se abre a la esperanza. Una esperanza que ya se reflejaba en presencia de un interlocutor a lo largo de todo el texto. “Ustedes”, en plural, con distancia o con respeto. Hay ojos y hay orejas al otro lado. Incluso cuando se dibuja una gran herida abierta la retórica nos ofrece la posibilidad de un final en alto. Habría que pensar por qué.

 

Gracias, Remedios. Por todo.

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