Revolución de Fortún (con Trapiello, Carmena y dos exploradoras)

 

 

celia

 

 

El viernes 22 de abril, a las diez horas de una lluviosa mañana,  tuvo lugar por fin la presentación de Celia en la Revolución de Elena Fortún, rescatada por la editorial Renacimiento. La participación de la Alcaldesa de Madrid hacía del acto un suceso casi secreto. Unos días antes había salido en El País un artículo sobre el libro en el que se mencionaba que éste “se presenta en Madrid el próximo día 22 con la presencia de la alcaldesa Manuela Carmena”, pero no decía dónde, ni a qué hora; y la editorial guardaba silencio en redes sociales… hasta el día anterior, cuando se nos remitía a un correo electrónico de protocolo del Ayuntamiento: “imprescindible confirmar asistencia”. Escribí a las cuatro de la tarde del jueves, dándolo por imposible. Ya estaba decidida a ir allí a intentar colarme cuando, a las ocho de la mañana, recibí confirmación de la oficina de protocolo municipal. Esto es para contarlo; qué ilusión ser atendida con tanta urgencia.

Me abrí paso entre la niebla del Retiro. Junto a la Casa de Fieras, en lo que fue la casa del jardinero del parque, reconvertida en salón de actos de una biblioteca, nos aguardaban ellas y él. Manuela Carmena, Andrés Trapiello -prologuista de esta nueva edición-, una representante de Renacimiento, y las estudiosas fortunianas Maria Jesús Fraga y Nuria Capdevila-Argüelles. Entre los asistentes, una abrumadora mayoría de señoras, seguramente lectoras de Celia; y muchos periodistas.

Fotografía de María Folguera.

Fotografía de María Folguera.

 

 

De toda la sustanciosa información que compartimos aquella mañana, el fuerte vínculo de la obra de Fortún con Madrid fue una constante. Maria Jesús  Fraga empezó con la lectura de un texto para Gente Menuda, el suplemento del ABC en el que se forjó la escritora: el conejo reportero Roenueces –otro heterónimo de Encarnación “Elena Fortún” Aragoneses- entrevista a los animales enjaulados de la Casa de Fieras; con la sobriedad y dominio habituales de la autora pasamos de las alusiones a Esopo a una accesible comicidad. Fraga y Nuria Capdevila nos contaron que están buscando la casa de Chamartín que tanto protagonismo tiene en Celia en la Revolución; Manuela Carmena anunció que el Ayuntamiento colaborará en la búsqueda, y que pondrán una placa en la casa de la infancia de la calle Huertas. Incluso, soñó Carmena, se podría incluir fragmentos de algún libro de Celia en el suelo de Huertas, ahora mismo sembrado de citas de Zorrilla o Quevedo.

La Alcaldesa se declaró seguidora de la saga, y deseosa de haber preguntas a sus acompañantes. Nos leyó un pasaje de Celia, lo que dice (1929) en el que Celia charla con el rey Baltasar en el balcón, la noche de Reyes:

-Te hubiera dicho que no te olvidaras de Solita, la niña del portero.

-No me olvido nunca.

– Pues, hijo, el año pasado no le trajiste nada.

-Sí le traje, pero te quedaste tú con ellos…

– ¡Jesús, qué mentiroso!

– ¡Niña! ¿Cómo hablas así a un santo? […]

-Sólo dejo juguetes en los balcones de los niños ricos; pero es para que ellos los repartan con los niños pobres.

“Esto me impresionó mucho”, dice doña Manuela. “Una vez en el colegio hicimos una colecta de juguetes para niños pobres, y yo pregunté a las monjas que por qué los Reyes no les daban los regalos directamente a ellos. Las monjas me dijeron: ‘Pero cómo quieres que Sus Majestades se metan en esos barrios de Madrid con esas capas de armiño, para pisar los charcos de agua sucia”.

Trapiello confesó haber redescubierto a Elena Fortún: en su libro Las armas y las letras: literatura y Guerra Civil (1936-1939) (Destino, 1994, ampliado en 2002) pasó por encima de esta autora por considerarla “literatura para señoritas”. Hoy presenta Celia en la Revolución como una de las grandes obras de la contienda, junto a los testimonios de Clara Campoamor o Carlos Morla Lynch. “En un conflicto de cientos de miles de muertos, no encontramos ninguna voz que diga ‘Yo he matado’. Siempre han sido los otros”. Salvo en Celia en la Revolución: Trapiello nos lee el capítulo en el que un amigo le cuenta a ésta su participación en un arbitrario fusilamiento en Villaverde, ante la incredulidad de ella. La buena lectura me emociona, me aterroriza, me lo creo todo: Trapiello añade que está documentado que aquel episodio sucedió realmente.

Trapiello incide también en algo que desarrolla en su prólogo: Elena Fortún como representante de una tercera España, ni fascista ni comunista, que se vio excluida de la cotidianeidad bélica y posteriormente del relato histórico. Explica que para él los dos bandos son más bien el de los asesinos y el de los decentes, y que en ambos grupos se engloban todas las ideologías. En la ronda de intervenciones del público, una asistente reprocha a Trapiello haber elegido ese fragmento, y no, por ejemplo, el del asesinato del abuelo de Celia a manos de unos fascistas segovianos. A mí me dan ganas de intervenir y decir, con mi frikismo fortuniano, que en el libro se asesina también a la tía Julia, esta vez en Madrid y en nombre de la Revolución. Pero con la respuesta de Trapiello, “No tengo nada que decir”, me quedo.

En paralelo a la cuestión de La Contienda (“cada español nace con una idea predeterminada de la Guerra Civil”, dice Trapiello) discurre el género. Muchas de las asistentes compartimos la alegría de que se reconsidere, y por lo tanto se redibuje a generaciones anteriores de creadoras. Manuela Carmena habla con total normalidad de la importancia de Beatrix Potter y de Johanna Spyri (autora de Heidi). Leí a ambas autoras de pequeña con fervor, de hecho acudo a Potter de vez en cuando, pero no se me ocurriría mencionarlas como influjos literarios “importantes” o “serios” para mí. Ante este ocultamiento inconsciente, Nuria Capdevila-Argüelles y Maria Jesús Fraga han enriquecido nuestro conocimiento acerca de la vitalidad y complejidad de nuestro pasado común.  Editaron hace poco El camino es nuestro, con textos de Fortún y su amiga Matilde Ras. Fraga y Capdevila-Argüelles se conocieron a través de Marisol Dorao, biógrafa pionera de Fortún -fue ella quien viajó a Estados Unidos en los ochenta y rescató, de la nuera de la escritora, la carpeta donde dormía el manuscrito a lápiz de Celia en la Revolución-. Han escrito textos esclarecedores como  Elena Fortún, periodista (Fraga, Pliegos, 2013) o Elena Fortún y Celia: el bildungsroman truncado de una escritora moderna (Capdevila-Argüelles, Lectora: revista de dones i textualitat, 2005). Visto el entusiasmo con el que en el coloquio se adherían otras investigadoras de autoras semidesconocidas, Andrés Trapiello necesitó intervenir para decirnos que “el enfoque de género es un arma de doble filo”, porque marginaliza, y dijo que Zambrano o Fortún no deseaban ser consideradas mujeres escritoras, sino sencillamente escritoras. Otra voz del público replicó que como estudiante de Filología lamentaba constatar que Zambrano o Fortún aún no circulan con naturalidad entre las referencias que ofrece la Academia. Yo pedí el micrófono para decirle a Trapiello que comparto con él el deseo de esa naturalidad, pero que si a él le sucedió hace un par de años -dio por hecho que Fortún era “para señoritas” sin haber profundizado; en el momento en que lo hizo, se lanzó a reivindicarla- se puede entender que este enfoque sea aún nuestro punto de partida –nosotras mismas estamos asombradas de reconsiderar a Potter, a Spyri-. Nuria Capdevila-Argüelles no vio que yo esperaba mi turno micrófono en mano, y anunció el fin de la polémica – y del acto- con la necesaria explicación de que estas etiquetas –feminismo, lesbianismo, etc- que hoy nos parecen evidentes no existían hace unas décadas, y por lo tanto las autoras no podían ni adscribirse ni dejar de hacerlo. Devolví el micrófono a un auxiliar de la organización, que me dijo “Lo siento” con cara de pena. “No pasa nada”, respondí.

Tengo que decir, como colofón a esta crónica, porque no sé si procede pero creo que explica mi torpeza a la hora de hacerme ver, que yo tenía en brazos a un bebé despierto. Estuvo muy tranquila y hacía las delicias de los reporteros con los que compartía zona en la sala, pero no me ayudó a participar. Tampoco cuando me acerqué a la mesa a presentar mi respetos a las investigadoras y al prologuista. Pero, a pesar del aturdimiento  -nos desalojaban porque empezaba otro acto, éramos varios quienes queríamos hablar con ellos- me llevé a casa la tarjeta de la profesora Capdevila-Argüelles, y los elogios unánimes hacia la bebé. “Es igualito que el niño de la portada  [de Celia en la Revolución]” dijo Trapiello.

En breve se publica en Renacimiento una novela inédita de Fortún: Oculto sendero, procedente también de la carpeta de papeles custodiada por su nuera. Nuria Capdevila-Argüelles contó que Marisol Dorao le ha legado esta edición, porque se sentía superada por el código en el que transcurre el texto: “Tenía que hacerlo alguien de la siguiente generación”. Con el anhelo de leerlo concluyo, y celebro esta trama de descubrimientos, colaboraciones y palabras para señoritas de todos los tiempos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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