Poemas de Sara Herrera Peralta

documento.

3. m. desus. Instrucción que se da a alguien en cualquier materia, y particularmente aviso y consejo para apartarle de obrar mal. 

ENUMERACIÓN

Dicen que en esta casa vivió Sylvia Plath.

Londres es hoy un montón de niebla

con hijos que se entrelazan.

 

Esta es la vieja trampa de la muerte:

¿a dónde van, con tiento, las voces del enfermo?

 

Mientras, lo divino invade esta atmósfera,

haciéndose vieja entre azulejos

de una cocina barata.

 

Ven, toma mi cuerpo,

acaso mañana el temblor.

 

Sé que el amor salva,

tengo las manos de una mujer enloquecida,

las calles son mías.

 

Agárrame, voy a contarte

la historia de un fracaso.

 

Cuando la vida venga a pedirte

que sacrifiques tu piel

y tu vacío,

 

búscame en la distancia.

 

Este aire de felicidad

es una venganza.

Mis manos inventan los delitos.

 

Donde murió el abuelo,

yo hacía croché dos días antes

con lana de color ocre.

 

Ese

me pareció el mayor castigo del mundo.

PARÍS, MON AMOUR

París era mi abuelo en la distancia

diciendo adiós y cuídate,

el murmullo de la época adolescente.

París era el sueño de tantos

que París fue grande siempre:

la Concorde, Notre-Dame, Sacre Coeur.

Me equivoqué. París era distinta

a la ciudad de las guías que mi madre

había comprado. Aprenderé francés,

me dije, con acento extranjero

delante de un espejo.

Luego llegué con la soledad

de una niña de pueblo, en medio, tan pequeña,

de los parisinos abarrotando la plaza de Châtelet.

París tenía el olor de un panadero gordo

amasando harina de trigo,

olor a café, a libro viejo, olor a lluvia,

a suciedad en el metro, a restaurantes

chinos, libaneses, marroquíes, argentinos,

olor a queso, a crêpe,

a mostaza,

a vino, olor a algo parecido

a un sueño enfrascado y envuelto con un lazo

rojo, gigante, diciendo bienvenida.

París era bullicio, era gente nueva,

era un trabajo, hasta que un d´ia

maldije al señor aquel que me acusó:

ahora venís a robarnos el empleo.

París ha sido tantas cosas

que París tiene que quedarse

a la fuerza en la memoria

de una época que acaba.

He perdido muchas cosas,

pero el balance es positivo, podría decir:

he ganado el amor y he ganado en la lucha,

he ganado en ser más sabia

como los sabios que se contentan

con lo puesto,

he ganado en sentirme yo

en medio de esta ciudad que te persigue,

he ganado porque he aprendido

una lengua 

que será siempre ya mía.

He ganado las cosas

que ganan los que pierden:

saber que el miedo es el problema

de la fórmula sagrada,

saber que si no hemos vencido

nos queda a´ún el futuro en la pala

de la mano,

el corazón enraizado en muchas tierras

sin saber qué significado le dan en realidad

a la palabra patria.

He ganado en París todo lo que he pretendido

como una niña que aprende

a anudarse el lazo del zapato,

echa a andar y se deshace.

He aprendido que echar de menos

es el primer deber al salir de casa,

he aprendido a abrazar por el auricular

de los teléfonos,

a reírme de mí misma,

a estar alegre.

He aprendido que la vida es solo instante,

he aprendido a elegir,

o a intentarlo.

París ha sido frío, espeso, y algunos años

no ha tenido ni un verano,

pero puedo decir

que en París he querido parecerme

a Louise Bourgeois adolescente,

a Colette o a Simone de Beauvoir.

De puntillas bajo la lluvia

he bailado junto a la Torre Eiffel

como si alguien hubiese planeado 

el fin del mundo.

Llegué también con los brazos abiertos

y en París me estrujaron el corazón

y luego aprendí a calmar el dolor terrible

de lo injusto. Pero debo dar las gracias,

no olvidar que un país se hace casa

tan pronto como una aprende de memoria

los planos del tren y el metro.

Pienso en París amaneciendo

con el pijama puesto, llena de nostalgia,

porque ya no quiero nunca más quedarme sola.

Hacer la maleta pensando en París

es algo parecido a comenzar de nuevo

sin miedo a los idiomas o a los habitantes,

comprender la soledad de los árboles

y reconocer el frío antes de tener que sacar

la ropa de invierno.

Habitaré otras ciudades

y seguiré tachando idiomas y haciendo listas

de sueños y pendientes

y en el balcón seguirán la abuela,

mamá y papá, diciendo, adiós, hasta la vista,

y nosotros de la mano.

He tenido miedo. He crecido en medio

de rincones oscuros y caminos de piedra,

pero París tiene los ojos azules de mi padre

mirándome fijamente y diciendo

mantén el corazón tranquilo,

sonríe a quienes te hagan daño,

no olvides nunca

de dónde vienes.

Por eso París siempre será

un lugar

lleno de gris y hojas muertas,

la ciudad de los edificios señoriales

que yo misma construí sobre cada uno

de los lunares de mi cuerpo.

Por si algún día vuelvo a quedarme sin nada

y tengo que volver,

no me digas au revoir:

nunca me habré ido. 

DESPEDIDA

Ven, ya no tengo miedo,

he limpiado mi cuerpo de todos los peligros.

Para despedirnos, cerremos los ojos,

paremos el ritmo de los días,

impidamos que llegue el año nuevo. 

LAS MANOS DE MI ABUELA

Las manos de mi abuela,

como ese temblor

que pregunta en qué costumbre

y con qué fuerza

se inicia un soliloquio,

un pájaro en la noche

silba a los huidos

y a los muertos pide

que regresen.

Las manos de mi abuela:

esta orfandad,

esta repentina acumulación

de desamparos.

 

LA FELICIDAD

Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.

WISLAWA SZYMBORSKA

Serás mujer.

Serás delgada.

Luego serás normal.

Podrás estudiar

aunque serás secretaria.

Y serás hermosa.

Serás de media estatura.

No usarás tacones.

Serás elegante.

Te casarás.

Antes aprenderás idiomas.

Viajarás a países lejanos.

Ganarás lo justo.

Firmarás una hipoteca.

Conducirás un coche.

Irás al cine.

Fumarás tabaco.

Bailarás en discotecas.

Escucharás las canciones de tus padres

y música electrónica.

Te marcharás pronto a casa.

Tendrás hijos.

Olvidarás tus primeros novios

y tendrás alergias de primavera.

 

Que no se enoje la felicidad 

por considerarla mía.

 

SECRETO

La desilusión de un poeta,

el más antiguo de los ornamentos. 

 

LA ENFERMA

Lo falso solo tiene sentido

en los hospitales.

 

Nunca es una palabra que jamás rozará mi piel.

Conozco el dolor. Conozco la pérdida.

En París fui una niña enferma.

 

Pero me basta el amor.

 

Si le temo al miedo, una vez fui más allá:

ahora soy una mujer con dos cabezas

y un corazón hinchado.

 

Tres. Uno, dos y tres cadáveres.

 

La niña enferma, la niña muerta de miedo.

 

Mis abuelos hablaban de guerra:

 

mi venganza, ahora, será vivir. 

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