Myriam Seda, 19 años. Estudiante de Periodismo.

Henry Ford Hospital de Frida Kahlo

Henry Ford Hospital de Frida Kahlo

Les dije suavemente que bebieran vino y que tuvieran una habitación propia.

— Virginia Woolf

Recuerdo que un día hace no mucho se acercó a mí un señor en una tienda y me dijo muy bajito casi horrorizado: «no quiero asustarte pero tienes una mancha de sangre en los pantalones».

No me asusto, caballero. Y usted, tampoco. Soy mujer y tengo muchas cosas que contarle.

Sin duda, para llegar a este punto, tardé gran parte de la adolescencia en desmitificar toda cosa extraña que salía de mi cuerpo. Tomé conciencia de la existencia del feminismo cuando vi en una lámina el Henry Ford Hospital de Frida Kahlo. Por primera vez me enfrentaba a una obra con una temática tan propiamente femenina como es el aborto y su trascendencia psicológica. No mucho más tarde cayó en mis manos Tres mujeres de Sylvia Plath, y a cada verso compartí con ella la angustia física de no ser la mujer que tendría que haber sido, de no haber engendrado correctamente, de matar desde el interior sin querer. Ellas, dos de las grandes mujeres de mi vida, se preguntaban por qué. Por qué este útero, por qué esta sangre, por qué este dolor, por qué estas formas, por qué unos ovarios y unas trompas de Falopio y una matriz. Desde dentro de la pelvis quieren enseñar algo. Ellas no tuvieron miedo de decir todas las cosas, no fue su condición de mujer tabú o estigma a pesar de ser consideradas el sexo débil. Desde sus cuerpos, con sus temores y desengaños, contaron al mundo alarmadas lo que les pasaba. Las crudas imágenes de la misma Frida sangrante y vacía en una cama y de Sylvia dudosa y atacada por la crisis existencial, gritando ambas rabiosamente su desgracia de mujer, despertaron en mí muchos sentimientos: me hicieron saber que verdaderamente nosotras habíamos estado esperando siempre el momento de ser escuchadas.

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