¿Qué tipo de chica eres?

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Lena Dunahm tiene fans y antifans. ¿La amas o la odias? Cuando leímos su libro se nos quedaron muchas preguntas en la cabeza. ¿Nos llegó a gustar del todo? ¿Era como un capítulo largo de Girls o un pseudoensayo feminista? ¿Realmente es Lena feminista? ¿O es una petarda egocéntrica que no tiene ningún interés por la vida más allá de sí misma? ¿Qué hemos aprendido con su libro y qué hemos desaprendido? ¿Es Lena Dunham una superviviente de la posmodernidad? Desde La tribu de Frida no queríamos hacer una reseña corriente con nuestra opinión, por eso hemos traído a siete escritoras, periodistas y editoras nacidas en la misma generación que Lena Dunham para que nos cuenten qué piensan de ella y de su libro No soy ese tipo de chica. 

 

 

 

 

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1. Si tuvierais que definir a Lena Dunham en tres adjetivos estos serían:

Anna María Iglesia: Desprejuiciada, contra-corriente y parcialmente irreverente.

Ana Llurba: Neurótica, contradictoria y honesta.

Berta García Faet: Brillante, transparente, auto-complaciente.

Araceli Muñoz García: Humana, singular e histriónica.

Noemí López Trujillo: Graciosa, observadora y egocéntrica. A Lena Dunham le encanta hacer ver que es una rara avis en un mundo de corrientes mortales. No lo creo. Considero que es ingeniosa y creativa, pero lo que hace Lena es un poco tramposo: pone la lupa en las cosas más extravagantes que le ocurren o que piensa. En realidad, más que una forma de conocimiento profundo sobre ella misma, lo que ofrece es una visión deformada. La que ella quiere, claro.

Ana Cibeira: Americana , hípster, generosa.

Myriam Seda: Directa, megalómana, vivaz.

2. ¿Su actitud ante la vida es victimista o valiente? ¿Por qué?

Anna María Iglesia: No creo que sea ni una ni otra; evidentemente no es victimista, pero tampoco creo que pueda definirse como valiente en tanto y cuanto a lo que se enfrenta son a problemáticas que, sin quitarles peso, conforman la realidad cotidiana de muchas mujeres que, desde el anonimato, tratan de superarlas o, por lo menos, convivir con ellas de la forma más natural posible. Creo que más que valiente, podríamos decir que Dunham es alguien sin tapujos ni prejuicios que se ha atrevido a poner palabras a cuestiones que suelen silenciarse y que ha huído de las máscaras que la sociedad del espectáculo impone en forma de cánones estéticos y actitudes “políticamente correctos”.

Ana Llurba: Valiente, porque como dije aquí, porque ha cambiado la representación de los cuerpos de las mujeres en la pantalla chica.

Berta García Faet: En ningún caso es victimista: todo su libro se basa en la confesión (lo-religioso-sublimado-en-lo-terapéutico) de cómo ella crea, y se recrea en, buena parte de sus males. Es valiente a ratos: es valiente hasta que, cuando casi ha llegado al fondo más oscuro y más repugnante del pozo, se detiene ahí y se lame las heridas.

Araceli Muñoz García: Me da la sensación de que utiliza su valentía como una forma de victimismo y eso le resta credibilidad: No hay nada más valiente para mí que el que una persona anuncie que su historia merece ser contada, sobre todo si esa persona es una mujer […] Pero yo quiero contar mis historias”.

Noemí López Trujillo: Bueno, no veo por qué tiene que ser o una u otra. Creo que es ambas cosas. Un ejemplo para ilustrar mi respuesta: recuerdo un capítulo de ‘Girls’ en el que Hannah (el álter ego de Lena) consigue que una editorial apueste por su novela. Se hace muy amiga de su editor y este, de repente, muere. Cuando se lo cuenta a Adam, su novio, este exclama: “¡Es terrible! Lo siento, ¿estás bien?”. Y ella responde: “¡No! ¿Qué va a pasar ahora con mi libro?”. O sea, tu editor y amigo muere y tú nada más enterarte te preocupas de qué va a pasar ahora contigo. Es muy ‘yoísta’, victimista… y valiente de narices. Porque reconocer públicamente ese egoísmo linfático es atrevido, eh. El libro está lleno de fragmentos así, con reacciones totalmente impredecibles que ella cuenta con naturalidad. Como diciendo: “sí, así soy yo”.

Ana Cibeira: Vende su victimismo muy bien (su idiosincrasia es capitalista)  y a la vez lo usa como acto catárquico mostrándolo en público, así que también tiene el valor de hacerlo.

Myriam Seda: Antes pensaba que era más valiente. Después de la lectura de Not that kind of girl y conocer el entorno en el que ha crecido (esta chica no ha salido de un suburbio, está claro) la considero más bien una victimista muy divertida.

 

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3. ¿Qué es lo que más os ha gustado del libro?

Anna María Iglesia: La ironía que da al libro el toque irreverente que lo define y que lo hace destacar.

Ana Llurba: La continuidad autoficcional entre Lena Dunhan y Hannah Hovarth.

Berta García Faet: Es inteligente, es lúcido, es desternillante, es abismalmente conmovedor. El auto-retrato se convierte en muchísimas ocasiones en un retrato colectivo: el de la mujer joven, occidental y más o menos acomodada, del siglo XXI. Recoge muy bien el tipo de tensiones psicológicas, imposiciones ideológicas y culturales, y disonancias cognitivas en cuya complicada encrucijada se encuentra este tipo de chica. Por supuesto, este tipo de chica no es toda chica. No habla en absoluto de la mujer joven o no joven que no es occidental y que no es privilegiada (a nivel familiar, educativo, sexual, etc.). Pero estas chicas de las que habla Lena Dunham al hablar de sí misma sí existen. Existimos; existo. Más o menos.

Araceli Muñoz García: Se trata de un libro frugal pero también sincero y honesto que, más allá de lo dicho, incita a la reflexión de la propia identidad.

Noemí López Trujillo: Más que gustarme, hay muchas partes que me han parecido interesantes. Al menos para conocer a alguien como ella. Quiero decir, no todos los días una persona a la que vemos por televisión se abre de una forma tan brusca, haciendo que incluso sus defectos más despreciables sean fascinantes, y su intimidad más recóndita no nos resulte ajena. Tiene mérito.

Ana Cibeira: El valor que le da a herstory, y a la escritura como medio de transmisión de esa genealogía de voces femeninas y en ocasiones feministas.

Myriam Seda: Ahondar en el lado emocional de Lena (¡existe de verdad!). Capítulos como Compartir cama platónicamente, Igor o Compartiendo preocupaciones son de mis preferidos.

 

4. ¿Qué es lo que menos os ha gustado?

Anna María Iglesia: Ironía e irreverencia no son sinónimos de profundidad, cosa que se hecha de menos al tratar temas relacionados con la aceptación de uno mismo, ya sea por cuestiones físicas o por tendencia sexuales.

Ana Llurba: Las anécdotas con los psicólogos y el diario de las comidas.

Berta García Faet: Tolero el egocentrismo del autor si éste me dice algo del mundo o de mí. En muchos capítulos el egocentrismo fundacional del relato me cuenta una historia muy interesante: una historia que mete el dedo en la llaga. En otros capítulos, por el contrario, el egocentrismo no tiene una justificación que trascienda el interés que podamos tener o no tener en la persona personísima de Lena Dunham. Por otro lado, no a nivel literario sino a nivel moral, algunos de estos ensayos caen en el peor pecado ético que se puede cometer: el de la auto-complacencia. Dunham explica pormenorizadamente algunas de sus fallas y sus heridas y sus tropelías y sus maldades: sus orígenes, sus cómicas y trágicas dimensiones, sus consecuencias. En este sentido, es una indagación, una indagación que parte de la voluntad crítica de pergeñar un retrato, a la vez totalizante y fragmentario, que no se conforme con el propio objeto al que se refiere (ni con el propio retrato). No obstante, en algunas ocasiones esta voluntad crítica se quiebra estrepitosamente y aparece la pereza moral: porque queda bonito y porque queda humorista y porque queda hípster, Dunham alardea (en vez de sumirse en lo que debería venir después del dolor y de la vergüenza: el propósito de enmienda) de la peor parte de sí misma. La peor parte de sí misma tiene que ver, por cierto, con un cierto tipo de egocentrismo tan extremado y tan extremadamente frívolo que ya no hace gracia.

Araceli Muñoz García: El hecho de que Lena Dunham tome sus memorias como una suerte de libro de autoayuda. Prefería haber leído “No soy ese tipo de chica” sin ningún tipo de dictamen. El fragmento “Si puedo coger lo que he aprendido y hacer ese trabajillo más fácil para ti, o evitar que llegues a practicar esa clase de sexo en la que tienes que dejarte puestas las zapatillas de deporte por si quieres salir corriendo el pleno acto, en ese caso cada uno de mis fallos habrá valido la pena”, anula en un porcentaje bastante alto el valor del libro.

Noemí López Trujillo: Los capítulos tipo “20 cosas que llevo en el bolso” o “15 cosas frases de mi madre” o “13 cosas que no se le deben decir a una amiga”. Ok, Lena, ya sabemos que eres ‘cool’.

Ana Cibeira: Su empoderamiento mal entendido, un mal contemporáneo . El libro es una buena crónica escrita con pasión y humor. De su discurso lo que me inquieta es la falta de claridad. Pero este ‘sí pero no’ es lo que define a Dunham, así que no puedo prejuzgarla sino sólo desear que partiera de otro sitio, pero me doy cuenta que esto es desear que fuera otra.

Myriam Seda: Que el libro en realidad es un guión de Girls largo. Me encanta la serie y me encanta Lena, pero con una autobiografía esperaba ver algo mucho menos superficial. Dudo mucho que ese personaje que ha acabado creando pueda ser una mujer real.

 

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5. ¿Es Lena Dunham feminista o no? ¿Por qué?

Anna María Iglesia: El concepto de feminista está muy manido, en el sentido en que deberíamos preguntarnos antes qué significa ser feminista y, sobre todo, si entendemos el ser feminista en tanto que enmarcada en una reflexión teórico-filosófica, ya sea en la línea de Judit Butler, Helen Cixous o de cualquier otra teórica de prestigio. Por mi parte, si tomamos la definición más coloquial y, puede, más simplista de “feminista” como quien alza la voz contra la imposición del concepto de “mujer” que desde determinados ámbitos de la sociedad se impone y que reduce a la mujer a una imagen estereotipada que cumple un determinado rol prefijado, entonces es feminista. Pero no iría mucho más allá.

Ana Llurba: Por supuesto que es feminista, partiendo de la base que entiendo por ser feminista a cualquier persona que  esté a favor de la igualdad social y económica de hombres y mujeres. Es feminista porque ha expresado su historia, la cual es universal pero a un nivel de representación ficcional y no político, dos cosas que siempre se confunden. Habla en nombre de ella misma y el hecho de que nos sintamos identificados con varias de las tribulaciones de su personaje, de que hagamos la famosa catarsis aristotélica hace que sea universal, a nivel ficcional, aunque no represente todas las experiencias femeninas posibles, ni se lo proponga. Comparto que pongamos el feminismo sobre la mesa pero me jode mucho que se complejice todo al nivel de la discusión entre Fraser y Butler y el dilema redistribución o reconocimiento o la último libelo de Beatriz Preciado. Creo que hoy hay más feminismo en lo que hacen los fanzines (Bulbasaur, Bravas, Nenazas) o el periodismo de Lucía Lijtmaer y Begoña Gómez, en una canción de Beyoncé o en Girls que en una asignatura sobre sobre género en la universidad donde un cierto sentido común progresista no pone nada en duda. Hay que sacar el feminismo de las aulas y también descodificarlo de los movimientos sociales. No soy antilectual, para nada, pero creo que para que ser feminista vuelva a ser algo de sentido común, como estar en contra del Holocausto o del franquismo, hay que popularizarlo. Como bien señala Roxane Gay aquí, creo que Lena Dunham prefiere ser una mala feminista que no serlo. Y yo también.

Berta García Faet: Si ser feminista es defender la igualdad de oportunidades, derechos y deberes de todas las personas independientemente de su sexo y/o género, y problematizar la supuesta naturalidad de los estereotipos de género y de orientación sexual desde una perspectiva histórica, Dunham es definitivamente feminista. Por poner sólo un ejemplo, Dunham transgrede el tabú de la “femenina” modosidad, revelando, con pelos y señales, con total transparencia (y con total garrulidad), cómo esa feminidad impuesta duele, y además es mentira. Si la misoginia nos dicta que la mujer es, por definición, charlatana, Dunham va más allá y hace de la charlatanería, de la locuacidad obsesivo-compulsiva, la razón de su propuesta artística. Un caso particular de esto sería la cuestión del peso, del canon estético anti-gordura (que ella incumple). Otro, el de la salud mental (que ella incumple) (por cierto que su no-salud mental tiene que ver con su no-cumplimiento del canon estético dominante). Otro, el de la suficiencia de la femme fatale seductora (que ella incumple). Otro, el de la mujer púdica y sistemáticamente hermosa que no tiene cuerpo –no tiene grasa, no tiene enfermedades, no tiene mocos, no tiene heces, no tiene vómitos−, sino angélicas alas (que ella incumple).

Podría argüirse que el episodio de la “pseudo-violación” (digamos, del abuso sexual) es ambiguo. Lo es, y eso no lo hace menos feminista. Porque ese tipo de abuso sexual es ambiguo: nace, se reproduce y muere en la más absoluta ambigüedad. Lo que dice Dunham haber pensado y haber sentido es lo que hemos sentido la mayoría de nosotras en ocasiones similares: ambivalencias, vaguedades, sapos y culebras que no sabemos dónde nos escuecen, dolores que no nos atrevemos a nombrar porque nos han enseñado que no son dolores: son, sencillamente, “ser mujer”. El feminismo parte de esa ambigüedad, de darse cuenta de que sí cabe preguntarse qué es lo que pasó, de darse cuenta de que sí cabe negar la normalidad (la naturalidad y, en consecuencia, la insignificancia) de eso tan horrible y tan complejo que ha sucedido y que aún está sucediendo.

Araceli Muñoz García: Es difícil entrar en esta cuestión, pero prescindiendo de matices, Lena es feminista, lo dicen por ella sus propias palabras: “Por mucho que hayamos trabajado y muy lejos que hayamos llegado, aún hay muchísimas fuerzas que conspiran para decirles a las mujeres que nuestras preocupaciones son insignificantes, que nuestras opiniones no hacen falta, que carecemos de la seriedad necesaria para que nuestras historias se cuenten. Que estos escritos personales hechos por mujeres no son sino un ejercicio de vanidad y que deberíamos valorar este nuevo mundo para mujer, sentarnos y cerrar la boca”.

Noemí López Trujillo: No soy muy partidaria de que los demás decidan quién es o no es feminista. Si ella dice que lo es, ¿por qué ponerlo en duda si no ha demostrado lo contrario? Otra cosa es si el libro es un alegato feminista o no. Y en este caso creo que no. No sé si tiene vocación de serlo, pero si la tiene, es fallido (desde mi punto de vista). Lena se escuda mucho en decir que ha tenido una educación feminista y que ha ido a colegios e institutos donde se educa a la gente en la igualdad y en la libertad. Es como si destacando eso de su pasado dijese: “con este bagaje, ¿cómo no voy a ser feminista?”. Con esa educación, ¿cómo acusarla de lo contrario? Yo creo que su feminismo no vale para todo el mundo, y eso es un error. Ella es feminista respecto a “su” mundo. Es decir, feminista-ombliguista: vamos a luchar por las mujeres de aquí, vamos a luchar porque yo como guionista pueda ser respetada en un mundo de hombres, vamos a cobrar lo mismo. Una vez se supere eso, ¿seguirá Lena Dunham preocupada por la posición que otras mujeres mucho menos afortunadas que ella ocupan en el mundo?

Ana Cibeira: Sí, forma parte del feminismo de la tercera ola americano, blanco y hetero.  La igualdad económica es real en su contexto de artista que triunfa. Esa posición privilegiada la lleva reivindicar un cambio de paradigma simbólico: que no haya prejuicios contra las mujeres. Lo cual no es poco pedir.

Por otro lado, todo su trabajo es un diálogo con la perfección, esa exigencia marca de género: para las mujeres es un requisito cultural, para los hombres lo ERA social. Este tema me interesa mucho, ella lo resuelve mostrando el error con humor, y resulta reconfortante.

Myriam Seda: Tengo subrayada una frase en el capítulo Chicas y capullos sobre el tema que me encantó: “Yo aprendí que el feminismo era un concepto digno mucho antes de ser consciente de que era mujer”. Aun así, la perspectiva que muestra Lena en el libro está, para mi gusto y sorpresa, bastante distanciada del feminismo. Toda esa valentía que le atribuimos queda totalmente ensombrecida por la superficialidad (otra vez esta palabra, dudo que no la vuelva a usar antes de terminar) con la que trata el sexo o el amor.

 

 

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6. ¿Te has llegado a sentir identificada con ella? ¿En qué? En el caso de la respuesta negativa, ¿por qué no?

Anna María Iglesia: Me puedo sentir identificada en cuanto creo que mi generación, de mayor o menor manera, nos hemos tenido que enfrentar a nuestra imagen: a lo que somos y a lo que nos dicen que debemos ser. Quienes hemos tenido problemas con la alimentación y vivimos, a pesar de haberlos superado, con ese fantasma de la comida y de la talla, podemos encontrarnos, en parte, en su libro. Sin embargo, no puedo decir que haya sentido una plena identificación: la diferencia de mundos marca una distancia que impide, al menos para mí, la identificación.

Ana Llurba: Sí, aunque estoy en mis treinta y evidentemente no participo del zeitgeist milennial, creo que cualquiera que haya tenido veinte años y haya estado bastante perdido podría identificarse con las aspiraciones, los dilemas, las caústicas y complicadas relaciones afectivas y sexuales, así como los arquetipos de amistades, la precariedad laboral, etc.

Berta García Faet: Sí me identifico con lo que cuenta –sus experiencias son, aunque sólo en parte, las mías−. No me identifico en cómo lo cuenta cuando renuncia a la auto-ironía: tengo aversión a la auto-complacencia, que en su caso es una  auto-complacencia del yo en su propia centralidad universal y de su clase socio-económica en su pretendida ejemplaridad y representatividad. Tampoco me identifico con lo que deja fuera de su campo vivencial y testimonial: las cosas que más me importan a mí personalmente no parece que le importen mucho a ella (me refiero al compromiso político, a la pesquisa religiosa, a la alucinación ética).

Araceli Muñoz García: Sí. Sentimientos repetidos (no todos, claros), situaciones similares (quizá no tan irreverentes) e incluso dietas parecidas (malditas calorías). Aunque la identificación no va más allá de eso. Nuestro mundo y nuestra manera de verlo y de experimentarlo poco tienen que ver. No todas somos ese (este) tipo de chica.

Noemí López Trujillo: Relata cosas que me han pasado a mí (e imagino que a muchas mujeres), pero sentirse identificada es algo diferente: es que te haga sentir como se sintió ella. O que describa cómo se sintió del mismo modo en el que te sentiste tú. No me ocurre eso. Su forma de actuar o de reaccionar a las situaciones que hemos tenido en común es tan diferente a la mía que me es imposible verme reflejada ahí.

Ana Cibeira: No, demasiado hípster. Esta de vuelta de… en un mundo que cree que ha superado la posmodernidad,  cuando yo creo que ni se ha llegado a ella.  Yo sigo ideológicamente hablando, sigo en el siglo XX de la paradoja, jugando con la tecnología y los disfraces del XXI.

Myriam Seda: En muchas ocasiones. Me identificaba con ella en las partes en las que era más humana, más mujer. Las cuestiones emocionales y el genial capítulo ¿Quién ha movido mi útero? me hacían pensar: “y, ¿quién de nosotras no se ha planteado todas estas cosas antes?

 

7. ¿Son  los problemas de Lena Dunham del primer mundo? ¿O son dilemas existenciales aplicables a cualquier chica de nuestra edad de cualquier continente y religión?

Anna María Iglesia: Evidentemente son problemas del primer mundo, del neo-capitalismo, de la sociedad del espectáculo de Guy Debord y de la pantalla global de la pantalla global de  Lipovetsky que ha reducido el individuo y, en especial, a la mujer en un objeto, en una imagen, en una marca.

Ana Llurba: Una parte son problemas del primer mundo: sus TOCs, sus aspiraciones artísticas, sus neuras alvysingerianas son muy newyorkinas pero también paradigmáticas para quien viva en cualquier ciudad. Lo que creo que es universal es ese agujero existencial que es tener veinte años. Nací, me crié y estudié en Córdoba, Argentina, que aunque no es el tercer mundo, tampoco es el primero. Trabajo desde los 18 años y me he pagado yo misma los estudios. Aunque Lena no fue a la Ivy League, es una chica de clase media alta, y sus padres la ayudaron a producir Tiny Furniture, su primer film, una pertenencia de clase que nunca ha ocultado, por cierto. Evidentemente, no compartimos las mismas experiencias vitales, al igual que nos las comparto con Dostoievsky, Bashevis Singer, Richard Yates, Franzen, Junot Díaz, Chimananda Ngozi Adichie, Banana Yoshimoto o Jerry Seinfeld, y eso no impide que me identifique con lo que les sucede a sus personajes. Porque ese es el poder universal de la ficción.

Berta García Faet: Sobre todo son problemas de cierto mundo occidental: el acomodado. Lo cual no es un pecado: una puede escribir única y exclusivamente sobre las experiencias de una mujer joven occidental y acomodada. El problema surge, en primer lugar, cuando se erige en ejemplo universalizante (¿o somos nosotras las lectoras y las espectadoras de “Girls” las que a veces hemos caído en eso?) y, en segundo lugar, cuando trata el tema de qué pasa ahí afuera (en el mundo no occidental y no acomodado), y lo hace con una falta absoluta de humildad, de lucidez básica y de respecto que, a la postre, resulta bastante decepcionante.

Araceli Muñoz García: Por muy relativos que puedan llegar a ser los problemas de cada uno, hay mucho de primer mundo en los de Lena Dunham. Quizá lo que ocurre es que ha intentado alejarse tanto de “ese tipo de chica” que ha acabado abandonando a “este otro tipo de chica” del que parecía ser esencia. Ha conseguido salir del canon, de acuerdo, pero ¿caben más chicas en el que ella misma ha creado?

Noemí López Trujillo: Son del primer mundo, pero de un primer mundo muy concreto: el de vivir sin preocupaciones en una familia de clase media-alta. No creo que una chica de 15 años de Etiopía esté preocupadísima por perder la virginidad. Es lógico. El lugar donde naces te condiciona.

Ana Cibeira: Sus problemas son totalmente del primer mundo, este que desde mediados del XX se permite analizarse y de un tiempo a esta parte ganar dinero con ello.  Pero debido a la globalización, con los americanos compartimos cultura y sobre todo representación de la cultura (con Hollywood como principal transmisor) a lo ancho y largo del planeta, así que sí se pueden dan esos problemas en otras geografías. Lo que sucede es que  muchas chicas tienen otro background de tradición o religión, lo que lleva a tomar  decisiones muy distintas a la hora de enfrentarse a la amistad,  al amor, trabajo… la presión social es diferente según la sociedad, por ejemplo los protestantes se realizan  en primera instancia a través del trabajo, los católicos formando parte de una  unidad familiar.  El mundo funciona con parámetros parecidos, pero cada comunidad tiene su centro en distinto lugar.

Myriam Seda: Depende del tema que se trate: si es uno en los que se disparan sus delirios de grandeza, claramente se aleja muchísimo de lo que puede resultarnos a las mujeres un dilema existencial normal.

 

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8. ¿El relato de tus peores defectos, errores y meteduras de pata es «la literatura confesional» del XXI?

Anna María Iglesia: No, todo me ha servido, la literatura en general conforma mi relato, ya sea la literatura del siglo XXI o anterior, ya sea la literatura escrita por autoras como escrita por autores. En este sentido, entiendo la literatura desde la ruptura de los márgenes temporales, geográficos y genéricos. Y toda ella ha sido un espejo en el que mirarme, buscarme e interrogarme acerca de mí misma y acerca de la realidad que me rodea.

Ana Llurba: No. Lena Dunham tiene aptitudes para la escritura pero esta biografía escrita tras el famoso contrato de tres millones no es, por supuesto, la Gran Novela de Esta Época. Y lo más importante: tampoco lo pretende.

Berta García Faet: La literatura confesional, si es buena, es una maravilla. Pero la confesión no debe ser nunca un fin en sí mismo, a riesgo de caer en la compulsividad insustancial y la trivialidad insignificante. La literatura confesional que funciona trasciende tanto al confesionario (ya sea religioso, ya sea psicoanalítico) como a la literatura de auto-ayuda. La confesionalidad de Dunham a veces funciona –porque la confesión va más allá de sí misma, para auto-cuestionarse, para poner en duda la buena fe de todo el proceso confesivo en sí mismo−, y a veces no funciona. No funciona cuando el ego queda atrapado en sus propias lentes de ego, cuando el ego se complace en ser nada más y nada menos que un ego, cuando el ego se auto-aúpa y se auto-corona, cayendo en un solipsismo (vinculado en muchas ocasiones al consumo de bienes y servicios y emociones) que resulta tan típicamente capitalista que, de súbito, deja de importarme nada.

Araceli Muñoz García: Sí, no hay duda. El antihéroe es el nuevo héroe. La perfección aburre porque no hay mucho que contar de ella, mientras que la imperfección, la equivocación, y la zona gris de cada uno acaba llamando la atención de cualquiera. Todos somos humanos y acabamos siempre en el lugar equivocado. El hecho de que en ese lugar pueda haber más gente que también tenga esas equivocaciones y defectos, hace que nuestras pequeñas desgracias sean más llevables.

Noemí López Trujillo: Creo que es un híbrido entre relato confesional, costumbrista y autobiográfico. Al final, está retratando a una generación y, en concreto, la relación de ella misma respecto a esa generación. Puede que sí lo sea, aunque lo importante es si es una buena o mala literatura.

Ana Cibeira: Sí, de este primer mundo del que hablamos. Esta “nueva sinceridad” de narradoras/es rebeldes tiene mucho que ver con el juego de espejos de la red. En los 90 había un individualismo atroz pero apasionado: el prota postadolescente seguía creyendo en el arte. En los 2000 empezó a obsesionarnos la intimidad, mostrar el proceso del arte y analizar las contradiciones entre estar posicionado y querer tener éxito. Mezcla este cóctel con la doble dimensión que le ha dado internet a la vida y ahí tienes la narrativa  del S.XXI, que buscándose a sí misma convierte  todo lo que toca en confesional. Foster Wallace dijo “Los nuevos rebeldes quizás sean artistas que intenten violentar los bostezos, las miradas condescendientes, las sonrisas cool, los codazos graciosos, la parodia de ironistas dotados, el “Oh, que banal”. Arriesgándose a las acusaciones de sentimentalidad, de melodrama. De sobre-credulidad. De debilidad. La inclinación a ser considerado un bobo por un mundo de trolls y de advenedizos que temen la mirada censora y el ridículo por encima de la prisión. ¿Quién sabe?”.

Además el éxito del arte  hoy en día es vender, así que una vez que internet nos representa casi a tiempo real, es normal que el relato en primera persona de nuestras vidas, en cualquier formato y sin proceso reflexivo, se haya convertido en tendencia. La ética está demodé.

Myriam Seda: Prácticamente sí, aunque, por suerte, aún queda un resquicio del mundo interior del que escribe.

9. ¿Habéis aprendido algo con su libro? En el caso de respuesta afirmativa, ¿qué?

Anna María Iglesia: No, no creo que pueda decir que haya aprendido nada en particular.

Ana Llurba: Sí, que es saludable conectar ese pequeño enano weirdo interior, egomaníaco y susceptible para aprender de sus errores.

Berta García Faet: Aprecio su extraordinaria capacidad para hacer de la anécdota más insulta una épica de la auto-hiper-conciencia. Aprecio su valentía para hacer de la anécdota contingente –de mujer, de joven, de occidental, de acomodada- una historia que, desafiando a cierto canon literario masculino, vale la pena contar. Lo que no aprecio es la posición en la que se sitúa el yo narrativo en los últimos capítulos: un yo más allá del bien y del mal, un yo que supuestamente ha alcanzado el equilibrio mental y existencial (¡a través del amor romántico y a través de la institución de la pareja seria!), un yo que mira por encima del hombro a su yo del pasado y a nuestros yoes lectores.

Araceli Muñoz García: Que quizá aún no nos hemos encontrado porque estamos buscando en el sitio equivocado.

Noemí López Trujillo: El propósito de su libro es “enseñar”. Una guía de humillaciones, traumas y algunos finales felices con las que algunas chicas puedan reflexionar y decir: “esto me ha pasado a mí, quizá debería actuar así”. En mi caso, los libros con vocación de enseñar-aprender me echan para atrás. Parece una especie de manual de autoayuda.

Ana Cibeira: Me encanta el trabajo literario que hace con su creative nonfiction y su particular manera de no disociar arte&vida. Todavía estoy analizando su trabajo y aprendiendo, y desde luego quiero estar tan empoderada como ella.

Myriam Seda: No, no he aprendido nada. Eso sí, estoy releyendo todo lo que subrayé y hay partes que realmente merece la pena haber leído, pero no ha aportado nada sustancial a mi vida (“Sé que cuando esté al borde de la muerte, echaré la vista atrás, y lo que lamentaré será haber discutido con ciertas mujeres; mujeres a las que pretendía impresionar, comprender y que me torturaron. Mujeres a las que desearía volver a ver para verlas sonreís, reír y decirles: «Todo ha sido como tenía que ser»”).

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10. ¿Por qué recomendáis o NO leer este libro?

Anna María Iglesia: Ni lo recomiendo ni lo dejo de recomendar; pienso que está siempre está bien –y es necesario- leer a las nuevas voces de la literatura y Lena Dunham lo es. No lo desaconsejaría, aunque confieso que antes recomendaría otras obras.

Ana Llurba: Sí, recomiendo leer este libro. Aunque sea por el tirón que tiene la serie y que lo lean chicas que no lean literatura ni tenga nun criterio acerca de libros que escogen. Como dice Gabby Bess aquí, es importante que las mujeres leamos y contemos nuestra propia historia para participar de esta gran conversación que es la historia de la literatura y el arte, y el feminismo. Esa es la forma de participar en la construcción de un nuevo universal como señala Chris Kraus aquí. Lo siento por los links, pero no puedo pensar sin sentirme un poco espiritista y que un montón de voces que admiro hablen a través de mí.

Berta García Faet: Hay que leer este libro. Para poder discutirlo. Para poder discutirnos.

Araceli Muñoz García: Porque a Lena Dunham hay que conocerla para poder amarla u odiarla después, o ambas cosas al mismo tiempo y, sobre todo, porque para descubrir si eres ese tipo de chica o no, primero tienes que hacerte un selfie con él (y no puedes hacerlo si no lo has leído antes).

Noemí López Trujillo: Se lo recomendaría a aquellas a las que, como a mí, les interesa(ba) Lena Dunham y quieran comprobar si están de acuerdo o no con todo lo que aquí se ha dicho. Debatir es vivir.

Ana Cibeira: Se lo recomendaría a amigas hispers y a narradoras/es que investiguen las nuevas formas de contar  y a seguidoras/os del cine directo, en concreto del mumblecore.

Myriam Seda: Recomiendo su lectura porque es entretenido siempre y cuando no se vaya con la expectativa de leer una autobiografía profunda, porque en ese caso, decepcionará.

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