Dos poemas de Antonio María Calera-Grobet

de la mano de Gerardo Grande

Antonio María Calera-Grobet (México, 1974). Nació en el Puerto de Veracruz. Escritor, editor y promotor cultural. Ha sido colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Como promotor ha dirigido proyectos para espacios independientes e instituciones como el Museo de la Ciudad de México, la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, la Casa del Lago de la UNAM y la Fundación del Centro Histórico, en la que fue director de Casa Vecina. Espacio Cultural. Como editor de Mantarraya Ediciones ha publicado cerca de cuarenta títulos especialmente primeras obras de jóvenes escritores. Es autor, entre otros libros, de Gula. De Sesos y Lengua (2011), Carajo. Personas, animales y cosas en el fin del mundo  (2012), y la novela Zopencos (2013). Fue columnista para El Jolgorio Cultural, Gourmet y el sitio web de Letras Libres (2010-2013), y actualmente escribe columnas para la revista Variopinto y el periódico sinembargo.mx. Desde hace diez años es propietario de “Hostería La Bota”, un centro cultural-restaurante que genera, estimula y trafica ideas desde la Ciudad de México. Su tatuaje: “Antes del fin de este mundo escribiremos otro”.   

 

ME VA LA VIDA. POEMA PARA LEERSE EN UN ESCENARIO.

Te pido que nos larguemos de una vez, a volar sobre los escombros de viejos templos, a tirar bayonetazos contra la noche impuesta, que nos vayamos de copas como en los viejos tiempos, una y otra vez, hasta que nos reviente la cabeza. Te pido pues que nos vayamos, ya no hay tiempo, a despertar, a avivar el fuego amigo, a hacer que chillen como cerdos los aceros, que liberemos a los píos que se encuentren sin credo, abramos el paso al alba de todos nuestros muertos.  Vayamos te pido, a lamernos la herida, a jurarnos sobre los brazos de los ríos, a consolarnos con nuestra propia saliva, a reinventarnos por los siglos de los siglos. Porque hay que abrir cuarteles bien plantados de provisiones, para pelear la contra al dolor y la locura: hay que olvidarnos ya, de los barullos monocordes, y hermanarnos como abecedario, embestir con gala y hermosura. Vayamos los dos a partirnos la cara contra la infamia, que vaya que existe hay pruebas inescrutables: nada de accidentes, nada de casualidades: todo este mal salió de la manga de una piara de cerdos cavernícolas, puros enfermos mentales. Te pido en verdad nos arrumbemos sobre las tumbas, florezcamos como el humus entre los bosques, demos de coletazos a las sobadas estructuras, abramos el pecho luego de tanto golpe. VAYÁMONOS TE DIGO, A PATEAR ESAS CABEZAS HUECAS, DECIRLES QUE ESA LEY DE SU MÁS FUERTE SE LA METERÁN TARDE O TEMPRANO POR EL CULO, QUE NO NOS MOVEREMOS CON LOS HILOS DE SU RUECA Y QUE, ANTES DEL FIN DE ÉSTE, QUE LO TENGAN SEGURO, TÚ Y YO, ESCRIBIREMOS OTRO MUNDO. Te pido, entonces, como puedo, que no tengas miedo, que no midamos las consecuencias (por lo demás ciertamente incalculables), de subir como cohetes a olisquear la trascendencia, que gritemos “TODO MENOS MIEDO”, con la cara dura de los inquebrantables.

ESO ES LO ÚNICO, PUES, QUE YO TE PIDO: QUE NOS ATREVAMOS A CARGAR LOS LOMOS DE NUESTROS VIEJOS CUERPOS, A DERRIBAR LA ABOMINABLE ESCENA QUE NOS FUE IMPUESTA, QUE NOS VAYAMOS DE BOCA COMO EN LOS VIEJOS TIEMPOS, UNA Y OTRA VEZ, LAS VECES QUE SEAN. PORQUE ALGUIEN TENDRÁ QUE CONCENTRAR LA  LUZ DEL SOL EN ESTOS BELLOS Y NUEVOS DÍAS, SUBRAYAR LA ELEGANCIA DE DANZAR CON NUESTROS HUESOS SOBRE LAS PISTAS.

Y MÁS QUE NADA PARA ALUMBRAR NUESTRA VIEJA CASA HECHA DE PALABRAS, QUE EN ELLO SE NOS VA LA VIDA, SACAR LA CASTA, CUANTAS VECES SEA NECESARIO, DE LAS PALABRAS,

SACARLAS A ESA LUZ, HASTA NUNCA DECIR: ¡BASTA

Algo sobre él

 

Mi padre y yo nací. Mi padre que me enseñó a comer. Mi padre que me enseñó a nadar. Mi padre que en la alberca hacía las veces de oso marino. Mi padre que prendía todo de una tortilla. Mi padre el que no se encuentra por el momento. ¿Padre mío?, le llamaba. “Dime tío”, el decía. “Tío”, le decía. “Te hecho al río”, contestaba. Y yo reía. Mi padre, Salvador Calera Arizmendi Álvarez del Manzano, Marqués del Pumarín, alias El Panoyo. Y por cierto que yo no sé hacer aún nudos de corbata. Mi padre siempre me hizo los nudos de mis corbatas. Mi padre solía decir que estaba amarillo y chupado. Y mi padre, por cierto, era de los que decía: “Dijistes”. Yo amaba por supuesto mucho a mi padre, y por supuesto esto no es un poema. Mi padre lo único que tuvo fue un doctorado en cerveza. Peor, mi padre tenía un monóculo, y unos lentes, y una lupa. Mi padre a todo decía que sí. Uno le llamaba y jugaba: “¿Sí… lindro?”. Mi padre se acababa cervezas y helados. Mi padre también tenía unos binoculares de la segunda guerra mundial, y con ellos sus hijos apuntábamos a los cráteres de la Luna. Yo digo que cuando nació mi padre rompieron el molde. Así es, señor. En su casa que yo cuido, se oyen aún caer las corcholatas cuando mi padre bebe sus cervezas. Mi padre quedó destrozado de la cara, y mi padre se hizo de cachos en aquel choque rumbo a las pirámides de Teotihuacán. Por eso mi padre fue quemado y ahora es puro polvo. Mi padre, cosa curiosa, dizque hacía composturas de autos, licuadoras, videocaseteras, también de radios. Mi padre, cosa más curiosa, siempre nos dijo que cuando muriera lo regáramos en lotes de coches usados porque le gustaban mucho los autos. Pero regresando a otro orden de cosas me acuerdo que a mi padre yo le decía algo así: “¿Papá?”, le decía. “¿Qué pasión?”, me contestaba. Mi padre ahora ya no dice nada. Y no nos dice nada porque ahora es puro polvo, y el puto polvo no habla. 

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