Sábado, 31 de enero, 2015
La vida familiar y la vida cotidiana, que a ustedes pueden parecer cosa femenina, es decir, cosa concreta, es decir, cosa prescindible, es lo único que encontrarán en el relato de mi vida, que tanto trabajo me está dando, por ofrecerles a ustedes algo harmonioso pero fiel. Eso doméstico que ustedes están cansados de vivir, es todo cuanto tiene la narración de este diario. Es, a partes iguales, aburrido y fascinante. Ustedes ya saben de qué hablo porque, como yo, están inmersos en el mismo quehacer que el mío: vadear la obligación.
Así, puedo seguir. Normalmente los sábados salimos a hacer un paseo en bicicleta. Por un costado del río, con Criatura hemos llegado a hacer quince kilómetros. Pero hoy hemos cambiado el plan porque nos apetecía ir a una feria artesanal. Después de dar un paseo entre cestos, flores y bolsas de piel, nos hemos subido al automóvil con la intención de ir a Montserrat. El Señor Albero, mientras nosotras apurábamos los últimos minutos en la cama, ha preparado los bocadillos y las mochilas. El día no era del todo soleado, pero cuando tienes una criatura un fin de semana sí y otro no, este tipo de cosas no cambian lo previsto. Dentro de dos semanas, cuando volvamos a estar los tres, se casa mi hermana, ustedes ya tenían esta información, así que no podremos ni hacer ruta ni ningún otro plan. Posponer lo de hoy significa dejarlo para dentro de un mes. Los márgenes de tiempo son así. Si llueve o algo te impide hacer lo que tenías pensado, te decepcionas. Por suerte el tiempo nos ha respetado y hasta ha salido un poco el sol. Era la primera vez que llevábamos a Criatura a una montaña de verdad, nada de bosque, y estaba emocionada sobre todo por la mantita roja que llevábamos para la hora de comer —su primer picnic, dice. Hemos andado durante dos horas y media mientras Criatura aprendía a poner el pie en los sitios seguros para no resbalar con las piedras, aunque más de una vez se ha quedado sentada sobre sí misma al caer. Dice, con voz de niña pequeña, que es la primera vez que lo hace y todavía no sabe. No le gusta no ser perfecta en todo, ¡y en poco tiempo! Y acostumbra a justificarse con esa voz. Le decimos que no pasa nada, que ya aprenderá, y que no hable así, que es ya una niña de pocos años, unos años que no puedo revelarles a ustedes, y dice que vale y sabe que no nos gusta cuando se infantiliza. Cuando empecé a vivir con ellos, a menudo Criatura hablaba así. No sólo ponía esa voz, sino que actuaba como una niña pequeña a pesar de tener cinco años, se arremolinaba entre mis brazos y fingía que era mi bebé; decía, ahora a comer, y fingía que mamaba. Muchas veces he dicho que Criatura ha nacido para mí, pero quizá Criatura también necesitaba nacer para mí. Muchos días me sumaba al juego y le daba besos en la barriga y en la frente y la acunaba, porque me parecía que tras todo aquel teatro había alguna necesidad. Pero poco a poco lo hemos ido eliminando. Ahora de vez en cuando le sale y la corregimos y dice que vaaaaale, que no se había dado cuenta. Algunas niñas de su clase también lo hacen. Criatura, por ejemplo, llama papi al Señor Albero porque una amiga suya llama así al suyo. Supongo que son etapas.
Durante la excursión hemos hablado y reído y dicho nuestro nombre para que el eco nos lo devuelva, y comido en la mantita roja y hecho fotos. A la vuelta hemos cogido hojas para hacer cuadros y un herbolario, pero aún no nos ha dado tiempo de sacar siquiera las hojas de la bolsa. Precisamente estoy leyendo en Lechuga familiar cómo el padre de Natalia Ginzburg era un amante de la montaña y obligaba a sus hijos a serlo también. Algunos de ellos, por supuesto, acabaron por detestarla. Los adultos a menudo queremos que los niños se apasionen por algo que a nosotros nos apasiona, pero no nos vale con que hagan una versión libre: así que el padre quería que todo estuviera dispuesto como a él le gustaba. A las excursiones sólo se podía llevar un determinado tipo de alimentos: queso fontina, mermelada, peras y huevos duros, y sólo se podía tomar el té que él mismo preparaba en el hornillo de gas. […] No permitía que nos lleváramos coñac ni terrones de azúcar a las excursiones, porque decía que eso era «de palurdos», y no podíamos parar a merendar en los chiringuitos porque era una palurdez. […] Mi madre decía que ir de excursión al monte era «la diversión que el diablo daba a sus hijos». Pero a CRIATURA parece que se lo ha pasado bien.
Al llegar a casa hemos tenido que instalar el nuevo televisor. Los padres del Señor Albero se han comprado una y hemos heredado la suya. Mientras él la sintoniza, Criatura se pone a hacer los deberes y yo preparo una lavadora, y después entre el Señor Albero y yo hemos barrido y fregado y pasado la mopa y quitado el polvo de la casa y, finalmente, tendido la ropa. El tendedero está en nuestra habitación y todo huele bien, a limpio. He aprovechado para recordarle a Criatura que, ¿lo ves?, limpiamos y ordenamos la casa el fin de semana, porque no nos da siempre tiempo, porque el tiempo no es precisamente lo que nos sobra. Me dice que si lo hacemos —se incluye, aunque ha estado haciendo los deberes en su habitación— todos los fines de semana no tendremos tiempo para divertirnos. Detecto otra idea portada. Y le digo: ¿no hemos ido a la montaña y a una feria esta mañana? Y se le enciende una luz por dentro y contesta orgullosa —¡ya lo entiendo!, primero nos divertimos y después ordenamos, así podemos hacerlo todo. Muchas veces no hace falta explicarse tanto con los niños, de pronto, en el día a día, lo comprenden todo.
Cuando pensábamos, chocolate caliente en mano, que había llegado el momento de descansar un poco, Criatura ha venido con el Juego de Reír para jugar, y hemos estado jugando y riendo y pasándolo bien, la verdad, aunque estábamos muy cansados. Ha ganado el Señor Albero, pero en realidad importa poco —lo verdaderamente bueno es que no ha ganado ella y no se ha enfadado. Ahora, mientras El Señor Albero prepara la cena después de ducharnos los tres juntos, Criatura se ha puesto a leer su libro de deberes y he pensado que era un buen momento para escribirles a ustedes. Pero, ¡ah!, Criatura ha creído que también era un buen momento para: corregirle unos ejercicios, decirle si lee bien, venir a mi lado a dibujar, cantar en voz alta, preguntarme si he puesto la fecha en el diario, si todavía estoy escribiendo sobre el sábado, si dissabte se escribe con dos eses. Ahora me está contando por qué pone ella también una fecha en su papel, por qué pone que está en clase aunque sea mentira porque está en casa pero en realidad es un juego porque ella lo que hace es poner la fecha como si estuviera en clase pero es sólo que se lo imagina, ¿eh?, y mira la pone así porque en realidad… Ese tipo de cosas que ustedes reconocerán de criaturas suyas. Me ha puesto su cuaderno encima del mío y le he dicho que primero debo acabar: al principio no podía permitirme el lujo de decirle que no, había que ir con cuidado, cualquier paso en falso podía ser el desencadenante de una decepción. Pero poco a poco recupero lo que necesariamente, para empezar, debía ofrecer a manos llenas. Todo es meditado en los primeros meses, porque tienes la sensación de que condicionará el resto de tu vida, pero a medida que avanzas y te instalas en la vida del niño, queda lugar para la naturalidad y puedes, incluso, darte el gusto de confesar que estás cansada. Me ha contado, mientras le secaba el pelo, que ha metido todos los nombres de los monstruos que le dan miedo en una caja, la ha cerrado bien con celo, pero no bien sino superbien, y la ha enterrado. Dice que, desde entonces, no tiene miedo. Le pregunto por qué sigue durmiendo con Madre, entonces, si ya no tiene miedo, y dice que los monstruos de la casa de Madre aún no los ha encerrado en la caja.
Sigue siendo todo un placer leerte en cada palabra que reposa en este Diario que me transporta a una vida que me es bastante familiar pero que ahora mientras leo estas lneas ya no me pertenece. Leerte tambin es entender la otra cara de la historia: el diario de un hijo sin madre o sin padre.
Jenn gracias por regalarnos un poco de ti.