Diario de una madre sin hijo VII

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Domingo, 1 de febrero, 2015

Les escribo desde un silencio que arrastra. Escribir de las cosas que pasan todos los días es cansado y le deja a una la sensación de que no ha vivido nada, aunque después yo les cuente a ustedes todo lo que he vivido y parezca que sí, la impresión al relatar la vida es la contraria: que no he vivido nada, como en el poema de Mía Gallegos, que ustedes deberían leer. Pero para contradecirme, aquí les muestro detalladamente todo lo que alguien que escribe un diario contaría.

Ya es domingo y Criatura no ha hablado de Daniela en todo el fin de semana. Todavía no es nadie, pero si tenemos una hija, se llamará así. Desde que comprendió que si el Señor Albero y yo teníamos un bebé sería su hermano, está medio obsesionada. Una vez aceptado que no tendrás hermanos porque tus padres están separados, te devuelven esa posibilidad —háganse cargo de este descubrimiento y entenderán la euforia. Apenas contempla que sea niño. Mis hermanos y yo sólo somos hermanos de madre, y ella ha visto cómo eso no nos hace menos hermanos —lo somos de verdad y ustedes quizá y sólo quizá se sientan extrañados. Me pasé toda la infancia explicando que era así, que no eran hermanastros ni demás palabras feas, que eran mis hermanos, que vivían conmigo, que no había ninguna diferencia. De vez en cuando me besa en la barriga como si Daniela ya estuviera dentro de mí. Le ha hecho dibujos, juguetes, hueco en su habitación. Habla de ella en presente, coge una muñeca y la convierte en Daniela y se la lleva cuando vamos en automóvil y se la pone encima y ahí van las dos, como buenas hermanas. Es lo más parecido a una amiga imaginaria. Hace proyectos de futuro e incluso habla en presente de ella. La frase que más usa es: cuando Daniela nazca. La mayoría de sus amigos tienen hermanos pequeños, y ella la ha pedido para Navidad. Está impaciente, aunque le hemos dicho muchas veces que necesitamos tener un poco más de dinero —eso dijo ella una vez, un día, como idea portada, que si no teníamos dinero cómo íbamos a tener un hijo, y que si no era yo demasiado joven para tenerlo— y que, una vez esté en mi barriga, aún quedarán nueve meses de espera. Pero la noción del tiempo es uno de sus puntos débiles, aunque luego parezca saber que veintiséis no son suficientes para la maternidad —ustedes podrán sacar sus propias conclusiones, del mismo modo en que yo lo hice. Decía que ojalá para la boda de mi hermana ya hubiera nacido… cuando apenas quedaba un mes para la celebración. En todo el fin de semana no ha hablado de ella —funciona la táctica sutil de quitársela de la cabeza hasta que sea una realidad.

 

Esta mañana hemos arreglado el jardín: el Señor Albero ha plantado albahaca porque es mi debilidad, y Criatura ha podado —se cansa pronto— una planta con flores lilas, su color preferido junto al rosa. He tendido otra lavadora y barrido hojas secas y la tierra que queda entre la pared y el tiesto. Y hemos quitado la bandera blaugrana que cruza toda la terraza porque el sol se ha comido el granate y parece ¡blanquiazul! Y eso sí que no. Hemos empezado una libreta nueva de plantas en la que el Señor Albero irá apuntando nuestras semillas y evoluciones. Y mientras andaba en la cocina haciendo alguna cosa que no recuerdo —y que querría recordar para ustedes, por si piensan que les oculto verdades—, han aparecido el Señor Albero y Criatura para darme uno de nuestros abrazos triples porque han descubierto, ordenando libros, un Belfondo que le dediqué a las personas que más quiero en el mundo mundial —ellos.

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Ésta es mi casa. Quizá es la primera casa que he tenido desde que me fui de la de mis padres. He cambiado quince veces los muebles, colgado cuadros, comprado objetos para decorarla y he encontrado —importante, ustedes comprenden— mi lugar de escritura. La ordeno y la desordeno, la limpio y la ensucio, sé dónde está todo, tiene una luz distinta según la hora… es mi casa. Lo digo casi con orgullo; no, lo digo con inmenso orgullo, mientras me paseo el domingo por la mañana y me digo a mí misma que ésta es mi casa y que eso me contenta de una manera infantil. Es mi casa, la siento mi casa… no siempre he tenido una, quizá ustedes sí hayan tenido esa suerte.

Después de fregar el suelo del jardín y hacer el baño, nos hemos duchado. Los domingos con niña son para los abuelos. Nos vamos a comer a Barcelona, a casa de los padres del Señor Albero, y allí está también la tieta Montse. También ésta es mi familia, y no siempre se tiene una. Criatura es la reina de la casa, aunque no podemos quejarnos ninguno de nosotros. Después del postre Criatura ya ha sacado de nuevo el Juego de Reír. Ayer su abuelo le dijo que llevara el juego y estaba deseando empezar. La niña, digo, pero el abuelo me parece que también. Nosotras jugábamos juntas y no hemos ganado por poco —lo mejor, ver al avi bailando y haciendo mímica de dibujos animados que ni siquiera conoce. El poder que tienen los nietos sobre sus abuelos no tiene fin y de eso quizá ustedes saben más.

Ya está. Se ha acabado la semana. Sólo queda volver a casa, cenar, escribir un poco, ver el partido de fútbol, preparar la ropa y la mochila para mañana y dormir, descansar. Criatura y yo teníamos que jugar a profesoras. Hoy era el día de la reunión de padres. Una de nuestras alumnas se llama —ejem— Daniela Albero, y es, además de la más lista de la clase, la que mejor se porta. Nosotras, como profesoras, le íbamos a decir a sus padres, que también somos nosotras, lo buena que es su hija. Pero no nos ha dado tiempo. Ya desde la cama, tras la sesión de besos y bromas y recordarle que no debe llamarnos por la noche a menos que nos necesite de verdad, Criatura nos da las buenas noches mientras nosotros volvemos al sofá a seguir viendo fútbol. Buenas noches a Daniela —dice. Le decimos que vale, porque cuando le recordamos que aún no existe busca pretextos para seguir hablando de ella. Bueno, dice, pero me la imagino aunque no exista. Sabe rectificar a tiempo para que no le recordemos que aún no tiene un hermana. Buenas noches a una Daniela imaginaria. Hasta ahí no podemos llegar, y lo sabe. De todos modos, hay muchas cosas que uno debe normalizar cuando vive con una niña de pocos, e indefinidos para ustedes, años. Hay que normalizar su deseo de ser hermana mayor y apagarlo cuando sea necesario, sin ser demasiado bruscos; si no lo normalizas, es peor. Hay que normalizar el miedo, los fantasmas, el tiempo, el dolor, las heridas. Hay que normalizar el puré de calabaza, la hora de la siesta, el pescado, jugar solo, leer antes de dormirse. Hay que normalizarlo todo. Incluso la separación de sus padres, las discusiones, que hable de Madre, que cuente cosas que no deberíamos saber pero que ella no sabe diferenciar de las cosas que sí puede contar. El otro día, por ejemplo, me preguntó por qué cuando el Señor Albero la lleva a casa de Madre, yo no me bajo del automóvil. Siempre le hemos dicho que es por si viene la policía y nos ve mal aparcados, pero la pregunta ha sido demasiado directa esta vez. Bueno, le digo, cosas de grandes. En ese momento ha entrado el Señor Albero al comedor y se ha callado: hasta que no se ha ido, no ha querido continuar con la conversación. Sabe que si le digo la verdad, cosa que desea desde hace tiempo, será una confesión entre nosotras. Cuando el Señor Albero cierra la puerta, se gira y dice: continúa. Le hablo como puedo del respeto, de las situaciones difíciles que requieren un poco de tiempo, pero ella no lo entiende. Para ella no hay matices: o quieres o no quieres, o te gusta o te disgusta, o estás enfadado o estás contento. A ella le gustaría estar en un sitio con los tres a la vez: el Señor Albero, Madre… y esa persona que —dicen— también forma parte de su familia aunque no comparta ninguno de sus apellidos. ¿Estáis enfadadas Madre y tú? Tiene toda la lógica que lo pregunte y también que lo piense. Cuando está una, no está la otra. Nunca coinciden: ni en conciertos ni en puertas abiertas. Si está Madre, Rita Albero se queda en casa. ¿Estamos enfadadas, entonces? Le contesto que apenas nos conocemos, y que no puedes enfadarte con alguien a quien no conoces, y sigo hablando para que no me interrumpa y haga otra pregunta, le digo todo lo que debo decirle, aunque no se parece en nada a lo que quisiera decirle, y le miento y la protejo, y cómo vamos a estar enfadadas, ¿eso crees?, no mujer, enfadadas… nosotras… qué va, lo que pasa es que lo hago por respeto, no salgo con vosotros por respeto, ya lo entenderás, y sigo hablando y mintiendo y protegiendo, porque lo cierto es que uno puede enfadarse prácticamente con cualquier persona —ustedes lo saben tan bien como yo.

3 Comments

  • Jons Gnana dice:

    Uno puede amar a una hija que no tiene, y a una mujer que no conoce. Tus palabras son ros que llenan mi cuerpo, Jenn.

  • Leonardo dice:

    Jenn echar de menos tu diario (de hecho ya lo hago) porque s que maana no habr una nueva entrada que nos cuente de Criatura, de Dani o de ti, es algo as como la ausencia que sientes cuando Criatura se va a casa de su madre, me queda un vaco y quisiera pensar que me pudo acostumbrar a l. Vamos a ver como nos va. Abrazos.

  • Montse Aug dice:

    Echaremos de menos tu diario… He disfrutado como siempre con tu lectura, te conoc literariamente el pasado Sant Jordi cuando precisamente compr en Librero de la Plata "Es un decir". Espero que vuelvas y a ver si te conozco en persona, ser un placer, seguro. Me han hecho reflexionar muchsimo tus palabras. Yo soy madre, fui esposa y divorciada. Digo fui porque el padre de mis hijas muri hace un ao. A los quince das muri mi padre, por lo que mis hijas y yo compartimos la tristeza de quedarnos hurfanas de padre casi al mismo tiempo. Y me has hecho recordar una conversacin con mi hija pequea unas semanas antes de morir su padre. Era una muerte anunciada y yo decid ( o cre que deba hacerlo) preparar a mis hijas para afrontar esa prdida. No saba ni por dnde empezar. No lo saba porque ahora s que para eso no hay preparacin posible. Eso cae sobre ti y lo llevas y el tiempo va aligerando la carga. O no. La conversacin empez con eufemismos para evitar la palabra muerte. Pero Gemma, mi hija, ya saba de lo que hablaba. Y se enfad conmigo. Porque ella no quera que eso(curioso que lo llame "eso") pasara, como si con no quererlo pudiese cumplirse. Que era su padre y aunque no lo viese mucho all estaba, saba que estaba, que exista. Era la figura del padre, algo que ella necesitaba, aunque siempre distante, pero para ella, con nueve aos , su mundo giraba alrededor de unas normas establecidas, de tener un padre y una madre. Y era algo lgico de entender. Y a m me desarmaron sus palabras y comprend que no haba preparacin posible. Era justo o normal quedarse sin padre con nueve aos? l siempre fue un padre distante, no fue para nada el padre que yo haba imaginado para unas hijas que tendra, cuando an soaba con enamorarme y ser madre. La unidad "familia" contiene y permite diferentes variaciones. Y tal vez admitirlas y normalizarlas sea lo ms sensato y lo que facilite ms la convivencia: tener dos padres, dos madres, uno ms cercano, otro ms lejano, vivir con la ausencia de alguno por los motivos que sean… Y los nios, muchas veces, son los que mejor se amoldan a estas situaciones. Puede que seamos los adultos los que siempre veamos o esperemos problemas. En mi caso este ltimo ao he estado alerta a cualquier seal alarmante que me avisase de que el duelo estaba afectando a mis hijas. Curiosamente las seales de alerta estaban en m, era yo la que peor lo llevaba. Nuestra asignatura pendiente es sin duda liberarnos de la "etiqueta culpa" que se nos queda adherida al cuerpo con la maternidad. Desear tu espacio y alejarte en ocasiones de tus hijos es normal, es necesario. Yo creo que es hasta obligatorio hacerlo.
    De tu diario se desprende una sensacin: Criatura es feliz. Me recuerda mucho a mi hija menor, Gemma. Tambin su color preferido es el lila y dice que ella querra tener una hermana pequea, Marta, para cuidarla. Aunque le diga que eso es imposible por motivos evidentes que ella conoce perfectamente, no le importa verbalizar sus deseos. Perdona si lo que estoy contando no tiene mucho que ver con tu diario. Pero ha habido algo de lo que has escrito que me ha hecho recordar las palabras de mi hija antes de la muerte de su padre. No s. Te confieso que me ha servido para desahogarme porque es la primera vez que hablo de estos sentimientos a travs de mis palabras escritas. Y tambin has hecho que decida escribir un diario, porque me he dado cuenta de que a pesar de que todas las semanas parecen iguales, no lo son. La rutina tambin tiene su encanto y sus variedades. Y me gustara reflejar en mi diario como es nuestra rutina escrita. Seguro que ms enriquecedora y divertida de lo que parece. Gracias Jenn. Gracias Carmen.

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