Diario de una charnega III

Troskololo

 

Troskololo

Troskololo

Nos mudamos de casa. Antes, en Aravaca, una terraza con muchísimas flores y arbolitos compensaban lo oscuro que era el piso. Ahora estamos en Pozuelo. Nos hemos ido a uno medio pequeño burgués. Un piso con piscina, parking en el sótano, gimnasio y vecinos pijos. ¡Nosotros, que nos hacemos llamar comunistas! Decidimos donar la flora de Aravaca a un amigo que, cansado de Madrid tanto por su ritmo como por las nulas posibilidades de prosperar, pilló sus bártulos y se volvió al pueblo de sus abuelos. Con dos ovarios la gente está haciendo a la inversa el camino que hicieron nuestros padres o abuelos. Quizá donde ellos nacieron no habrá cabarets, conciertos, grandes cafeterías con luces de neón, movimiento, ritmo y músicas jaleosas, pero en esos pueblos sigue habiendo comunidad. Si el trabajo no existe, ¿por qué habría que tragarse el estrés, el humo, lo negro, la soledad de la ciudad?

Un hombre del pueblo ha cedido a nuestro amigui y a otros “volvedores sociales” una finca por cinco años. El trato es que ellos y ellas la cuiden, la pongan mona, cultiven, le laven la tierra, para que después él la pueda vender. Hasta entonces pueden ir sacándole provecho al campo para ellos. En cinco años, más allá de sembrar tomates y coger cerezas, puede que se hagan muy amigos de esa tierra, le cojan afecto y quieran plantar su propia raíz y vida. La finca, preciosa, entona una buena energía y unas ganas increíbles de no volver a la ciudad. Mi perro ha estado pensado lo mismo.

Me pregunto cuánta tierra hay en España sola y sin ser trabajada, y cuántas gentes con ganas de campo y trabajo. Los dueños, caciques con residencia en Madrid o, en cualquier caso, siempre bien lejos. En cambio, en los alrededores, pueblos enteros sin lugar para cultivar y comer de su esfuerzo y cosecha. Yo soy de las que defiende que la tierra es para quien la trabaje.

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