Andariegas, nómadas y viajeras huyen mientras se preguntan sin remedio de qué exactamente, ofreciéndose y ofreciéndonos a los lectores miles de excusas. Algunas de estas son románticas, otras míticas o purificadoras. El viaje, ya desde la peripecia en la literatura grecolatina, tiene connotaciones de búsqueda de una verdad ontológica, y en cuanto que hablamos del ser, ¿por qué algunos se empeñan en robarle a la mujer el derecho legítimo a viajar sola? Y sino es robándoselo entonces no paran de insistir tanto en la inexperiencia femenina, en el peligro que tiene para ella ir sola por el mundo en busca de su aventura. ¿Por qué ha tenido que estar siempre la inteligencia viajera asociada al hombre? La idea que tenemos de mujer viajera está más ligada al romanticismo y la inexperiencia, tal y como se aprecia en narraciones como esta de la historietista Jessica Abel, donde la mayoría de los personajes juzga Carla, la protagonista, como si fuera una idealista que en realidad ignora la verdad que subyace en la cultura de México, el país en el que aterriza. Con ello no sólo volvemos sobre el eterno problema del intercambio cultural, del que nadie sale indemne, sino que recalcamos esa actitud paternalista asociada a la mujer viajera y que rebaja las capacidades de cada una de ellas y el afán explorador que las instó en primera instancia a abandonar sus casas.
En esta novela gráfica de 2006, la autora muestra cómo Carla es consciente de que viajar le pone en contacto con sociedades nuevas a las que, lo decida o no, va con una maleta de objetos y de prejuicios. Ella trata lo más posible de deshacerse de tales prejuicios, pero lo malo es que allí también será juzgada con los consabidos estereotipos; más si cabe siendo mujer, pues aún para muchas culturas resulta insólito encontrarlas viajando sin la compañía de un hombre. Sin previo aviso de los peligros que nos puedan suceder, opino que lo verdaderamente peligroso del viaje, como partida hacia una posible búsqueda del otro «yo», es que entraña idas y venidas por los indeseables mundos de la influencia y la confusión.
A partir de esta narración gráfica de Jessica Abel he pensado mucho en el encuentro entre tu «yo» menos atómico, en cuanto que se reblandece al separarse de sus orígenes, y esa otra cultura que te recibe. Como dos espadas, ambas partes venidas de mundos contrarios comienzan una lucha a toque de metal que suena como un concierto de platillos. Tras embestirse con ofensivos desencuentros y desconfianza tratan de entenderse a pesar de las diferencias y rencores de la historia para, por fin, resurgir triunfantes y dialogar entre ellas. Sin embargo, cuando ambas culturas se quitan las máscaras para reconocerse, aquel descubre que el otro es en realidad una mujer y trata de conquistarla. O bien la odian o tratan de controlarla. Ese es el sino de Carla, quien recién llegada a México, decide pasar el tiempo con un ex novio que juzga su inesperada visita como un recreo temporal que su amiga no aguantará demasiado. Pero Carla no se deja influir por este tipo de opiniones. De hecho se enfrenta a la postura de Harry, su ex, quien la subestima, decidiendo sumergirse en todo aquello que implica ser una joven bohemia y acercándose a entender la ideología de sus amigos Memo y compañía.
La dualidad de Carla se establece entre la aceptación de sus orígenes y, por otro lado, su deseo por conocer qué puede aportarle ese México heredado de su ausente figura paterna. Como los colores básicos de los gráficos, blanco y negro, ambas posturas se turnan y parecen dominarla en determinados momentos de la narración. En cambio, si algo nos enseña esta experiencia es que hay que abandonar el tono pesimista y hasta el victimismo asociado a la mujer viajera, porque Carla decide desde el primer instante desenvolverse libremente y conciliar la imagen ideal de aquel Coyoacán en el que habitó su referente Frida Kahlo con este otro ambiente no tan ideal que va poco a poco descubriendo. Al final Carla rechazará ambas versiones, igual que rechaza a Memo y a Charlie, que tratan de seducirla, construyendo una vivencia propia que la empuja a existir, a vagar perdida y sola. Como explicaba la viajera y escritora Isak Dinesen (Karen Christence Blixen-Finecke) en su epistolario, «No, verás, tengo que ser yo misma. Ser algo en mí misma. Tener, poseer algo que realmente sea mío y que sea yo, para poder vivir, pura y simplemente vivir…» (Cartas de África, 2011)
La Perdida (2006) arrebata a la mujer viajera el adjetivo infame y despectivo para recordarnos que Carla sólo está perdida en la media en que decide alejarse de lo que ya conocía, en busca de su verdad. Por eso es importante recalcar que perderse, en el cómic, como en muchas narraciones anteriores, ya no tiene un sentido negativo sino que es el único modo de explorar el mundo más allá de la comodidad y el conformismo atribuido a las sociedades occidentales desarrolladas. Recuerden al personaje de la Maga (Rayuela de Julio Cortázar 1963) y su afición por jugar a perderse en la ciudad de Paris; hecho que le proporcionaba una consciencia de la casualidad entendida como constatación de que existimos. Por el contrario, «la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.» También los lectores somos seres confortablemente perdidos entre las interpretaciones y en las peripecias de cada nueva página.
La complejidad de esta novela gráfica se constata en su entramado narrativo. Aunque al inicio pueda parecernos simplemente costumbrista, después se va haciendo complejo, a la vez que se llena de sorpresas. Por cierto que algunas de esas sorpresas influirán directamente en el doble sentido de la expresión «estar perdida» y de nuevo, en la consideración de la viajera. La solidez de la historia domina los asuntos gráficos, que quedan perfectamente resueltos, por otro lado. Si bien su sencillez es práctica, para agilizar la representación de la historia sin adornarla en exceso, hay momentos en los que Jessica Abel decide descubrirnos algo más sobre el gesto, ese portal de entrada al centro de la psique. Entonces nos ofrece un primer plano del personaje de Carla: pensativa, atenta, preocupada por algo; y podemos aprovechar para degustar el derroche retratista de la autora nacida en Chicago, en 1969 y que publicó sus primeros cómics allá por 1988 cuando participó en una antología universitaria titulada Breakdown. Su carrera de más de 20 años como historietista se ha compaginado con su labor docente, bajo el lema: «Being creative is not just a state of mind» (Ser creativa no es sólo un estado mental) Por eso entre sus trabajos más personales, entre los que destacan Radio: an Illustrated Guide (1999) y Life Sucks (2008), también ha publicado manuales de introducción al mundo del cómic y la ilustración, Drawing Words and Writing Pictures (2008) y Mastering Comics (2012), los cuales aún no han sido traducidos al castellano, al contrario que el famoso volumen didáctico de Scott McCloud (Making Comics, 2006) que sí es el referente más elogiado. Para la mayoría de la crítica de cómic, McCloud es el heredero directo del mítico Will Eisner, dejando a Abel en un segundo o tercer plano. Aprovecho este texto para reivindicar que esos volúmenes de la autora formen parte del saber teórico disponible sobre el lenguaje secuencial y que, por lo tanto, también sean traducidos al castellano y colocados en el lugar que merecen en la historia del cómic inclusivo.