La casa de las autoras gráficas
«Toda la casa estaba en silencio, porque con excepción de Rivers y yo, creo que todos dormían. La única luz que había estaba próxima a consumirse, la luna iluminaba la pieza, mi corazón latía con fuerza y de repente, una extraña sensación recorrió mi cuerpo desde la cabeza a los pies. No fue como un choque eléctrico, pero si tan agudo, tan rápido, tan extraño como él. Mis sentidos todos se confundieron en una sola y poderosa acción, y parecía haberme convertido en oído y vista».
–Charlotte Bronte, Jane Eyre.
La “casa” es uno de mis temas preferidos. Es un signo cuya imagen puede ser a un mismo tiempo universal como albergar tantas particularidades como individuos habitan el planeta, o el universo. Para E. T. “mi casa” es algo muy alejado de nosotros, tal y como apunta el dedo, pero también es para todos ese sitio donde iremos a dormir, a cobijarnos. La casa traslada al concepto universal las señales de cada habitante y cada una de las formas de vida que contiene. Cada casa es distinta, pero no es ella la que se distingue, sino el habitante. Cuando decimos, es “mi casa”, “es la casa de Benito”, el nombre se convierte en un espacio elemental, como el hueco del corazón o del cerebro y aunque nos parezca accesorio en una sociedad que persigue vivir en el lujo y la grandiosidad del palacio, la casa es un elemento de protección. La casa de la mujer, en cambio, también fue signo de opresión y enclaustramiento para ella, aunque esta lectura parezca abrir de par en par sus puertas en busca de una nueva significación.
Si lo comparamos con otro relato hogareño, El papel pintado amarillo (1892) de Charlotte Perkins Gilman –adalid de las primeras revueltas feministas– este audaz cómic creado por Begoña García Alén, deja a la casa y a su dueña respirar. Mientras que el primer texto recrea una atmósfera cargada y sucia, de castigo y represión, la casa del cómic abre sus puertas, entrega su llave maestra. Es decir, se descoloniza para recolonizarse, para renovarse. Todo el libro funciona como metáfora de la aparición de un nuevo concepto artístico, de un nuevo paradigma o, de aquello que es aún más importante, de un espacio adquirido para la mujer. No sólo en el cómic sino en el arte y en la historia. Un espacio adquirido por méritos propios, donde la autora puede expresar qué entiende ella y por ende nosotras, sobre conceptos mundanos y la esencia de los días. En este relato esperanzador, el hombre construye una casa para pájaros, no una jaula: un presente o un futuro iluminador y muy placentero.
En la primera parte el lector es como un invitado. En la segunda y tercera parte, el punto de vista, como la casa, también se descoloniza y el lector se convierte en casa y huésped consecutivamente. Su lectura proporciona una visita completa en la que admiramos el hogar desde todos los prismas posibles. El mensaje es directo y positivo. Ya no hay ningún miedo a descubrirse, a compartir la intimidad con el otro, a refugiarle. Como decía la canción de Paul McCartney y Wings, “hazme un favor y déjales entrar”. Por un lado porque esta visita nos reconforta, por otro por un evidente utilitarismo: la ampliación del espacio vital. Con esto se abandona la idea de la casa como reposo del absolutismo social y, al contrario, la casa se llena de esperanza en la construcción de un espacio propio nuevo. El huésped dice, “me gustaría que tuviese una puerta de un color llamativo, un tejado oscuro y bonitas contra-ventanas.”
Durante la lectura de este cómic, editado por Apa Apa Cómics, uno se deleita entre los objetos y el entorno. Se retoma el paralelismo entre la construcción del hogar y el libro del Génesis, pero también con la creación poética. Los poetas románticos, como el cómic “Nuevas Estructuras”, buscaban excitar la imaginación, producir un desvarío de luces e imágenes que nos alejaran de los problemas e inquietudes diarios. Su precisión lingüística soporta la carga de lo “no-dicho” y deja sitio para los silencios y las abstracciones de nuestra mente que también son sólidos pilares de construcción. Lo que se nombra tiene una existencia real, no son sólo adornos que reparten sus disfraz tipográfico a lo largo de las páginas. La fuerza de estos se corrobora después de la lectura, cuando palabras e imágenes danzan a tu alrededor.
Al único que hace presa la lectura de este fabuloso cómic es al lector, testigo de los cambios, las rupturas y renovaciones que le liberarían de sus malos vicios y sus prejuicios. En la narración se dice que esta casa es muy antigua. Se constata que el pasado está presente en algún lugar entre los restos de colores que permanecen sin haber sido borrados, pero esos antiguos restos tan solo permanecen para comprender en qué medida el tiempo los/nos ha cambiado. El tiempo y la naturaleza, que hacen fuerza contra la intervención del humano, son aspectos contra los que combatimos como los pájaros durante la construcción del nido, aferrados a las ramas de un árbol. Las estructuras a las que se refiere el título apelan a un muro robusto que se levanta allí donde antes no había nada, pero también son conceptos intangibles que constituyen novedades en el mundo del cómic y la representación visual. La obra de esta autora contribuye a construir un anexo al mundo del cómic, un hogar para la percepción y el ensayo artístico de raíces más experimentales postulando una feminización del arte secuencial que no puede confundirse con el determinismo de género, más bien con la idea de habitar un nuevo espacio, un prisma de observación de la realidad donde la feminidad no esté tan solo a cargo del hogar, sino que se acomode allí como un gato en el alféizar de la ventana.