Decía Ernesto Guevara que el eslabón más alto para el ser humano es ser revolucionario. Pues bien, hoy para una mujer considerarse y declararse feminista constituye ese nivel del que hablaba el Che, pues es en sí una revolución, y revolucionario el hecho de nombrar esta palabra cada vez que sea necesario. Recordando al mundo que más de la mitad de sus habitantes viven condicionadas bajo un sistema represivo que es transversal a cualquier sociedad, sistema económico o político operante en la actualidad.
La importancia de condenar el patriarcado en todas sus formas posibles y lanzarse en defensa de los derechos que nos pertenecen legítimamente es tarea y responsabilidad de todas las mujeres que poblamos el planeta. Vivimos día a día en una guerra, donde el fuego sólo apunta en nuestra dirección.
Siento decir, a riesgo de parecer osada, que las balas no se paran solas. Se paran en la calle, en las instituciones, en los templos, donde haga falta, pero dentro del espacio público. Es vital que para que escuchen lo que queremos, lo que tenemos que decir, nos empecemos a dirigir directamente hacia el problema o el causante del problema. Basta de estados indignados en las redes sociales, de lecciones de ética a través de 140 carácteres… Estos tan sólo son herramientas que contribuyen a extender el mensaje, pero el mensaje ha de crearse y transmitirse desde el espacio público como punto de origen.
El activismo feminista tiene muchas variables, pero todas se caracterizan por la actividad, y no por la pasividad. No dejemos que los nuevos recursos aplasten la naturaleza de la resistencia en sí misma. Las redes son complementarias, las acciones fundamentales.