Viernes, 27 de enero de 2017. Es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, decidido así en el año 2005 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. El lema de esta ocasión es “Recordar el Holocausto: educar para un futuro mejor”. En el año 2011 fue “Las mujeres y el Holocausto: valentía y compasión”. El mundo actual nos recuerda con sus guerras atroces y sus odios que las enseñanzas del Holocausto deben recordarse todos los días.
Una parte mayoritaria de los testimonios directos de aquel horror cercano y europeo lo han escrito los hombres: más preparados, más cualificados para poner negro sobre blanco sus terribles vivencias y reflexiones. Aleksandra Ubertowska ha llegado a hablar de “testimonios invisibles” para referirse a la escasa repercusión de las vivencias y sufrimientos femeninos. Y aunque ya dijo Adorno que no se puede escribir poesía después de Auschwitz, un lugar que niega la existencia de Dios, de alma y de humanidad, sin embargo merece siempre la pena conocer, recopilar y leer los testimonios directos escritos por mujeres, y destacar también el sufrimiento explícito padecido por las prisioneras y deportadas en función de su feminidad.
Llama la atención que el enfoque de género en el análisis del Holocausto tuviera que esperar a los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando destacadas académicas feministas de universidades americanas, judías muchas de ellas, incluso descendientes directas de mujeres supervivientes, comenzaran a investigar lo que habían vivido y padecido sus propias madres y abuelas. En muchos casos el propio pudor de quienes regresaron les impidió contar todo lo que vieron, tan brutal y explícito. Ya en los años sesenta Raul Hilberg abordó en su gran obra, constantemente ampliada (La destrucción de los judíos de Europa, Editorial Akal, 2005) la realidad de las mujeres en los campos, mujeres a las que arrebataban a sus hijos –cuando no los mataban delante de ellas-, mujeres asesinadas en caso de embarazo, mujeres obligadas a abortar para seguir con vida, mujeres que sintieron todo el peso del horror en función de su maternidad, víctimas de acoso y abuso sexual, de violaciones, de humillaciones terribles y de pérdidas irrecuperables.
En este sentido también hay que destacar que otra gran obra reciente (Nikolaus Wachsmann, Historia de los campos de concentración nazis, Editorial Crítica, 2016), pone de manifiesto ese sufrimiento diferenciado. En Auschwitz-Birkenau, por ejemplo, actuaba el tristemente célebre y criminal psicópata doctor Mengele, protagonista de vergonzosos experimentos humanos con niños gemelos, que implantó una verdadera red de detección de mujeres prisioneras embarazadas, a las que hacía seguimiento por todo el “universo concentracionario” para poder llevar a cabo sus delirios médicos y sus operaciones con cobayas humanas.
Dalia Ofer y Lenore J. Weitzman (Mujeres en el Holocausto. Fundamentos teóricos para un análisis de género del Holocausto, Plaza y Valdés editores, 2004) revelan de manera muy sintética pero rigurosa estos aspectos diferenciadores. Por ejemplo, las mujeres judías no huyeron porque se creía –y así ocurrió al principio- que sólo se iba a perseguir y deportar a los hombres, a los varones. También relatan la política obligatoria de abortos en los guetos –hasta que los experimentos médicos llevaron a realizar un seguimiento de los embarazos de las prisioneras-, el sufrimiento derivado del exterminio implacable de niños pequeños y personas mayores incapacitadas para el trabajo, y por supuesto la “vulnerabilidad sexual” de las prisioneras –ya fueran judías, presas políticas, “antisociales” o prisioneras del Ejército Rojo- sometidas a la rijosidad violenta de kapos y guardianes. Por no hablar de las violaciones en masa cometidas por las tropas soviéticas en su avance, como bien se describe en la obra Una mujer en Berlín, anónima por pudor y vergüenza.
En los testimonios directos que han sido escritos por supervivientes del Holocausto y que han sido traducidos al castellano[i] se nota ese horror que no se puede contar. Una de las más destacadas investigadoras del Holocausto sufrido por las mujeres, Joan Miriam Ringelheim, habla precisamente de la superación indescriptible de todos los límites éticos, para acuñar una expresión certera que lo resume todo: “the unethical and the unspeakeable”. Lo que allí se vio no se puede contar, faltan las palabras, duele la memoria.
Hay tres libros que me gustaría destacar como lecturas necesarias para comprender en toda su brutal intensidad de qué estamos hablando. En primer lugar están los tres volúmenes de Charlote Delbo, muy especialmente el primero de ellos (Auschwitz y después I: Ninguno de nosotros volverá, Editorial Turpial, 2004), testimonio descarnado y casi poético de la tragedia vivida. El segundo de ellos es la reciente edición de las memorias de la española Mercedes Núñez Targa (El valor de la memoria, Editorial Renacimiento, 2016), donde recuerda la solidaridad que se estableció entre el pequeño grupo de presas españolas, todas ellas republicanas, y también habla sin tabúes de episodios como el aborto de algunas compañeras de Ravensbrück, temas que no siempre son recogidos en otras memorias de mujeres supervivientes, quizás llevadas por el pudor a la hora de tratar ciertos asuntos de carácter más íntimo, menos dados a la conversación pública.
El tercer libro que quiero mencionar es de Odette Elina, francesa como Delbo. Se llama Sin flores ni coronas (Periférica, 2008) y es un libro que combina con extraño acierto inocencia y horror, ternura y muerte. A través de breves pasajes llenos de un lirismo terrible, su escritora logra transmitirnos la rara combinación de terror, hambre, sufrimiento, miseria y búsqueda de complicidad y cariño que ella misma vivió en el agujero negro de la dignidad humana que fue Auschwitz-Birkenau. Una mañana, cien prisioneras son elegidas para una misión desconocida. Al llegar al prado en el que formaban, descubrieron que se trataba de empujar a mano cien cochecitos vacíos de niños, que sabían asesinados en las cámaras de gas, hasta un almacén de otra zona alejada del campo. “Cien mujeres que eran madres o que habrían podido serlo. Cien mujeres cuya razón de vida podría haber sido la maternidad. Cien mujeres temblaron de horror al contacto con algo que es suave, siempre, por encima de todas las cosas. Cien mujeres tocaron el fondo del desamparo y de la desesperación”.
Es difícil continuar tras leer este párrafo que resume todo lo inimaginado que ocurrió en aquellos días aciagos. “Ninguno de nosotros debería haber vuelto”, escribe también Charlotte Delbo. Pero lograron sobrevivir, superar su dolor, incluso testificar y legarnos su experiencia en aquel vacío infame. Ojalá que pronto se traduzcan en España[ii] algunos otros libros que nos permitirían seguir prestando atención a lo “unspeakable”, y así poder luchar contra la permanente banalización del mal, tan crecida, tan terrible, tan evidente, tan triunfante.
[i] Podemos citar aquí los de Violeta Friedman, Ruth Klüger, Helga Weiss, Anise Postel-Vinay, Edith Bruck, Margarete Buber-Neuman o Helen Holtzman. Es necesario recordar que apenas hay recuerdos escritos de las prisioneras de los países del este de Europa, muchas de las cuales fueron luego perseguidas y castigadas por los regímenes comunistas sin piedad ni compasión.
[ii] Entre los muchos libros interesantes pendientes de traducción al castellano están por ejemplo los siguientes: “Ravensbrück: Life and Death in Hitler’s Concentration Camp for Women”, de Sarah Helm. “If this is a woman”, de la misma autora, con título deudor de Primo Levi. Y también “Women in the Holocaust”, de las ya citadas Dalia Ofer y Lenore Weitzman; “Ravensbrück”, testimonio de la superviviente francesa Germaine Tillion; “Si tu t’en sors…”, de Nadine Heftler, también francesa y superviviente del horror.