Diario de las ficciones elegidas II

 

La diarista.

La diarista.

Escúchame, o no, mejor, no me escuches. Lo que te haga más bien. Tengo motivos para pensar que dejar de leerme está entre tus buenas decisiones, para qué, qué ibas a encontrar aquí: ¿esto? esto no te lo esperas, y así, no esperando, me devuelves el margen necesario para escribir. «Cada cual tiene su propio tiempo de luto», te lo dije el otro día por teléfono, con la voz temblorosa de pájaro de nido, la voz de fin-de-función la reina se desprende del manto, de la ropa interior y queda expuesta bajo la luz severa con una crudeza insoportable. No consideraste serio del todo lo que yo decía, pues sabes bien que la reina tomará ágilmente cualquier otra piel a mano, la de una lombriz o la de un higo, carne camaleónica por naturaleza. La carne del mamífero es camaleónica por naturaleza y sí supiste abrazar su dolor: el dolor vivíparo siempre te ha emocionado, siempre te ha parecido lo único sincero, lo salvable; no patético, sino imbuido de una dignidad que se le escapa al concepto de lo humano.

Escribo un diario y te hablo a ti, porque esta conversación no la podemos tener, es demasiado sencillo para mí tejer redes de palabras y tú podrías caer en el error de buscar cuál de ellas es más verdadera que la otra, cuando lo cierto es que todas poseen una veracidad circunstancial, intermitente. Pensarás que te hablo hoy porque estoy encerrada en mi casa escribiendo los ensayos para el máster, que no haría lo mismo de estar acompañada, de estar bien vestida, de estar en la calle—claro, hay razón en eso, pero ¿por qué debería connotar en negativo este tiempo mío de pensarte? Yo sospechaba, abiertamente o no, que eras la única interlocutora posible…

Dos memorias conviven de nosotras: la sagrada y la monstruosa. Soy tan torpe de no poder combinar las dos, de no sentir las dos entremezcladas en la experiencia. Por un principio de placer dejo la monstruosa de lado y vuelves a ser un foco de luz tan amable… en mi cuerpo se despierta un recuerdo de satisfacción completa, de criatura nutrida y satisfecha elevando la mirada hacia dos ojos que lo alumbran todo. Si un nervio de loba o de perra montuna no me recordase siempre que en el movimiento de las aguas batidas… que de lo monstruoso hay que fiarse más, hocico que se contrae para rastrear un súbito olor que trae el viento, pelos del cuello endurecidos…

Yo-caníbal, te fui tragando y estás en la postura de mi cuerpo aquí frente al ordenador, en el té blanco que ya se enfría (te recuerdo diciendo: el té blanco es el de la belleza), estás sobre todo en mi forma de articular cada idea, con algo de ímpetu estricto y antiséptico, pero que a mí se me descabalga siempre. La risa también, ese humor delicioso e inteligente, tan sencillo, tan de regocijarse en pequeños eventos… Te he tragado, «me tragarás» fue tu augurio, ¿no determina la premonición el resto de la historia? Como la mirada determina el recorrido…

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Y vosotros, qué pensabais del amor ¿creíais que no había ese hambre de incorporación?— para retener siempre al objeto amado el cuerpo lo duplicó, lo tomó para sí. Y vosotros, qué es lo que buscáis, si no puedo dejar de sentir mientras escribo esto que estáis ahí al otro lado para exigirme claridad, para que avance de forma que os sea comprensible, y no, no es como yo escribiría ahora un diario, un diario estaría plagado de erratas, derivaría en las ensoñaciones de una fiebre disléxica, y ahí es donde ¿vosotros? y yo, vosotras y yo, no podríamos encontrarnos (no tenéis tiempo, en frente de vuestras pantallas, para el esfuerzo de una lectura así).

*** Pero si nos encontrásemos, en el nudo de una combinación febril de imágenes escritas, entonces ese encuentro sería el único capaz de probar que la comunicación es posible.

¿Será que todo diario es una invitación perversa a que alguien rompa el sello de intimidad y nos responda?

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