Diario de las ficciones elegidas I

 

La diarista.

La diarista.

 

 

20 de abril de 2015

 

Lo que posibilita el deseo es una corriente continua de energía de vida (de muerte, la han llamado otros, pues en última instancia nos conduce allí). Esa energía hace que yo despierte, que desayune, que salga a buscar el sol al pequeño jardín con acceso desde la cocina. Pero la energía de vida en este cuerpo sobrepasa en gran cantidad la necesaria para realizar esos movimientos: llamamos generalmente deseo al remanente, al vigoroso remante que impera y a menudo destaca sobre todas las cosas.

El deseo desea un objeto donde enganchar su corriente y al que entregar sus aguas. Necesita al objeto para evitar el caos, para conservar la esperanza de que aquello que le lleva a la búsqueda pueda satisfacerse. A veces el objeto es único, pues el deseo lo cree portador exclusivo de todo lo añorado, le atribuye todas las cualidades. A veces las cualidades se reparten en diversos objetos al mismo tiempo. Otras veces, como un parpadeo, como la luz reflejándose en espejos sucesivos, el cambio de un objeto a otro ocurre con cierta fluidez y se parece más a un continuo que a una cadena de dolorosas separaciones y encuentros revolucionarios.

Pienso: soy una suma polimorfa de todas las personas en las que he creído encontrar lo que siento como falta. Es una carencia compleja, compartida por todos los que nacemos de una madre y devenimos sujetos en una sociedad ordenada bajo unas normas específicas. El estado bruto de esa carencia se parece al sentimiento asociado a la melancolía: cómo la melancolía inunda el cuerpo, neblina, lodo, pantano. Y frente a ese estado la urgencia del deseo. ¿La tranquilidad del deseo también? cuando el objeto-sujeto nos desea también de ese modo. Dos peces mordiéndose mutuamente la cola. Una cadena de peces mordiéndose mutuamente la cola hace una gran circunferencia, pero en realidad los peces se enganchan y desenganchan en un banco denso donde son masa y son mutualidad a la vez que inconcretud y a veces se les ve bailar de a dos pero no siempre, pues de pronto bailan solos como endemoniados de sí mismos y de pronto persiguen a otros peces que ni siquiera les ven o bailan consigo y el pez fantasma una danza fortuita. Tales son las posibilidades e improbables de enumerar.

Sentada sobre un colchón donde yo aún comienzo a entrar en la mañana, poco más que a la altura del suelo, ella corta en gajos una naranja y me la ofrece. Lleva una falda negra y está desnuda de cintura hacia arriba. Es joven, hermosa, y su cuerpo se parece al cuerpo inexistente, al cuerpo imposible, al cuerpo de La mujer. Extiendo una mano hacia su pecho para tocarla; la piel responde feliz al contacto y la boca me busca en el beso. Aún sentada, aparta con cuidado el edredón y descubre mi desnudez. Los ojos se sorprenden como los míos se sorprendieron antes: piensa que mi cuerpo se parece al cuerpo inexistente, al cuerpo imposible, al cuerpo de La mujer. Luego, aún atrapados de manera ineludible en la cadena de significantes, los animales se encuentran.

 

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