Poemas de Sara Castelar

 

Sara Castelar Lorca

 

 

Poeta granadina residente en Sevilla, nacida en Hannover (Alemania) en 1975. Es Autora del poemario, “El Pulso”, 2010, EH Editores (Jerez de la Frontera), “Verso a tierra”, 2010, CEDMA, “La hora sumergida”, 2012, Turandot y “El corazón y los helechos”, La Isla de Siltolá, 2015. Ha ganado numerosos certámenes poéticos entre los que destacan, X Certamen Internacional de Poesía Ciudad de Ronda, 2009, Premio de Poesía Juan Cervera 2009, Certamen poético Pilar Paz Pasamar 2009, entre otros. Ha publicado poemas en las en las antologías “Y para qué + poetas”, Eppur Ediciones, en colaboración con el Centro Andaluz de las letras, la antología “Versos para derribar muros”, Los libros de Umsaloua, 2010, “Ida y vuelta”, Fin de viaje, 2011, “Andalucía en el verso”, Depapel, 2012, “Nube”, Ediciones en huida, 2013, “Con&versos”, La Isla de Silstolá, 2014, entre otras. Realiza talleres de poesía y es editora en la editorial Karima.

 

 

 

La hora sumergida

 

Suenan las barcas en la noche

y yo, no conozco el idioma en que sollozan,

no conozco la sangre de sus pasajeros tristes,

yo soy el animal que escucha

donde el silencio acude.

 

De La hora sumergida

Molly Bloom

sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida

James Joyce

¿Cuántos nombres acuden a la espera de este tren silencioso
y cuánta soledad arrastra su mundana estructura por los apeaderos?

Tú sigues indeleble en el mismo lugar
donde los ojos tuercen su armadura para tocarte mínima,
tan triste y sonrosada,
ya lejos del paisaje que oblicuamente azota como un eco terrible.

Porque siguen subiendo por tus manos ejércitos de hormigas
y yo intento agruparlas en las líneas
que construye el cemento de mi vista cansada.
Y apenas queda aire y quedas tú,
como la afirmación perpetua que oscila con la sangre,
la que vuelve la espalda a Mefistófeles
para exiliar el no a la ceniza ilustre, al templo de los idos.

Yo no puedo mirarte con los ojos de Eliot,
porque ya no son ellos,
se alzaron a otra oscuridad más cierta,
pero en cada estación me exculpo de mirarte
salvajemente humana,
tan corazón de hembra fluyendo por el miedo.

¿Por qué no me contestas, Molly?
Ahora que te observo sola, sin tu hijo
al lado de la mujer que duerme con la guerra colgándole en las uñas,
y tú, cuyo rostro es un quiebre en el paisaje
sin respirar siquiera te prolongas en el crujido oscuro de la tarde.

Sé que tu corazón desbordará el estrecho
y yo no alcanzaré a colocar los puntos que libres se evaporan
en la flema voraz de tu lenguaje, pero me quedaré contigo
hasta que me descubras y vuelvas a decirme:

«Sé que también tú vas a abandonarme»

De Verso a tierra

 

 

 

Paisaje con río

 

Los hombres han dejado de temblar sobre la noche,

de extraviar el fuego de los muertos

que dulcemente llaman bajo el peso del mundo.

 

No estoy dormida, sólo juego a caer sobre los sueños

como una tierna aguja.

No quiero deshacer el nudo que me afirma

a la sangre de los iluminados,

yo quiero que mi voz descuelgue del cilantro

y que el índice marque el cuello del embudo

donde resbala el día como un veloz jinete:

esa aventada huella,

su derrota.

 

Voy a nombrar la esquela de los locos,

de los que guardan el cordón del grito

en la eterna preñez del desamparo:

Ofelia con su luz ahogada,

la mano de Celan abriéndose al paisaje

como un ala difunta sobre el Sena.

 

Hay en la pureza alguna lengua rota

donde la oscuridad reniega de sus hijos

y los arroja al vaso silencioso

para beber la culpa,

esa infinita culpa.

 

Todo lo que el dolor alcanza se hace libre

o necesario

o verso.

 

De La hora sumergida

 

Aire

 

Aire, aire ajeno y mío

que sobre la distancia extiende su tentáculo triste,

aire salvajemente solo construyendo la noche

con un gemido largo.

Yo soy el animal que tiembla

tras la pared caliente del asombro

o la ira

y mis pechos no caben en tu voz

ni el racimo de lenguas que nacen de mi cuerpo.

Aire niño,

aire hembra temblorosa y desnuda.

 

Debajo de los techos nada se parece al cielo,

nada tiene la respiración sanguínea

de los animales solos

que amanecen exhaustos de libertad y muerte,

pero la palabra está donde mi vientre estuvo

rodeado de pájaros y zarzas;

el cuerpo,

confuso,

como la carta acuosa de un suicida

regresa siempre al lugar de las pérdidas

y esparce su semilla.

 

Yo aún no he nacido

pero mi corazón avanza.

 

De El corazón y los helechos

 

 

 

Declaración de intenciones

 

Mi intención es errar, escapar al orden,

descubrir el interior del miedo y abrazarlo despacio,

como a un hombre,

descomponer  el óxido y la duda

sobre la misma lágrima.

 

Mi intención es herrar

al caballo dormido

sobre la pesadumbre.

 

De “El corazón y los helechos”

 

Poema por dentro

A Ricardo Ranz

¿Qué seria del cielo sin su abrigo de muerte

sin las palabras rotas

sin la espera del solo

sin el obsceno hueso de la lluvia?

 

¿Qué sería del lienzo sin la errata

sin la boca del ángel

sin el blanco desorden de la alucinación?

 

¿Qué sería del mundo sin la raza indeleble

de todos los que mueren sobre su propio grito?

 

¿Qué sería del alma sin sus bordes dentados

sin su salobre huella escandalosa?

 

¿Qué sería de ti sin ti

sin tu delicioso espanto?

Inédito

 

El circo

 

Huir, del ruido enroscado a los teléfonos,

del idioma infectado

en las juveniles zarpas del vacío.

Vendrán, todos vendrán con su circo de látex,

la mujer barbuda en su vestido obsceno

el payaso sin niño

el hombre bala en la nuca

el domador de ciegos con su látigo estéril:

la función es un ancho camino sin espejos,

la mueca enquistada en los televisores,

una forma de amar mucho más simple.

Huir, sí, hasta colmar el negro

con la lengua ensartada de cerezas

y el abono del aire

sobre los vertederos

y el olvido.

 

De El corazón  los helechos

 

 

Tríptico de le derrota

 

I

Yo debía a la tarde su profundo mutismo

ese color incierto a prohibiciones

a resumidas manchas de pobreza anidando en los muslos.

Debía todo el frío y aquella suciedad del aire

que escarba entre las piernas.

Insisten esas formas de la luz

la eyaculada curva

el oscuro descuento de la profundidad,

un hombre derrotado me cuelga de los pechos.

 

II

Debía del lenguaje su religión siniestra

la evocación al ángel de curvada escritura

su inmaculada pluma contándome a pedazos.

Insiste ese vaivén de la tormenta

el rayo penetrando la sed y la saliva,

una mujer se duerme bajo el ala del cuervo.

 

III

Debía las costuras y ese riel meloso de las venas

la tierna empuñadura del deseo subiendo a la garganta.

Debía la posesión entera y el ser

más, más tuya y más, en la diluida forma del enjambre.

Insiste el prostituido mar abriendo a la derrota

su sal de cordillera,

y queda un amor solo cobijado del cuerpo.

De El pulso

 

 

Lisboa

 

Las calles de Lisboa se muerden las esquinas

y lamen en secreto la pobreza,

suena un gemido frágil que roza como un fado,

como lágrima dulce,

como un verso sanguíneo de Pessoa

fluyendo por la vena del farsante.

Caes sobre el mundo como un crujido obsceno,

niña de rodillas sucias,

arena penetrada de palidez y escombro,

las orillas del Tajo te escupen en las nalgas

cuando estás más desnuda,

cuando suenas a carne y a pendiente

y lésbica te agitas.

No hay palabras que toquen este silencio sucio

que brota en todas partes,

ese aroma lascivo de los perros subiendo por los muslos,

y tú, tan suya

balbuceas en la lengua del vencido toda oscuridad perversa

y ofreces al amor el esqueleto.

Vas a la noche azotada de cal, preñada de claveles,

y amas, amas como no es posible amar

sin la prolongación del ángel,

sin el tiempo que lentamente curva tu honda anatomía.

Tu desnudez ya no te pertenece

ni tus rezos

ni la espina cruel de tu blancura donde se rompe el aire.

Porque tú, niña despeinada de río,

con dulcísimo temblor de gorriones

has girado en el mar.

 

De El pulso

 

 

 

 

 

La hija del herrero

 

Sobre  la esclavitud del hierro

escribo la memoria,

la fortuna errática del pájaro

la medalla furiosa de mis ojos.

 

He parido entre soles

he lamido la costra del amor

he soñado la ausencia y la locura

he amasado el pan sin esperanza

he cargado la edad, la arruga

con su interminable bosque.

 

He sido una mujer

 

dejadme ahora el animal

atravesarme el alma.

Inédito

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