Crónica de la 65º Edición de ZINEMALDI

 

Cine y series

 

 

 

Ver una película en un Festival

 

He leído por encima las discusiones ocurridas entre la plataforma Netflix y el Festival De Cannes, y digo por encima, porque es en extremo aburrido cuando el dinero intenta disfrazarse de arte, y debes escuchar opiniones sobre la calidad, el espacio sagrado de la sala de cine, lo que es peor o mejor para el/la artista, y semejantes cosas desde la mesa de los que han ganado tanto dinero durante tantos años que es difícil distinguirles su afición filántropica. No soy descreída, pero como dice mi padre ninguna empresa del mundo, haría nada si no va a ganar el doble o triple de lo que invierte, sea la empresa de percebes o de películas.

Más allá de que confunden churras con merinas, cuando hablan de la película/artista y la calidad según su exhibición/distribuidora/plataforma, me gustaría saber si estxs magnates de la exhibición entran en las salas de cine alguna vez. Y si han ido a ver una película en un festival últimamente. Porque he visto cada truño en pantalla grande, con múltiples horarios y posibilidades y cada joya desde la pequeña pantalla del ordenador no distribuida por ninguna sala de cine español, que el discurso de la calidad se parece bastante a los discursos moralistas en esta época, que cae estrepitosamente por su propio peso. A las distribuidoras y todas sus formas de exhibición, les importa un colín la calidad de las películas. O como dijo un alumno mio de doce años, en una clase cuando les pregunte sobre ¿qué es la calidad? Respecto al criterio de las obras en un museo, respondió: la calidad máxima actual es 1920 x 1080 pixeles.

Voy a ver Happy End de Haneke en el Zinemaldi, se estrenará tarde o temprano, pero aprovecho mi pase de prensa para poder verla ahora, y no tener que esperar a los calendarios estratégicos de las salas de cine. La película está programada a las 12 del mediodía, miro la duración porque como ahora les ha dado a lxs artistas en hacer películas de más de dos horas, puede ser que te desmayes de hambre en mitad de la sala, una sala en la que no se te permite comer ni beber nada. 107 minutos, bueno: aceptable. Aunque voy a un pase para solo acreditados, sé que tengo que llegar 45 minutos antes para poder ver la película a una distancia que me permita leer los subtítulos y ver la imagen sin marearme.

Salgo nerviosa del anterior película, me dirijo a través del Bulevar a pillar mi puesto en la cola. Llego un poco sudada, pues se ha puesto a hacer 30 grados cuando ayer hacía 15, y no voy vestida adecuadamente. Da igual, llego y como ya sabía hay tres colas: según la categoría del pase, dividida entre la importancia que el festival le da a tu profesión o labor. Yo estoy en la cola de los que entran después de las tarjetas verdes y rosas.

En la cola si no te concentras en leer algo, te destripan todas las películas que no has visto, así que saco mi libro de Lahiri y comienzo a leer.

Entro en la sala, no me ha tocado en un mal lugar, aunque como es un teatro, el asiento tiene forma de h, y la butaca me llega a mitad de la espalda, si me agacho para poder apoyar la parte superior no veo los subtítulos, así que me siento, como cuando una se sienta en el comedor: derecha.

Suena el pitido para sentarse, la gente pulula, suena el segundo pitido, la gente sigue pululando, suena el tercero y último la gente se sienta.

La pantalla se oscurece, después de los logos de los que han puesto la pasta que sí o sí debes ver, porque está estipulado en el contrato que así sea, les da igual que seas un agricultor de Cuenca con tu mujer en el aniversario de bodas, un jubilado con pensión ridícula, o alguien que se dedique al cine y sepa que significa cada logito, es muy importante que sepas quien ha pagado por esta película.

En la pantalla aparece una imagen de un celular, en vertical, alguien está emitiendo en streaming. El de atrás tose, tose, mucho, me tose en la oreja. La película va presentando a los miembros de la familia de blancos, ricos y franceses que componen los protagonistas. Allá en el placo un ataque de tos, sin agua, se extiende durante cinco minutos. Le sigue otro ataque de tos a mi derecha, otro a mi izquierda. ¿Por qué no se llevan un caramelo?. El patriarca familiar es un hombre desagradable y medio gagá, que aburrido de tenerlo todo, desprecia la vida, que aunque para mucho en este planeta es un su bien más preciado o hasta su único bien, este hombre acostumbrado a tenerlo todo, no cree que (…) tose el de atrás, más fuerte, otro ataque de tos en el palco, estornudos, lucecitas de celulares prendidos. La hija mayor es que que dirige la empresa de construcción familiar, acaban de tener un accidente laboral, una de las paredes de contención de la excavación (…) tosen fuerte delante mio, varios estornudos. Un  hombre mayor se levanta del asiento, en la oscuridad prende su celular para no caerse en los peldaños de la salida, un peldaño, tose, dos peldaños, tose-tose, tres peldaños, tose, cuatro peldaños, cinco peldaños, debe haber como doce peldaños, va de las primeras filas a la salida, ¿se irá o irá a mear?.

Bueno, una de las nietas del patriarca acaba de venir a vivir con la familia a una especie de palacio, porque su madre harta también de estar triste todo el día, parece que se ha intentado suicidar, pero resulta que puede que no se haya suicidado, sino que su hija de trece años (…) había ido a mear, tose, pantalla del móvil, peldaño, tose, peldaño, despacio, tose, peldaño. Tosen en el palco, tosen delante, el otoño está haciendo estragos. Tose el de detrás mio. Se levanta una chica joven, enciende su móvil para no caerse en las escaleras, sale. Otro en los palcos intenta irse, levanta a todo el palco. Tose la señora del palco. Tose el de detrás mio. ¿pero me están tomando el pelo?.

Como respuesta el de detrás mio entra en un episodio de tos: tose en mi pelo, en mi oreja, tose, tose. Me duele la espalda de estar sentada tan recta, minuto 87. Sigue tosiendo, ¿le digo algo?. Tose la señora del palco. Es que dan ganas de levantarse en mitad de la oscuridad y gritar: ¿me están tomando el pelo?.

Ahora es la niña quien se intenta suicidar, es que esta familia de blanquitos es un poco desastre, no saben muy bien que les interesa, el hijo mayor de la dueña de la empresa es un mequetrefe. Tosen. Tosen. Tosen.

Tengo un hambre que me comería un camión. El viejo se quiere suicidar y cuenta que el ayudó a su mujer a morir. Es otra peli de Haneke, esta que menciona, en la que Isabel Huppert ( Si, si: otra ves es ella) también es su hija, pero es música. Tosen, se levantan varios, encienden sus móviles para no caerse, salen, deben escribir su crítica, ir a comer o a otra peli que no estrenará en salas. Tose la señora del placo.

Al final la hija del patriarca se casa con un banquero.

Puf esta familia preocupados por su riqueza, les importa todo nada, ni siquiera la vida es valiosa para ellos, porque hace generaciones que no sienten el impulso primitivo, poderoso de la necesidad de supervivencia. La necesidad de crear, de poder contar algo. No sienten nada, mas que el sonido del dinerito cayendo en su banco multinacional.

Tosen. Tosen. Tosen mis compañeros en la sagrada cúpula oscura del arte.

Definitivamente: la hubiese visto en mi sofá, sin pasar hambre, sin que me escupan en el pelo microbios, solo con mi móvil, acompañada de alguien a quien quiero, apretándole la mano diciendo en bajo: qué cabrones, por querer no se quieren ni a si mismos.

Todo eso lo he sustituido por otra experiencia en comunidad.

Al salir he ido al baño porque me hacía muchísimo pis en los 107 minutos de arte compartido. Y coincido: la oscura sala del cine no es sustituible por nada. Ni la cola para entrar. Ni la salud de tus compañeros en la experiencia. Ni si tienes autobuses para volver y a que hora. Ni han puesto una lavadora mientras veías la película, y ahora puedes tender. Ni has tenido que contratar a una canguro por el tiempo de pasar por esta experiencia. Menos mal que ha merecido la pena, porque si la película es mala, hubiese sentido que mas que el dinero de mi entrada, había regalado 107 minutos de mi existencia, esa que estos ricos de la familia retrata por Haneke, tanto desprecian. Mi existencia la de mi hija en la cama, la de la canguro, la de mi pareja que me acompaña porque me empeñé en ver la película. Menos mal que ha merecido la pena. 

 

 

***

 

 

 

Sección Oficial

LICH/ MADEMOISELLE PARADIS

Barbara Albert

 

 

 

 

La cara de una mujer ciega tocando el piano. Sus pupilas e iris, graciosos y ridículos se pierden en la cuenca de los ojos, su boca abierta y babosa, el sonido fantasioso de una sonata de Bach. Los susurros de los oyentes en la corte, recorren con comentarios burlescos su aspecto físico y sus posibilidades de futuro con respecto a estos. La prodigiosa pianista austriaca Mª Theresa Paradis se quedó ciega de una día para otro. En lo que luego hemos sabido que fue una ceguera histérica. Y la verdad viendo su vida como para que no te den los siete males juntos. O como se suele decir: Para lo que hay que ver. Y este dicho campechano y popular es el pensamiento que recorre la película como si fuese el vagón solitario en unas vías abandonadas.  Pobreza la muchacha no sufrió, al contrario, sino otro gallo hubiese cantado, como se ve en el breve personaje del hijo discapacitado de la cocinera de la casa donde va a intentar recuperar la vista, la casa del Doctor Mesmer.

Porque la muchacha recibe una pensión de la mismísima reina de Austria por ser una virtuosa del piano. Sus padres, o mejor dicho los empresarios que la trajeron a esta vida para explotarla, se dan cuenta que sería mejor que su hija dejase de ser ciega, por lo que intentan mil y un tratamientos agresivos que le han dejado con fuertes dolores de cabeza, la cabeza llena de costras y casi calva y un sarpullido por todo el cuerpo. Oyen hablar de un médico que sana con un fluido descubierto por el mismo, por lo que deciden llevarla a su clínica privada, una casa de campo. Pero no quieren que recupere la vista por lo hermoso del sentido de la visión o para que su hija tenga mayor independencia, sino porque cuando toca pone cara de boba, y en una sociedad tan frívola como la del 1700, sin Revolución Francesa, el virtuosismo de la mujer queda en entredicho por su aspecto físico. Y allí, lejos de sus padres y de su entorno, rodeada de gente loca pero a su bola, con sesiones con un médico en la que se le pide que hable de lo que quiera, mientras él le impone las manos por todo su cuerpo sin tocarla. En esta nueva oscuridad, va encontrando verdades destiladas de una nueva concepción de sí misma.

Y aunque el médico le dice que los sentidos no están más cerca de la verdad. Ella echa en falta el maravilloso sentido de ver. Si no ves, no te ven. Si no te ven no te escuchan. Si no te escuchan… así resume su conclusión, porque ciega es pero sorda no, y todos esos murmullos que recorren la sala donde toca se le introducen en su cabeza y la hace sentir poca cosa. Comienza a poder ver las hermosas telas que la directora ha elegido para las paredes de esta casa, los árboles, los colores. Muchas demostraciones efectuadas por el médico en las que el igual que un animal de circo, prueban que está recuperando realmente la vista. Está avanzando, gana seguridad, alegría.

Pero a medida que gana en sabiduría sobre si misma, en ver de verdad, su virtuosismo se ve desplazado, sus dedos empiezan a no ser tan rápidos. Así que se planteará, y lo que es decisivo: a sus padres, qué es mejor: ¿qué recupere la vista o que siga siendo una talentosa pianista? El medico la tranquiliza solo es cuestión de tiempo, recupera tu salud, y después tras unos ajustes podrás seguir siendo una pianista talentosa. Pero necesita tiempo. Porque mientras te dedicas al virtuosismo, al arte, no puedes dedicarte a ti misma, la salud mental y física requiere tiempo y dedicación, que no lo destinas a ser la mejor, sino a ti misma, a entender el mundo en el que naciste un poco mejor.

Durante toda la película, la actriz Maria Dragus como Mademoiselle Paradis, ha funcionada como un alter ego de cualquier artista mujer contemporánea, los diálogos están muy dirigidos a que esto suceda, lo cual no resulta molesto que la directora te diga: aquí, aquí estás tú que te dedicas al arte, aquí está tu espejo. La banda sonora maravillosa y mágica que llena toda la película como un gran tapiz sobre una fría pared, nos acompaña y hace que pierdas el hilo de lo que te estaban contando, y hace que te plantees, como la muchacha: ¿Que es de verdad la luz sobre las cosas? ¿Qué ilumina la luz que vemos? Ya lo decía el principito: Lo esencial es invisible a los ojos. Pero es difícil llegar a esa conclusión cuando la industria de tu época quiere genixs, talentosxs, virtuosxs, no pianistas, quiere todo, porque si Dios te ha concedido un don, el mínimo precio que debes pagar es que tu don te arrase, se apodere de ti y te deje sin nada.

El final es el previsible, pero no has pasado 97 minutos sentada para nada,  la visión de la directora Barbara Albert, a la que suponemos que llegó esta austriaca pianista también, se alcanza en una breve escena final mientras ella toca una bellisima pieza al piano y sus pupilas e iris giran dentro de su cabeza como cachorros contentos,  nos inicia en lo que luego sería una de las músicas más importantes de su tiempo:  Su madre borda al lado de ella mientras toca, comienza a hablar, y una voz que hasta ahora no le habíamos escuchado le dice cortante: Mamá, calla de una vez, necesito concentrarme.

Sí: el conocerte aunque sea durante un breve tiempo de tu vida, hace que tu voz sea más alta, más clara, y te defienda de esta sociedad que dice quererte, pero que en realidad quiere exprimirte como un limón.

 

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 Sección Oficial

ALANIS

Anahi Berneri

 

 

 

 

Existen tres tipos de películas: las películas en las que la película desaparece, las películas en las que puedes ver la película, y las películas en las que se ve la película y a quién la hizo pensando sobre qué es una película. Las tres categorías son disfrutables. Alanis pertenece a la segunda categoría.

Alanis tiene el nombre de la cantante Morrisey está claro ¿o no?. Lo que sí está claro es que la acaban de echar de su departamento. Porque por más que aporre la puerta, el dueño no la va abrir. Aunque tenga a su hijo en el descansillo del portal, aunque tenga sus cosas dentro. El dueño, tras una redada de la policía, ha decidido que no la va a dejar entrar de nuevo a su casa. No por puta, sino porque no quiere líos.

A partir de ese momento, Alanis buscará un nuevo hogar donde pueda criar a su hijo y trabajar a la vez.  Si al menos tuviera un coche donde dormir… Pero en vez de eso se dirige a donde su tía, que tiene un comercio de ropa en Once, negocio donde vive con su pareja. Después de pedirle si puede quedarse unos días mientras se soluciona su situación, Alanis, empieza a buscar primero un poco de dinero para poder mudarse, luego un piso desde donde poder prostituirse acompañada y no en plena calle.

Esta película dirigida por Anahi Berneri y escrito por Javier Van de Couter, es quizás la apuesta en imagen más interesante de toda la sección oficial, y no por su producción modesta, no porque exhiba un virtuosismo digital, sino por lisa y llanamente sus encuadres. Si todavía se pueden hacer películas pensando en los encuadres, y no en el tamaño de plano. Unos encuadres dirigidos para que la película se haga presente.  Provocando una doble narración: por un lado el momento de la vida de Alanis, y por otro la película como expresión fotográfica y dramática, como forma narrativa. Los cuerpos de los personajes entorpecen la visión, se mueven dentro de esta cajita que ha creado la directora como si después de tantas palabras el cine fuese eso: una caja como las del Josep Cornell. Cada encuadre distribuye la información, elabora una coreografía, capitaliza reflejos sobre mesas o espejos, todo aquello que se les ofrece por descubrimiento o por decisión ayuda a ver a la hija de Moira Casan darle el pecho a su propio hijo como la única sexualidad de la que disfruta, o a ahorrarte una imagen soez, o a mostrarte unos interiores pequeños, feos, decorados reales de un barrio tan increíble como el de Once en Buenos Aires. Donde la clase trabajadora desembarca todos los días en el tren Mitre, donde las calles se llenan de negocios de ropa que dan la espalda a la moda actual, igual que la moda actual da la espalda a las tiendas de Once.

Gracias a Marx, nos ahorra cualquier planteamiento moral o juicio que ni se te pasa por la cabeza ejercer, pues ya está pasado de moda. Cualquiera que ha paseado por las calles de Buenos Aires, ha visto esas pegatinitas de colores sobre tachos de basuras o persianas metálicas, y se ha planteado: ¿Cómo serán las mujeres que hay detrás de estas pegatinas? Bien, esta pregunta es un claro ejemplo de alguien que las mira, y sabe/ve personas en vez papelitos de colores. Cualquiera puede ver a Alanis.

 

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Premio Donostia

VISAGES, VILLAGES

Agnès Varda

 

 

 

Ir a ver una película de la Varda es poco más que una especie de milagro. La cineasta con más de 80 años sigue haciendo películas, y lo que es más impresionante: sigue encontrando cómo financiarlas. Que le hayan dado el Premio Donostia, es más una estrategia comercial que un reconocimiento real sobre una persona que lleva haciendo pelis desde el año 1955, eso lo sabemos todos, solo hace falta leer el texto del catálogo que explica su trayectoria profesional, para darte cuenta de la visión que se tiene de ella, donde dice lindezas como: Sin tener ninguna clase de formación, Agnes Varda se pasó al mundo del cine. O: Varda se convirtió en fotógrafa  para Jean Vilar, fundador del Festival de Avignon… solo espero que este premio esté dotado con unos cuantos miles de euros, y que la Varda no tenga ninguna deuda para que pueda invertirlas en la siguiente película.

Porque su película es de esas en las que ves la tres capas: la narración, la película y a la Varda.

Codirigida por el artista francés JR, recorre pueblos franceses buscando gente sencilla y trabajadora a la que fotografiar, y con la que charlar.

La película está planteada como dialogo entre estos dos artistas, pero funciona también como posible dialogo intergeneracional (que horrible palabra, pero en este caso muy divertida), y como conversación entre los pensadores del arte y del cine en la actualidad y en el pasado.

Este dialogo plantea una visión de cómo hace Varda las películas, agarrando de aquí y de allá pequeñas historias y colocándolas uniéndolas en su belleza y no  en su coherencia, porque la coherencia viene dada por el azar y por lo que se va encontrando.

El final no podía ser otro, esta pionera de la Novelle Vague va a hablar con Godar sobre la vida y el cine y presentarle este artista increíble con el que está trabajando JR, y que la trata con amor, pero sin paternalismo, que les une el respeto mutuo por la obra del otrx.

Y no podía tener otro final, solo se habla, solo se encuentra lo de antes con lo de ahora, si ambas partes quieren, si ambas partes tienen la alegría y la decisión de encontrar una forma nueva en la que hacer y hablar.

Varda es quizás una de las cineastas más libres en activo, espero siga teniendo dinerito para seguir haciendo.

 

 

FIN

 

 

 

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