Desde que descubrí esta Tribu, son muchas las mujeres creadoras que he podido conocer. Mujeres de aquí y de ahora, con las inquietudes propias de este momento histórico y de este lugar. También mujeres de otro tiempo, antiguas y poderosas, ligadas a un feminismo incipiente e influyente que reivindicaba los primeros derechos femeninos. Y mujeres de otro lugar, de otros países, de otros feminismos quizá no tan próximos a este al que hacemos frente cotidianamente. Es este último caso el que más me interesa, quizá por la perspectiva y la distancia de lo ajeno, y de este modo pude conocer la historia y obra feminista de la artista egipcia Mira Shihadeh.
Hay una reacción que se repite mucho en la gente de mi entorno al escuchar el sintagma “feminismo árabe” o “feminismo islámico”. Como si fuera un oxímoron, ponen el grito en el cielo, se alarman, parpadean varias veces. La incredulidad y los interrogantes nos bombardean cada vez que relacionamos el mundo árabe (en toda su extensión y diversidad) y el feminismo (en toda su diversidad y extensión). Considero una prioridad hablar de esto, repensarlo, crear debate, plantearnos qué es realmente el mundo árabe, escuchar a sus mujeres y confiar en un feminismo que aun ajeno e ignorado desde nuestro Occidente “hegemónico”, es absolutamente necesario y radical.
Para entender la creación y el feminismo de Mira Shihadeh, hay que entender de dónde nace su reivindicación, su deseo de manifestar todo lo que siente, padece y requiere como mujer: su génesis. La obra de Mira está marcada y condicionada por los acontecimientos políticos que tuvieron lugar durante la Primavera Árabe en Egipto, y más concretamente en El Cairo. Antes de eso, sus grafitis y pinturas se enunciaban alrededor de una mera representación de escenas festivas o comerciales, pero a partir de ese momento y de los que derivarían de él, sus intereses comenzaron a cambiar y su obra se transformó en un profundo compromiso político y feminista.
El punto de inflexión tuvo lugar en 2011, concretamente el 17 de diciembre, cuando la policía militar egipcia agredió a las manifestantes de la plaza de Tahrir en El Cairo, desnudándolas y humillándolas, apartándolas a la fuerza del espacio público. Así, las propias instituciones asimilaron una lacra que han padecido o padecerán el 99.3% de las mujeres egipcias: la violencia sexual.
La imagen da la vuelta al mundo: una joven ataviada con velo es golpeada, pisoteada y deshonrada mientras protesta contra el gobierno militar que dirige el país desde la renuncia de Mubarak. Su sujetador azul, la violencia de sus agresores y la humillación del hecho pronto se convierten en icono y símbolo de la represión contra la mujer. Tres días después, se produce en respuesta una manifestación protagonizada únicamente por mujeres, en la que propugnan su derecho a formar parte de la vida pública, de la política, sin el sometimiento, el acoso y la discriminación del hombre.
Tras estos acontecimientos, algunas mujeres comienzan a llevar a cabo una transformación en sus espacios discursivos, a problematizar la realidad, planteándose diferentes formas de invadir el espacio público, de conseguir presencia y visibilidad en una sociedad que las daña y las excluye. Son mujeres como Mira Shihadeh, que utilizarán el arte para poner voz a todas las silenciadas y para llegar a las costuras de la sociedad. A partir de ese momento, numerosas artistas comenzarán a imitar mutuamente sus pasos, a crear sus propios colectivos y a concienciarse de su situación mediante la cooperación, la “sororidad”. El medio que Shihadeh emplea para gritar al mundo las desigualdades es el grafiti, una manifestación artística prácticamente desconocida en el mundo árabe hasta ese momento.
Sus grafitis ocupan los muros de El Cairo, convirtiéndolo en un enorme lienzo, en un libro de historia abierto que atesora y recuerda las imágenes de la represión. En sus murales, plasma a mujeres que luchan con pulsión contra el acoso, que son acorraladas y se rebelan, que son femeninas y revolucionarias y buscan y pelean por su lugar en el mundo, como mujeres y como ciudadanas. Más allá de su función estética, hay una función de denuncia, por la que el mensaje se anticipa a todo lo demás, y ha de estar claro y ser inmediato, a modo de síntesis.
Su arte y su creación van amoldándose progresivamente al entorno y a las circunstancias. Shihadeh es buscada y perseguida y tiene que inventar nuevas formas de llevar a cabo sus dibujos en un tiempo límite, sirviéndose de recursos como las plantillas y utilizando frases cortas y significativas para enfatizar sus ideas. Comienza a dedicarse a ello los viernes por la mañana, cuando la ciudad descansa en su día sagrado y cuenta con algo más de tiempo. Sin embargo, las persecuciones se hacen cada vez más frecuentes. Shihadeh es un personaje reconocido en El Cairo y su propia integridad comienza a peligrar. Crear deja de ser fácil. Manifestarse, hablar en voz alta, denunciar lo legítimo ahora es peligroso.
Mira Shihadeh renuncia al grafiti, pero tras ella queda una estela de mujeres creadoras que toman su relevo: mujeres como Bahia Shehab, que ha convertido la representación caligráfica árabe del “no” en un motivo recurrente de sus pintadas, y el colectivo femenino “Nooneswa”, que intenta integrar en la sociedad y mentalidad egipcia todas las opciones de vestimenta de sus mujeres.
Una vez más, el arte nos demuestra que la vida, la realidad y la lucha están más allá de los estereotipos: los prejuicios respecto al mundo árabe, el grafiti, la creación femenina. Más allá de todo esto hay mujeres valientes, artistas brillantes, luchadoras incansables. Del mismo modo, también la vida, la realidad y la lucha están, una vez más, más allá de los muros.