Emmie Rae vive en Sidney. Es escritora y yogi. Escribe poemas diariamente.
osaka
el hotel del amor siempre será algo
dime qué quieres que me ponga, solo pídelo.
apenas voy a moverme. voy a mojar mis dedos en el agua del baño
sintiéndome vagamente jodida y no muy cachonda
cuando vayas a por la bolsa de plástico de las cervezas
por sexta vez, dirás algo sobre mis tetas
y sobre cómo no encajan del todo en ese vestido
que te gusta tanto y estarás hablando y hablando
y estarás hablando o algo
nueva york
te envié a casa una foto de mi pecho desnudo
y te pusiste como “esta mierda es peligrosa en internet,
lo borraré por tu bien” y pedí un café con un trozo de hielo
de dos veces el tamaño de mi cabeza y lo abracé como
si fuera mi verdadero novio o como a un bebé porque
teniendo en cuenta las circunstancias
parecía lo correcto, supongo
berlín
estaba lloviendo
estaba lloviendo así que colgamos nuestra muñecas en el balcón
dije “¿tienes fuego?” en un alemán horrible
todo el mundo se rió nervioso hasta que alguien
me pasó un mechero, húmedo por culpa de la lluvia
vimos fútbol en una pantalla gigante en su habitación
sentados tiesos el uno al lado del otro con bastante cuidado
de no tocarnos e Italia ganó, creo.
algo sobre las nubes cuando están llenas
vimos la app del tiempo en mi nuevo móvil
en lugar de ver la tormenta
al final salimos a la calle con capucha y nos dimos cuenta
de lo bella que era la tormenta
y de cómo la lluvia no era demasiado fuerte y de que la gente
seguía en la calle y de que estaban bebiendo
y de que había globos a la deriva con indiferencia dentro de un bar
lloré viendo a un agricultor alimentar a un cerdito con fresas
orgánicas,
sobras magulladas de la granja de su mejor amigo
sabiendo que los cerditos estaban felices y calientes, comiendo mejor
de lo que yo me puedo permitirsabiendo que los cerdos disfrutan hasta que llevan el tocino a casa
antes de la panceta caqui
antes de todo.
y cuando la tormenta hace vibrar las grietas de la ventana
y a la espera del trueno que parecía hermoso
en la app del tiempo
no soy capaz de decidir si estoy asustada o afortunadamente feliz
de estar sola en mi cama sin hacer y creo que eso
es bueno
como que existir apenas está bien
bajo la tormenta y las barrigas de los aviones
soy la dueña de mi vida, de pie en la calle al lado de una familia de plantas muertas
hay algo aterrador en la percepción de que la tierra
se mueve debajo de ti
se mueve bajo la gente en bloques de oficinas y colegios
de primaria
esa sensación específica de ser los dos únicos clientes
en un restaurante
como cuando todo el mundo sabe algo que a ti
se te escapa
un único helicóptero recorre el cielo la gente salta de las vías del tren
a las estanterías vacías de un 24 horas
el personal adolescente repone el pan y el arroz con signos
más o menos garabateados
el rap puede ser estimulante y sugestivo para la
frágil mente humana
como el tacto y el sabor del agua en una lengua seca
y nerviosa
cada amanecer me sentaba ante el ordenador junto a un estanque de peces actualizando
web tras web
tú dormías tranquilo bajo marcos de cuadros torcidos
y copas rotas
la última vez que hablamos fue en el tren viajando a 300
km por hora
atravesando juntos el campo en silencio
juntos sin comer nada
cuando llegamos todo se caía al suelo: los
cacahuetes dulces y las facturas en papel los airbags mi
cara chocaba contra el asfalto pensando algo como «ya
voy tarde» refiriéndome a prácticamente todo
ahora mismo somos las únicas personas
que se entienden entre sí
en una calle pequeña en un terremoto enorme esperando
a ser absorbidos por la tierra