Las mujeres que descubrieron el cielo

 

 

 

Uno de los principales problemas de los grandes hitos de la ciencia es que el mundo, y más aún cuando cae encima el peso de los años y de la Historia, sólo recuerda al hombre que puso rostro a dicho hito. Sí, al hombre; y olvidamos, o simplemente nunca llegamos a conocer, a los equipos de trabajadores que día a día, en una escala inferior, en la técnica rutinaria, posibilitaron dicho hito científico. Esta masa olvidada sin la que hubiesen sido posibles algunos de los grandes descubrimientos del hombre muy a menudo estaba -y está- compuesta a base de mujeres. Es lo que comúnmente llamamos “techo de cristal”. Ver a todas esas técnicas dejándose los ojos y la cabeza para que otro se lleve todo el mérito. Como hormigas obreras enfrascadas en la construcción de una colmena que nunca les será reconocida.

 

Acabamos de ver un magnífico ejemplo cinematográfico de esto que cuento, Figuras ocultas. Para que el hombre pudiese llegar a la luna, hubo un ingente equipo de mentes brillantes detrás. Algunas de ellas, mujeres cuyos nombres no trascendieron al público, cuyas magníficas capacidades fueron puestas en duda (el conflicto de la raza volvía la situación aún más complicada).

 

 

 

Otro gran ejemplo es el que ha recogido el periodista y divulgador científico Miguel A. Delgado en su libro Las calculadoras de estrellas (Destino, 2016). Este título se debe al nombre que recibían, de manera despectiva, las mujeres que se dedicaban a hacer los cálculos astronómicos, desentrañando el lenguaje del cielo, traduciéndolo de manera que pudiera crearse una base de conocimiento para que otros, después, pudieran realizar sus descubrimientos. Como hormiguitas transportando una semilla, y cada semilla era una estrella inmensa, voraz, cuyo brillo a millones de años de distancia atrapaban en placas fotográficas de vidrio.

 

La historia de estas mujeres, incluso la de sus nombres más ilustres, como la gran astrónoma Maria Mitchell, una de las protagonistas del libro del divulgador, es desconocida por muchos. No apareces en los libros de Historia ni en los manuales de ciencia, y éstos son los que establecen el canon de lo que merece ser sabido y lo que no. ¿Cómo se topo entonces Miguel A. Delgado con esta historia? “Como me suele ocurrir, fui un hilo del que fui tirando. En un primer momento, me encontré con Henrietta Swan Leavitt, la desconocida astrónoma que estableció el primer método fiable para calcular las distancias de las estrellas con respecto a la Tierra, utilizando las Cefeidas, y que permitió descubrir que el universo era muchísimo mayor de lo que se pensaba hasta entonces”, me explica. “Mi sorpresa fue descubrir que formaba parte de un grupo de mujeres que habían aportado descubrimientos similares, las calculadoras de Harvard. Y a través de una de ellas, Antonia Maury, llegué a la que había sido profesora de algunas de ellas en Vassar College, Maria Mitchell. Con ella, me di cuenta de que había cerrado la historia”.

 

 

 

Estamos a finales del siglo XIX en Estados Unidos, una época fascinante donde el mundo, y más allá, el Universo, aún son lugares magníficamente inexplorados. En el Observatorio de Harvard, estas computadoras humanas realizaban una labor invisible y desprestigiada. Y aún así, casi podían sentirse afortunadas. La de las mujeres y la ciencia era una relación casi imposible. “La situación de las mujeres que querían dedicarse a la ciencia era muy complicada”, explica Delgado, “sobre todo, porque tenían vedado el acceso a los estudios superiores, por lo que las pocas que llegaron a ejercer como científicas tuvieron que hacerlo por caminos extraordinarios y alternativos. Hasta que el acceso no fue universal, no se convirtió en algo relativamente normalizado, aunque aún pasaría mucho tiempo hasta que ver el rostro de una mujer al hablar de ciencia dejase de ser algo chocante. Y en realidad, aún en nuestros días cuando se habla de una mujer científica se suele destacar eso, que es mujer”.

 

La normalización aún está lejos de lograse cuando los titulares, a la hora de retransmitir un descubrimiento científico realizado por una mujer, se centran en el hecho de que es una mujer. Como si la noticia fuese, no que vamos a colonizar Marte o que estamos a punto de desentrañar los misterios de la materia oscura, no, si no que tamañas proezas las va a realizar una mujer. Parece que a mucha gente aún le sorprende que ellas posean las capacidades suficientes… o puede que simplemente se resistan a normalizarlo. Mientras, y desde hace siglos, los descubrimientos científicos realizados por mujeres se han desprestigiado por el simple hecho de haber sido realizados por mujeres. “Hay muchos casos”, apunta Miguel A. Degado, “Vera Rubin, que murió esta Navidad, y que se habría merecido el Nobel por su descubrimiento de la materia oscura (y que obviamente nunca recibió). O Rosalind Franklin, uno de los más escandalosos robos por su maternidad en el descubrimiento de la estructura del ADN. O Lise Meitner, parte importante en el descubrimiento de la fisión nuclear, por el que sólo fue galardonado con el Nobel su compañero Otto Hahn. O…”. Muchas decenas de nombres olvidados más.

 

¿Y ahora, dos siglos después de que pioneras como Maria Mitchell y su equipo de calculadoras allanaran el camino a las mujeres que quieren convertirse en grandes científicas? “Sobre el papel ya no existen restricciones legales y está instaurada la igualdad absoluta de géneros en la educación y el acceso al mercado de trabajo. En la realidad, hay muchísimos condicionantes y roles interiorizados de género que apartan a la niña de prosperar en su vocación científica. Aparte, claro está, de los problemas que son generales a la condición femenina: menor salario, menor reconocimiento en la carrera, paternalismo, etc.”, explica el divulgador. Por ejemplo, al falta de referentes. Una niña empieza a desmotivarse a edades mucho más tempranas que los niños porque, en su proceso de aprendizaje, apenas se topa con mujeres a las que admiran. Y no es verdad que no las haya. Están desperdigadas, pequeños puntos luminosos, en un inmenso firmamento de oscuridad esperando a que alguien, como Miguel A. Delgado, las rescate del olvido y las devuelva al lugar que se merecen.

 

El próximo 11 de febrero se celebrará el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.

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