Diario de unas células madre IV

 

 

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Jueves 22 de septiembre

 

Tengo un problema con los días en los que es obligatorio estar feliz. Hay que pasarlo bien, que es Nochevieja, por ejemplo. Pues estoy sin dormir, me duele la cabeza y tengo la regla. También me pongo muy nerviosa en los cumpleaños porque no se me dan bien las sorpresas. Cuando soy yo la regalada, lo paso mal porque no sé falsear la cara de que algo no me entusiasmaba. Mi madre dice que desde pequeña, si me regalaban algo que no me gustaba, decía “ah, vale, gracias, me encanta”, y me quedaba embobada con el envoltorio apartando a un lado el regalo. Y si soy la que regalo, lo paso todavía peor. Me pica la sorpresa por todo el cuerpo, no puedo aguantar haber comprado un regalo y tener que esperar a entregarlo. El cumpleaños de hoy viene sin la obligación de pasarlo bien ni la presión de tener que aguantarme la sorpresa. A mí me apetece disfrutar de ti y tú no te vas a enterar de mucho. No vas a saber que es un día especial. Verás a algunas de las personas que te queremos. Tendrás algún juguete nuevo que abandonar por el colador. No apagarás la vela de la tarta porque no sabes soplar. Diremos varias veces algunas frases: “un año ya, cómo pasa el tiempo”, “parece mentira que haya pasado un año”, “qué mayor estás”, “a estas horas, hace un año, estábamos en el hospital”. Todo eso. Si me dejan, yo puedo hablar del parto, una vez más. No te vas a enterar de nada pero todos vamos a hacer como que sí te enteras. Por eso vamos a celebrarlo. Hoy no has pasado buena noche. Tenías tos y te has despertado varias veces. Por la mañana te cuesta arrancar. No quieres. Yo te animo a levantarte cantándote el cumpleaños feliz. Creo que es la primera vez que lo canto con ilusión. Te visto con ropa bonita, es tu cumpleaños. Tus abuelos te mandan una nota de voz cantándote las mañanitas. Tus tíos también lo hacen. Aplaudes y te ríes. Cogemos el bizcocho que hemos preparado para tu clase y vamos a la guardería. Tu profesora sale a recibirte y te felicita. Me hace ilusión que lo haga. Me gusta notar que te dedican afectos. Siento como si me los dijeran a mí. Se dirigen a un cuerpo que no es el mío pero sí lo es. Yo lo he hecho. No lloras cuando me voy. Bien. Voy a comprar una tarta y preparo la comida que llevaremos luego a casa de tus abuelos. Preparo la comida, pongo una lavadora, recojo la ropa, tiendo, contesto algún correo, escribo, leo y recojo la cocina. Caben muchas cosas en el rato cuando no estoy parando cada tres segundos para sacarte de la taza del váter, evitar que te pilles los dedos, te tires una silla encima o chupes las ruedas del carro. Lleno tu ausencia de tareas. Me mandan mensajes muchas de mis primas y amigos. Y mis células madre sonríen agradecidas. Me recogen tus abuelos y vamos a buscarte a la guardería. Sales contenta. Estás abrazada a tu profesora y ni siquiera te desenganchas nada más verme. Me cuenta que te ha ido a dar bizcocho y le has apartado la mano, pero luego te ha visto con un trozo que habías cogido de alguno de tus compañeros. Te han hecho una corona por tu cumpleaños. Repaso la agenda. Has comido un poco de bizcocho, has hecho dos deposiciones, has dormido una hora y habéis pintado una hoja por el comienzo del otoño. Tu camiseta también ha salido pintada con el otoño de la hoja. Te doy de comer en casa de tus abuelos. Comes con ganas, hacía días que no comías así. Te sacamos los regalos. Tienes libros, un tren para llevarlo andando, muñecos y aparatos con luces y música. Te encanta escuchar música y bailar. Te da alegría. Disfrutas pulsando botones y provocando con ello que algo pase. Antes no sabías cómo hacer que las cosas sucedieran, ahora sí. Tu cuerpo de un año piensa que un botón lo cambia todo. La alegría no se consigue tan fácil, a veces. Peo me encanta ver cómo disfrutas haciendo sonar la música y encendiendo las luces. Te ríes y aplaudes. Quiero que todo sea siempre así para ti. Una vida con botones que pulsar para que aparezca la música, las luces y la alegría. Así de fácil, así de feliz. Cuando has pulsado unas trescientas veinte veces los botones del tren musical, del cubo con teléfono, del libro de Mozart y del piano, me empiezo a plantear si de verdad quiero quiero que todo sea siempre así. Te duermes antes de que comamos nosotros y esperamos a que despiertes para hacerte una foto con el bizcocho que ha traído tu tía y la tarta que hemos comprado nosotras. No consigues sopar la vela. Decimos “un año ya, cómo pasa el tiempo”, “parece mentira que haya pasado un año”, “qué mayor estás”, “a estas horas, hace un año, estábamos en el hospital”. Nadie me da pie a hablar de nuevo de mi parto. Ya se lo saben. Estás bastante caliente, creo que tienes fiebre. Pasamos a ver tu otra abuela antes de ir a casa. Te regala un juguete con botones, luces y cuentos musicales. Aplaudes y te ríes. Nos sentamos en una terraza y vas diciendo hola de manera insistente a todo el mundo. Estás contenta pese a estar febril. Como si en el fondo supieras que era un día para disfrutar aunque tu cuerpo se haya rebelado un poco. Quizá lo que te ocurre es que eres más parecida a mí de lo que tu cara enseña. Y las sorpresas te dan susto y te pones enferma en los días señalados. Y da igual, Carmela, porque no me hace falta esperar al 22 de septiembre para celebrarte. Tampoco para volver a recrear mi parto.

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