Éramos mujeres jóvenes, lo que pudo haber sido y no fue

 

9788415673262

 

 

Soy una entusiasta de los ensayos. No sé si desde que me considero lectora, pero es un hecho que en los últimos años me he enganchado de un modo enfermizo a ellos. Los prefiero, con mucho, sobre cualquier otro género: son el espacio perfecto para lanzar una idea, argumentarla, desarrollarla, analizarla desde un enfoque o, con suerte, desde varios. Hecho este preámbulo, andaba como loca por descubrir el último libro de Marta Sanz, Éramos mujeres jóvenes. Una educación sentimental de la Transición española. El cóctel no podía ser más perfecto: ensayo, sociología, historia y, además, escrito por una mujer (me he tomado como algo muy personal lo de leer diez libros escritos por mujeres por cada vez que leo uno escrito por un hombre). Algo me decía que iba a escalar un pequeño nivel en mi propósito de cultivarme un poco más sobre eso tan de moda llamado feminismo (no sé por qué asumí que iba a encontrarme con una obra feminista; creo que quien me lo recomendó lo descubrió en esos términos, pero puede que no estuviera muy seguro de lo que estaba diciendo).

Vaya por delante que no había leído nada de Marta Sanz hasta hoy y, tal vez, eso no fuese precisamente un punto a mi favor. Quizá ha sido un bautizo desafortunado con la autora y quiero pensar que en el futuro me adentraré en su prosa sin ningún tipo de prejuicio. Lo que sí sé es que me recomendaron Éramos mujeres jóvenes como un buen ensayo y lo abrí con demasiada expectativa porque el tema me interesaba sobremanera. Y en las primeras páginas Sanz ya nos advierte de que no es, en absoluto, un ensayo. De que es sesgado. De que es una «visión subjetiva diletante y poco profesional […] en torno a un tema que se presenta de un modo excéntrico» (?). Pero, sobre todo, de que este ensayo entronca «con alguno de los libros que he ido escribiendo a lo largo de mi vida».  Al final, la pobre impresión que me da es que este libro (Fundación José Manuel Lara, 2016) no es sino una oportunidad para hablar de sí misma, para escribir por escribir, con sus corifeas (así llama a las protagonistas de estas páginas: mujeres a las que interroga acerca de cuestiones vitales).

Al final Éramos mujeres jóvenes no me parece ni un ensayo ni un ejercicio literario, y eso que bien podrían haberse combinado ambos rasgos de un modo explosivo; y una –hablo en primera persona del singular, eso que quede claro también – se queda con la sensación de no entender muy bien qué nos quiere contar la autora. En realidad, Éramos mujeres jóvenes carece de las dos mejores características de un ensayo y de un ejercicio literario –respectivamente-: por un lado, falta el rigor necesario para sostener una idea o serie de ideas; por otro, tampoco encuentro que la voz de la autora tenga la potencia necesaria como para encandilarme. Es evidente que este libro no es un ensayo: es el resultado de múltiples reuniones con un grupo de mujeres adultas (Nekane, Cari, Cristina…) en las que se hicieron múltiples preguntas y se charló animadamente sobre los avatares de sus respectivas vidas. Soy, también, una loca de las estadísticas, los estudios –siempre me interesó la sociología- y el rigor periodístico, y en este sentido, la bibliografía es inexistente y la referencia a fuentes, paupérrima. En definitiva, lo que me iba a parecer un título de cabecera me ha resultado un libro tristemente prescindible. En los últimos meses han pasado por mis manos espléndidos ensayos literarios de no ficción escritos por mujeres sobre las propias autoras o sobre mujeres que rodean a las autoras (y sí, estoy pensando, por supuesto, en ese Solterona de Kate Bolick que estoy recomendando como si Malpaso me pagase por hacerle publicidad: si no lo has leído, corre, es el momento de hacerte con él). Me consta que en España hay buenas autoras a las que creo muy capaces de grandes ensayos literarios de no ficción que diseccionen temas interesantes, y me deja un poco fría que mi primera toma de contacto con Sanz sea con una decepción tan grande. Simplemente, su intento de ensayo –o lo que sea Éramos mujeres jóvenes– no me transmite nada.

Sin embargo, no vamos a afearle el mérito a este libro. Parte de un gran, y muy noble, planteamiento: explorar qué educación se les dio a las jóvenes de la Transición; qué valores les inculcaron las que hace 40 años eran madres (e hijas), cómo hemos vivido y avanzado las mujeres en este país desde la década de los 70 hasta ahora en materia de reproducción, derechos, política, cultura. Hay pequeñísimas partes muy interesantes, que habrían resultado fenomenales de haberse abordado en el tono correcto. Echamos en falta, sobre todo, más profundidad en el apartado dedicado a influencias culturales –me quedo con una frase hermosa: «la cultura es el caldo de cultivo del que proviene nuestro amor»-. Todo el espacio que ocupa Sanz en hablar de sí misma (especialmente divertido, si es que divertida es la palabra que debería usarse, es ese pasaje llamado En el salón de belleza: en él deja un lado a sus corifeas para hablar de los rituales de belleza a los que se somete y pasar de puntillas por la tiranía estética) podría dedicarlo a reseñar más libros –siquiera someramente-, citar más películas, recordar más influencias musicales, relatar costumbres familiares, rescatar recuerdos de infancia, ayudar a otras mujeres a rescatar los suyos. Esa es la espinita de este libro: que, entre tanta paja –valga el chiste fácil, porque las referencias a sexualidad son explícitas- encontramos diamantes sin pulir.

Por ejemplo: muy interesante es el capítulo La egoísta, donde se aborda brevemente cómo la maternidad pasa, en el imaginario colectivo, a convertirse en una elección frente a una imposición social. Cito este extracto estupendo: «La opción de formularse la pregunta de si una mujer quiere o no quiere ser madre es una de las marcas de la modernidad postfranquista. Antes, a esas mujeres desnaturalizadas que abominaron de su condición mamífera, el doctor Vallejo-Nájera las trató con electroshocks en las cárceles donde amontonaban a las rojas, las rebeldes, las raras, las pobres, las comunistas que, por la configuración de su cabeza y la disposición de los huesecillos del cráneo, eran claramente unas disminuidas mentales. El marxismo o el anarquismo, la falta de inteligencia, la ninfomanía y la falta de instintos de protección maternal se daban a menudo en un mismo sujeto –en una misma sujeta- a la que había que sanar a fuerza de corrientes eléctricas, palos y agua helada». Aprovecho el momento para recomendar otro excelente ensayo, Madres arrepentidas de Orna Donath –este sí: escrito por una socióloga, rigurosísimo en fondo y delicioso en forma-. Otro pasaje interesante es Los mejores tiempos. Cito (las negritas son mías): «Viví una época en la que el sexo era un tabú. Sólo escuchaba de mi madre ‘Ten cuidado’ y nunca supe descifrar aquello […] No recibí ningún tipo de educación sexual. […] ¿Cuántas reconvenciones de las madres de la época fueron eficaces para las hijas y cuáles operaron en sentido contrario? […] Seguíamos alimentando el atavismo de que el sexo era algo que nos volvía sucias y podía hacer que los hombres nos dejasen de querer o nos amasen para siempre […]  Sí existen [diferencias generacionales entre las mujeres a la hora de vivir el amor el sexo], son tremendas. […] Nuestras madres tenían mucha menos información, eran herederas directas de la educación franquista […] Mi madre fue virgen al matrimonio, con eso lo digo todo. Una aberración; se casaban (que antes era para siempre) con un tío que no conocían en la cama. ¿Cómo se puede concebir eso? Mi abuela me contó que la noche de bodas la pasó en una pensión y que al día siguiente su madre y sus hermanas fueron a verlos a primera hora para que les enseñaran la sábana manchada con la ‘honra’  […] Muchas de esas mujeres se murieron sin conocer lo que era un orgasmo y lo que es peor sin poder reconocerlos». ¿Por qué no ahondar más en lo que necesita ser discutido y difundido? ¿Por qué no volver sobre los datos; por qué no recabar experiencias de mujeres que en su momento conviviesen con la penalización política y la exclusión educativa y social?

Por si fuera poco, a modo de epílogo nos encontramos con la contrapartida de la voz masculina que se presta a un experimento (llamar experimento a esto es un poco irrespetuoso a poco que a una le guste el rigor científico: para qué se crea un experimento, para qué sirve, cómo se interpreta). Cito: «Existen los hombres sensibles.» No sé si alguien dudaba esto, que no es una suposición sino un hecho. Sacar a colación este tipo de cuestiones sexistas (que les perjudican, en este caso, a ellos) está, simplemente fuera de lugar a estas alturas de la película, aunque no dudo de su buena fe y entiendo su propósito: denunciar que los estereotipos de género nos afectan a todos. Ya lo sabemos.

Tal vez Éramos mujeres jóvenes interese al lector medio y entiendo que los incondicionales de Marta Sanz aplaudirán su trabajo, pero puede que los lectores habituales de ensayos lo encuentren vago y poco profundo. Aunque no recomiendo su lectura, desde aquí lanzo mi deseo de que se publiquen más obras sobre el tema –ya sea en forma de ensayo, literario o no, u otros formatos como la poesía o el teatro-. Es una avanzadilla necesaria e interesantísima.

 

 

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