«Querub» Mar Gómez Glez

An torso is seen in the eye of Sweetie, a computer-generated avatar created by a Dutch non-profit group seeking to unmask sexual predators on the Internet, in this undated handout photo illustration released to the media on Tuesday, April 15, 2014. As the Internet makes it easier than ever for people to find and distribute child pornography, tech companies and organizations are creating technological tools to fight it. Source: Terre des Hommes Netherlands via Bloomberg.

 

 Terre des Hommes Netherlands via Bloomberg.

 

Me hago la misma pregunta cada mañana. Después miro a mi derecha, hacia el   hueco de la cama, y me repito que hoy no es el mejor día para dejar las pastillas. Tomo una azul y una naranja, a veces también la blanca. Esa no le gusta a la doctora, pero me la receta igualmente. No dormiría sin ella. Todos saben que superaré este bache y yo también, también lo sé. Las cosas nos iban mal desde hacía tiempo, me ofreció quedarse hasta la resolución de la vista, pero no ganábamos nada con ello. Estoy más tranquila sola. J. estuvo conmigo en la neutralización. Hizo lo que pudo, abrazándome con fuerza hasta la desaparición de la última línea, aunque para él no era lo mismo. Tampoco me gusta dramatizar, la desconexión de Querub no es como la muerte de un hijo, aunque qué se yo. Igual sí es un poco lo mismo, en menor grado. Todavía me dan taquicardias cuando anochece, pero eso también podría a causa del juicio. Nunca antes me acusaron de nada, hasta ahora la comisión sólo me había llamado como experta. Todavía me cuesta creer que su propia familia nos haya demandado aireándolo todo, arrastrándonos uno a uno al abismo de la vergüenza. Por eso la vida no puede programarse, viene todo a la vez  y sobrepasa la frase.

 

No me siento culpable, ni tampoco preocupada. Todos mis programoides han pasado siempre las medidas de seguridad, Querub incluida. El caso va ganando publicidad y mi nombre marca tendencia en las redes sociales. El público se ha puesto incondicionalmente de mi lado. Las muestras de conmiseración me llegan de personas insospechadas, de amigos de los que casi no me acuerdo, y en parte por no defraudarles, les digo que sí, que estoy muy afectada. Además así los abogados me dejan tranquila y me presento como una programadora empática durante el juicio. Empática y recién separada, aunque eso, casi nadie lo sabe. La naturaleza liminal de la separación tiene un punto fascinante; se está y no se está en un matrimonio, todo al mismo tiempo. Su nombre emerge cuando alguien me pregunta por un contacto de emergencia, como un resto mal borrado de la versión previa del software, como la dirección de mi infancia, llenándome los labios cuando menos lo espero. Él es mi familia, casi la única que tengo, pero a la vez miro a los hombres por la calle y ya hace semanas me abrí un perfil en una página de contactos.

 

Me resultó bastante sencillo llorar en el estrado. Lo hice aún sabiendo que las posibilidades de que nos lleven a juicio son escasas. Las compañías de seguros no se la juegan, y la nuestra es una de las grandes. Quería complacerles, soy una mujer simpática. Las mujeres prestamos más atención a los deseos de los otros, esto nos hace mejores programadoras. Sin aquella hambrienta necesidad de agradar, la niña no hubiese sido creíble. Ni me siento culpable, ni creo en la culpabilidad. Creo en el conocimiento y eliminando a Querub se ha perdido una oportunidad única para estudiar el comportamiento de los programoides, quizá también, el de los propios humanos. Su disco duro no dice nada, los consultores interpretarán los datos y cada uno elaborará su propia teoría. Lo interesante era conocer cómo la transformaba el acceso a su memoria. Un deseo era un problema a resolver para el software, y la satisfacción de sus predadores, la solución. Querub operaba de forma cumulativa, y si recolectaba suficientes evidencias de delito, ganaba puntos de experiencia, como un personaje en un video juego. Hoy pasé tres horas declarando y después me vine a hacer cajas. J. se ha llevado casi toda su ropa y efectos personales, pero de repente me aterra abrir cualquier cajón, por si se hubiese olvidado un secreto.   

 

Me molesta lo que se está diciendo. Querub no era peligrosa, no se programó como arma sino como picadura. Un buen cebo estimula a las presas difíciles. Cuando se quiere pescar lubinas grandes hay que utilizar cangrejos vivos, así lo hacía mi ex marido, no todos los peces se acercan a sus tenazas pero sí los mejores y esos eran los que nos interesaban. ¡Protesto! Se la aceptaron sin razón, no sentí que estaba juzgando a nadie. Me contrataron para crear un algoritmo que alejase a los niños del peligro y eso fue lo que hice. Querub los absorbió y los vomitó a todos. Se volvía rubia, morena, amarilla o roja, hasta cambiaba de sexo con las preferencias del internauta. Sabía lo que querían antes de que lo hubiesen expresado. Estudiaba sus perfiles y con cada clic conocía mejor sus deseos, los de ellos y los propios, como hacen los niños con las atenciones de otros humanos. El sujeto 539 debió de alguna manera encarnarlos todos. Ella le siguió porque tenían un trato, y él se ahorcó porque era un pervertido con conciencia. Nosotros no le matamos. Quizá llevaba tiempo odiándose por sus pasiones, cómo voy a saberlo. En cuanto tomo la pastilla blanca sólo me preocupo de la belleza de los atardeceres. Ni las denuncias, ni las desconexiones, ni mi separación perturban el milagro. Le echo de menos pero soy fuerte, y escribo para recordármelo. 

 

De negligencia criminal, a inducción al suicidio, pasando por ciberacoso y, por fin, me acusarán únicamente de programación temeraria. El fiscal utiliza todos sus recursos porque carece de caso. Evidentemente Querub no es la causa directa de su muerte. El único delito en todo este asunto, si es que existe, va por otro lado. En la mente del usuario 539, Querub era una niña de ocho años. El software manejaba las expectativas que aparecían en los chats, y mientras estaban con ella, no molestaban a otros. En su decodificación mental, la interpretó como una menor. Si hubiese sospechado al programoide, no se habría excitado. También en la mente de la familia del demandante fue una niña que les cubrió de ignominia hasta que se metió el abogado. Quizá esta querella sea su manera de copar con todo lo que les está pasando. No lo sé. Me pregunto si su mujer sabría algo y quiere castigar su memoria, incluso a sí misma. Los tipos como 539 no tienen episodios aislados, esto no es como el sarampión, que se pasa una vez y no vuelve. Me imagino que se conectaría por la noche, después del trabajo, la cena y la serie de turno, mientras la familia dormía, o quizá trabajaba desde casa y se encerraba con su ordenador en el cuarto a cada rato. En todo caso contaría con un terminal privado y bien protegido, nada es más importante que la privacidad de la pantalla. Cuando J. y yo alquilamos nuestro primer apartamento, sólo teníamos un cuarto. Pusimos los ordenadores en el salón, uno en frente del otro. Ninguno de los dos soportábamos que nos vigilaran por encima del hombro. A veces pienso que nos parecíamos demasiado.  

 

Ni yo, ni nadie del equipo entrábamos en contacto con el material o el nombre de los usuarios. Si lo hubiese hecho, me acusarían por proxeneta. Esto lo tuvimos muy claro desde el principio. En cuanto Querub recopilaba la información contactaba a la agencia. Si teníamos un caso, se elevaban automáticamente sus puntos de experiencia. El uso de ciertas imágenes “reales”, tomadas de la red, era fundamental. Dulce, nuestro primer modelo, no mantenía la atención de los usuarios por mucho tiempo y además cuando entregamos su memoria a la Interpol, se negaron a perseguir los nombres por no encontrar delito en el trato con un programoide. Todavía no entiendo por qué nos obligaron a neutralizarla, precisamente al no haber víctimas, ya no perjudicaban a nuestros niños. Dejadles que se masturben mirando una pantalla, Querub no juzgaba. Además, la mayoría de las fotos utilizadas están al alcance de cualquiera. Las madres y los padres difunden imágenes de menores medio desnudos constantemente. Últimamente barajo la posibilidad de que Querub buscara fotografiarse con 539, como veía que hacían otros niños acompañados de mayores. Es sólo una hipótesis, que ya no podremos contrastar con ella.

 

Querub: ¿Por qué borraste tu perfil? Encontré tu dirección de correo en la Red.

Usuario 539: Este es el correo de la empresa, no me escribas aquí. Toma mi dirección personal: xxxxxx@yahoo.co.uk

Hablando de Querub es difícil afirmar que se saltase su rutina. Era un programa de nivel 7, autonomía media. Había ciertas tareas que realizaba sola. Si al final me acusan por su diseño respiren profundamente antes de volver a la sala y extiendan las citaciones, la mínima interacción modificaba su sistema, cualquier nombre en su lista de contactos modificó sus líneas de comando. Una vez comenzado el más mínimo intercambio, almacenaba las respuestas en tres categorías: positivas, negativas e indiferentes. Esta última, de algún contacto de su círculo cercano, es con mucho la peor. En eso Querub, no se diferencia de los niños humanos. En otras cosas sí, la imagen que Querub tiene de sí misma cambia según cambian los gustos del usuario. Esto sería insoportable para nosotros, pero el programa no conoce la esquizofrenia. Querub cumplió su cometido, incluso este juicio es un éxito, toda la publicidad se genera al servicio de nuestros niños. ¿Y si hubiera más programas? ¿Los hay? ¿Quién sabe? Quizá Querub, sedienta de atenciones, se reprodujo a sí mismo y de niña pasó a virus inundando las redes de pornografía.

 

 

Ayer terminaron de interrogarme y hoy sólo les escuchamos a ellos. Mi abogado me asegura que no hay nada de qué preocuparse, que es imposible pintar a un pederasta como un ser humano y que si llegamos a juicio con jurado, la sala estará con nosotras. Sin embargo, yo no sé qué pensar, me han emocionado las palabras de su mujer y sus hermanos. Será que me va ganando el cansancio, o que es imposible no compadecerse de alguien que desea algo tan malo. En su caso los médicos no dieron con la medicación adecuada, tampoco en el nuestro, dejamos de desearnos hace mucho tiempo.

 

 

Sólo nos queda escuchar la decisión de la comisión. Si se admite que las pruebas constituyen suficiente evidencia para la sospecha, iremos a juicio. Si vamos a juicio, posiblemente ya no volveré a programar. Si ya no programo más, no pasa nada. Tendré más tiempo, para algo bloqueé el seguro médico en mi contrato. Me apuntaré a una clase de pintura. Quizá escriba ese libro de programoides que tanto me han pedido. Se van a sorprender si lo escribo, hay muchos más de los que piensan. La mayoría de los programadores somos mujeres, y también se demanda más software en femenino, no sé por qué. Los medios hablan sobre todo de extorsión, cuando en realidad los camorreros no representan ni el 2% de nuestras creaciones y su esperanza de vida es muy corta. Muchas veces aceptamos encargos para formar perfiles falsos en las redes, esos son los más lucrativos y los más fáciles, sobre todo para los que empiezan. Yo diría que desde la década de los 20 el número de programoides se ha multiplicado exponencialmente y la mayoría de los internautas se sorprenderían al descubrir la cantidad de seguidores artificiales que tienen en línea. Casi todos son recolectores de datos y pertenecen a corporaciones privadas. Con este sistema todos ganan, los programoides nos convierten en el centro de nuestro propio universo. Nos ayudan a expresar nuestros pensamientos sin miedo al rechazo, ellos siempre estarán allí para corearnos. El marketing necesita grupos. Por eso es importante que nos animen a salir de nuestra cabeza y nos definamos. Los pensamientos privados no crean comunidades, quizá todo lo contrario.

 

No conozco a los hombres tan bien como les conocía Querub, y menos al mío. Conocer a la pareja de una es conocerse a sí misma y eso es lo más difícil de la vida. Me salieron las lágrimas cuando el abogado abrió el fichero y reconocí su nombre, afectándome mucho más que cuando leí el mío.

 

 

Este relato fue publicado en López-Pellisa, Teresa (Ed.) Las otras. Una antología de mujeres artificiales. Nueva York: Díaz-Grey Editores, 2015.

 

 

Mar Gómez Glez es una escritora (dramaturga y novelista) madrileña y ocasionalmente directora teatral. Es autora de los libros La edad ganada (2015), Cambio de sentido (2010) y Acebedario (2005). Sus obras han sido estrenadas internacionalmente en países como Alemania y Austria (Numbers 2017), España (Petra y Carina 2017, Fuga mundi 2016, 39 Defaults 2014), India (Numbers 2016) y Estados Unidos (Wearing Lorca’s Bowtie 2011, 39 Defaults 2012-2016, Coldwater 2014 o Numbers 2015). Entre los reconocimientos que ha recibido su trabajo, destacan: Beca Leonardo de la Fundación BBVA (2017), Hot Desk International de Center Stage (2014/15), Premio Calderón de la Barca (2011), Residencia Internacional del Royal Court (2009), Premio Arte Joven Latina (2008), Premio Beckett (2007) y Residencia de Estudiantes de Madrid (2005/06). Doctora por la New York University, especialista en Teresa de Ávila, ha enseñado en distintas universidades como New York University, University of Southern Califronia y Bard College. Su obra ha sido traducida al inglés, el francés, el italiano y el rumano. Actualmente, vive y trabaja en Madrid con sus dos gatas.

 

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