Su primer día en un entorno laboral fue en una sala de redacción en la que iba a hacer prácticas. Llegó ligera, confiada y llena de ilusión. Siempre había sido buena estudiante y le encantaba escribir por lo que no estaba inquieta. Se había visualizado a menudo mordisqueando la esquina de un bolígrafo mientras buscaba el quid de una historia al más puro estilo Lois Lane. Entró en el espacio abierto lleno de humo y ordenadores con pantalla negra en MS-DOS, al lado de muchos de ellos había un cenicero rebosante de colillas. Los hombres y mujeres se repartían sentados según las secciones del periódico; todos los jefes de sección eran hombres, pero de eso se daría cuenta después. Recuerda la sensación de oscuridad que le produjo la sala porque esa misma oscuridad le embargaría en determinados momentos a lo largo de su carrera profesional.
Ese día, Ricardo, jefe de la sección regional de Babia donde le había tocado estar los próximos dos meses que duraría su contrato, le presentó al resto del equipo.
—El jefe de la sección soy yo, Ricardo. Quique y Pedro se encargan de cubrir al gobierno; Rosa se encarga del PSOE e IU; Mario, Educación y Políticas Sociales; Rubén, Vida Social y Sucesos. Tú le ayudarás con Sucesos. Iñigo, que también empieza hoy de prácticas, ayudará en Gobierno.
A los pocos minutos estaban entrando ya los teletipos de las agencias de noticias en el ordenador que le habían asignado. Uno detrás de otro. Ese día le explicaron cómo seleccionarlos y despacharlos, los suyos eran los relacionados con accidentes de tráfico preferiblemente con víctimas, accidentes de cualquier otro tipo siempre con heridos, muertes violentas e incautaciones de droga, que en verano no solían fallar.
—Es una tarea tranquila, vas a estar contenta, ya verás.
Escribió sobre sucesos ese verano. Todos los compañeros eran muy amables. Ricardo, cada vez que entraba por las mañanas, le alababa el peinado, el perfume, la juventud. Lo hacía siempre de una forma muy elegante y cariñosa, como era él. En cambio, ni un solo día de sus dos meses de prácticas recibió consejo alguno sobre sus textos. Sí escuchaba, en cambio, como a Iñigo lo mandaban a ruedas de prensa y luego desmontaban sus borradores. Escuchaba «enfócalo por ahí», «pregúntale a fulanito a ver qué piensa», «frases más cortas», «qué puñetera manía de declarar esto, declarar lo otro tienes», «la palabra viejo está prohibida, mejor persona mayor»….
Ella, siempre con los zapatos relucientes y bien peinada para causar buena impresión, escuchaba esos consejos como un murmullo de fondo, rodeada de sus muertos, alijos y coches calcinados. Se preguntaba cuántos gramos de cocaína deberían ser suficientes para salir en prensa, si sus narcos formaban parte de una red internacional del crimen o eran pobres hombres intentando malamente ganarse la vida. Conversaba con sus muertos, de los que sólo sabía sus siglas, que eran naturales de Vitoria o Albacete y que morían con tal edad, y se decía que vaya pena que a estos difuntos les hubiese tocado esta chica en prácticas para escribir sobre ellos porque si les hubiese tocado otra persona, incluso otra persona en prácticas, como Iñigo, se escribiría mucho mejor sobre ellos, o por lo menos con mucha más seguridad y contundencia.
Eso pensaba ella, pero no decía nada porque nadie tampoco le decía nada a ella. Para escribir, se guiaba por las crónicas publicadas los meses anteriores y a veces se preguntaba: «¿Debería añadir alguna información más sobre los fallecidos?, ¿serán los datos de agencias siempre correctos?, ¿cómo comprobarlo?, ¿debería llamar a la policía para intentar descubrir algo nuevo?, ¿acaso se podría decir diferente?» Pero a nadie parecía importarle y le daba vergüenza preguntar, quizás ya debiera saber ciertas cosas, quizás no; es que tampoco nadie le comentaba nada, sólo Ricardo al llegar, tan sonriente, tan simpático, tan halagüeño.
— Pero hay que ver qué guapa vienes hoy.
Así pasaron los dos meses. Escribía su pequeña página en Sucesos, la maquetaba, la enviaba a corrección, la veía al día siguiente con algunos cambios ortotipográficos. Un día de la última semana de sus prácticas, Ricardo le dijo:
— Pero, ¡si no has hecho ninguna entrevista!, ¿quieres hacer una?
Ella le contestó que no hacía falta, claro, no se atrevía, ni siquiera sabía si contaba bien los muertos como para andar preguntando a los vivos…