POÉTICA
No sé en qué ciudad vi sus manos
surcadas por la tierra.
Agarraba flores azules
como la sangre acuática de mi hermana,
posado en su mesa estaba el reloj de Greta Garbo.
Tampoco en cuál vi la pluma de Sylvia Plath
enredada en sus rubios cabellos.
Tal vez fue en el mismo lugar
donde vi a Audrey Hepburn envejecer
y a Patti Smith volver a ser joven.
Desconozco cómo encontré las calles de Roma
en otro lugar del mundo,
ni dónde vi a una pescadera abrir a la mitad un pez
que guardaba en sí el nombre de la llave que abre el tiempo,
pero no tenía dinero para comprar
un reloj como el de Greta Garbo y medirlo,
o poseer el esquema con el que algún sabio
creó la palabra ciencia.
Tal vez fue lejano el lugar donde vi
al animal sonoro de la noche refugiarse
de las manos del otoño y de la sequedad de las fábricas,
pero supe que esa sería mi patria.
Así, en el eterno vagar por Oviedo,
su vuelo alejaría mis pasos de la línea de salida
y me liberaría de la ciudad irreal y de sus miedos.
ASTAPOVO
No quedas lejos Astapovo, la estación
a la que Tolstói viajó.
Con solo levantar la cabeza, verás su barba larga,
las vías de una pluma constante que llegan
desde el corazón de mujeres hermosas.
La pila de la sabiduría manda sus señales
a los días: por eso Anna fuma Marlboro
y busca hoy un vestido para el baile.
Marlboro no es la pipa ni es Astapovo,
sino los hijos sin nombre, los maridos
encadenados en su propia cabeza,
las vías de algún tren que no pasó
por donde corría rauda la tinta
de una vieja pluma.
Por setenta euros, un vestido
donde meter el cuerpo de la angustia,
y tocar el tacto dulce del algodón
sobre sus curvas de locura.
Por trescientos, un chaquetón
que no es de cobre para los huesos fríos.
No mece la angustia el terciopelo,
Ni el hierro opaco de la desolación,
Ni el olor de una lágrima en carne viva.
Tampoco Astapovo es una cárcel con barrotes de nubes,
ni un viento huracanado que invadiera
la cabeza de un viejo loco.
No lo es un cigarrillo de Marlboro,
pero sí los cabellos de una mujer terrible.
En Astapovo las libélulas son el humo de una pipa
que adorna la barba de un anciano,
para mecer los sueños de mujeres de barro.
Y tú eres el tren que busca esa estación,
la pluma incansable, la libélula,
por si alguna vez también perdieras la esperanza,
y no creyeses en el terciopelo.
LA MEMORIA Y LOS HÉROES
I
DIEZ DE LA MAÑANA: HYBRIS EN LA CAFETERÍA
DE LA UNIVERSIDAD
Hay un héroe griego enredado
en mis gafas de pasta
que rompe los cristales con su hybris,
e inunda mis ojos con su inteligencia,
aunque desconozca mi mirada.
Debes de ser tú desde la otra punta de la cafetería
negándote a invitarme al cine.
II
MEDIODÍA
Inmensa luz
sobre la nieve negra
es tu mirada.
III
DOS DE LA MADRUGADA
Memoricé tus ojos
de tanto mirar tu fotografía
para cuando tú también fueras memoria,
y fueran los días otra vez materia gris
para moldear la extraña forma de los sueños,
la vejez del rostro ya no aparece
en ninguna fotografía.
Para cuando tú también seas memoria
seré yo palabra regalada,
difícil armamento contra el tiempo.
No habrá más luz sobre las letras muertas.
OTILIA
Al mismo tiempo que nacía Trilce
se publicaba Ulises,
Eliot se perdía en La tierra baldía,
y Virginia ya empezaba a pensar en un río
donde mecer su cuerpo.
En 1922 yo era caldo del tiempo,
el humo de la pipa del joven Faulkner,
el hueco entre las líneas, la búsqueda
de lo perdido y, mientras,
Otilia lavaba la ropa.
1965 le dio nombre a Otilia.
No tenía rostro, pero sí un feto
de color rojo.
Como en 1922, lavaba la ropa,
y era hermosa.
Hoy, Otilia vuela entre el pelo de Vallejo,
maldice que nadie pueda olvidarse
de sus manos, y que en esta primavera
eterna y cruel tantos conozcamos su desdicha,
y siga lavando la ropa.
FRIDA Y LA LLUVIA
Acaricias a Granizo en aquella foto.
Sostienes un cigarrillo y penetras con tu mirada
en los pintores que te aman,
y en todas las mujeres que no son tú
pero poseen tus heridas.
Supongo que, mientras tanto,
Diego está en la casa
sacando el amor del pincel,
a cincel del viento clavando su fidelidad.
Acaricias a Granizo, leal compañero,
piel de la bondad:
con la mano de la ternura,
la que ya había pintado el dolor
de las piernas y la astucia
de un animal lleno de llagas.
Lo acaricias.
El amor de Granizo y el lienzo rojo
sobre el que caminas son la ventana
desde la que miras la vida,
el lugar desde el que hablas
contra el vacío de la memoria.
Hoy esta lluvia sobre el cristal
que penetra en el cuarto
me recuerda a tus piernas
luchando contra el suelo.
Para eso busco una libélula,
Y rechazo los ojos de la soledad:
para no ser nunca cobijo de la lluvia
en blanco y negro.
1939. 2013. Granizo corre
fuera de la ventana y dentro del cuadro.
Es la mejor prueba de tu existencia.
TARA
En tu cielo también debe de haber
lirios arropando tu cuerpo
y libélulas que vuelan
sobre tus ojos de luz.
La vida tiende sus trampas
como aprende el destino
a vencer cada una.
En el piano de Ludovico,
como aquella vez en primavera,
cuando sonaban muerte y vida,
también debe de haber una casa.
Time lapse:
el amor de un animal
es un caballo con vocación de funámbulo,
esperanza fatal de todo lo perdido,
belleza y verdad.
Conocías el amor
y apretaste aun así la rosa negra.
Tu muerte es un grito pelado
contra amaneceres inmensos,
la prueba más certera
de que tiende la soledad
hacia la cortina de la primavera.
Walk:
en tu cielo también debe de haber
un manto, dos ángeles buenos,
un mar, las tijeras para cortar
las cortinas a la primavera,
un peine para los cabellos de la tristeza.
Un peine para los caballos funámbulos,
la libélula a la que yo vería morir aquel invierno.

Libélula, Raque F. Menéndez, Premio de Poesía de la Universidad de Oviedo, 2013.
Raquel F. Menéndez (Salas, 1993) estudia el Grado de Lengua Española y sus Literaturas en la Universidad de Oviedo, escribe y plasma sus impresiones sobre la poesía y la vida en su blog personal Un desván azul.
ole..!!!
Me gustan tus poemas…gracies x darlos a conocer,
notar, sentirlos ya lo hacemos…es grato confirmar q alguien lo sabe decir ….
mar F. castro
Mil gracias por tu lectura y tu amabilidad, Carmen.
Abrazos.