Esta es la conclusión de una pieza que comenzó con la historia de una solitaria lectora que se convirtió en una errática psicópata con tal de conseguir que su autora favorita escribiera el libro de cuentos que estaba esperando: uno mejor que el anterior.
El sábado pasado, mientras me refugiaba del calor y la humedad frente a la góndola de los embutidos de un supermercado de mi barrio, te acercaste y, mientras apretaba el móvil en el fondo del bolsillo por miedo a que me lo robaras, me lo preguntaste entre susurros. Ante mi mirada preocupada, insististe: “¿En qué lugar se reúnen, Ustedes, las de la Nueva Religión del Libro?”. Observé con cautela a mi alrededor por si había alguien más escuchando y te soplé la dirección al oído. No me gusta correr riesgos. Sin embargo, nada me importa más que cooptar nuevas adeptas a nuestra, digámosle, “comunidad”. A la semana siguiente, apareciste por nuestro local, una habitación mal iluminada y llena de humedades, en la parte de atrás del rastro benéfico que llevan unas inmigrantes ucranianas, unas ex-drogadictas rehabilitadas que se han convertido en fanáticas católicas. Y a la Nueva Religión del Libro, por supuesto.
Allí estábamos, distribuyendo las sillas en forma circular, administrando café en vasitos de plástico, preparándonos para otra de nuestras sesiones:
“Soy adicta a las expectativas. Son mi agente adrenalínico artificial preferido. Sufro una dependencia compulsiva hacia esas frágiles niñitas espectrales que corren delante de mí hasta alcanzar las paredes acolchonadas y camisas de fuerza que administran unos musculosos enfermeros en un algún lugar aséptico e inhóspito de mi cerebro. Soy una politoxicómana dependiente de Lo Que Vendrá. De las novedades. De las nuevas tendencias. De las newsletters. De las actualizaciones constantes de la vida en mi bandeja de emails», confesó una chica estrábica, con pecas y un parche de los que se usan para bajar de peso en el brazo izquierdo. “Sufro una ansiedad anticipatoria que me obliga a convivir con ellas: mi droga recreativa favorita, esa invasión encubierta de vírgenes rubias que se suicidan antes de hacerse mujeres, de convertirse en realidad y desencanto” siguió diciendo, mientras masticaba chicle abriendo tanto la boca que hasta le veíamos una amígdala tan grande que la Nasa podría enviar una sonda espacial allí para descartar que haya alguna posibilidad de vida.
Nos observabas de pie, con cautela. No te animaste a sentarte en ninguna de las sillas de plástico. Luego de escucharnos con silencioso respeto, te sumaste a la media hora de abrazos rutinarios. Pero poco después de que volviéramos a nuestras sillas para concluir la sesión, levantaste la mano pidiendo la palabra y dijiste que tenías algo que compartir. Y sacaste de adentro de su mochila un ejemplar de Gracias por la compañía, el último libro de Lorrie Moore. Y fue como si hubieras sacado el Nuevo Testamento entre una turba de judíos ortodoxos. Como si fueras el dentista cazador entre una masa enfurecida sedienta de hacer realidad la shitstorm y lincharte físicamente frente a las cámaras de televisión.
Le hice una seña a los dos acólitas que estaban a tu lado e inmediatamente activamos el protocolo de desprogramación. Te arrastramos hasta el sótano del rastro de las ucranianas y te atamos a una silla con la única compañía de un tubo fluorescente que te iluminaba de forma cenital durante dos días. Era una estrategia de ablande. Después te asfixiamos con una bolsa de plástico y te hundimos la cabeza en un cubo de metal. Una y otra vez. Durante otros dos días más.
Quizás fuera porque sabías que hay muchas celebrities entre nosotras. Porque al igual que la cienciología, solemos cooptarlas para conseguir más aceptación social. Sin embargo, algunas son tan poco precavidas que dejan huellas del código secreto de nuestra secta. Como las canciones Birth in Reverse y Severed Crossed Fingers las del último disco de la artista americana Annie Clark, más conocida como St Vincent, inspiradas en dos cuentos de El Libro.
O las declaraciones indiscretas de la escritora, artista, directora de cine y todómana Miranda July que lo ha mencionado El Libro como uno de los títulos que adornan el altar de su mesita de noche junto a Hambre de Knut Hamsun.
O también esa indiscreta poeta americana, Gabby Bess, que menciona El Libro en uno de sus poemas en su último título, Postcoño:
“Estamos en un parque que reconozco de nuestra infancia.
Todo el parque es de color rosa –no es que tenga un baño de rosa
por encima, solo que todas las flores lo son.
Ella sigue diciendo Lydia Davis pero sé que quiere decir Lorrie Moore.
Me señala algo fuera de mi vista y me dice, Pájaros de América.”
A pesar de su fama, las tres acabaron muy mal, aunque tú no lo sepas, nunca volverán a cometer ese error. Han sido advertidas con las sutiles prácticas de chantaje económico y acoso psicológico que nos caracterizan. Pero a pesar de las torturas y los simulacros sádicos inspirados en el último vídeo de Rihanna, nunca confesaste quien te había enviado. ¿Por qué querías formar parte de esta secta de mujeres desencantadas que encuentran epifanías humorísticas en las experiencias más agridulces de la vida real? Nunca confesaste porqué querías infiltrarte entre nosotras.
Sin embargo, a pesar del riesgo de que te chivaras, hoy te hemos arrojado desde un coche en movimiento en la puerta de un hospital. Te perdonamos la vida pero solo con la condición de que abandones tus intenciones de formar parte de nuestro selecto club sin nombre. Esa es nuestra nueva contraseña, después de las filtraciones de esas celebrities: Nadie Habla de El Libro: ¡Larga vida a la Nueva Religión del Libro!
Lee la primera parte «Queremos tanto a Lorrie. La nueva religión del libro (I)» aquí.