Queremos tanto a Lorrie. La nueva religión del libro (I)

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Uno de mis cuentos preferidos de mi infancia se llama Manos y trata de unos niños que duermen solos por primera vez en los camastros de una casa de campo mal iluminada. Por las noches, escuchan el murmullo de algo desconocido que los acecha desde el exterior y cuya sombras intuyen desde las ventanas. Y por eso se agarran de las manos, para tener menos miedo mientras duermen en esa casa a oscuras. Cuando despiertan al día siguiente se dan cuenta de que las camas están tan separadas entre sí que sería imposible siquiera acariciarse las yemas de los dedos mientras están acostados en ellas. Y el cuento ( que aparece en ¡Socorro! 12 cuentos para caerse de miedo de Elsa Bornemann) termina así, de repente, dejando una puerta abierta a la oscuridad y la intemperie de la incertidumbre al no explicar qué era lo que agarraba a estos niños de las manos por las noches para que no tuvieran miedo.

Algo así fue lo que me sucedió cuando terminé de leer Pájaros de América de Lorrie Moore por primera vez.

Pasaba por una de mis peores rachas de soledad. La soledad compartida en pareja. Una noche después de una pelea durante la cena, me fui a la cama temprano enojada y sin acabar el plato. Cuando giré la última página, con la que termina el relato llamado Una madre estupenda, cerré el libro y apagué la luz.   Y de repente, esas mujeres en las crisis de la mediana edad que atraviesan catástrofes de dimensiones tan variables como hacer el duelo por un gato, estar con un bebé en la sala de emergencia de oncología infantil, o emprender un viaje para condescender con la obsesión de su madre para tocar una roca con presuntos poderes curativos, se hubieran escapado del libro para entrelazar sus fantasmales dedos con los míos, y así compartir su soledad y sus miedos conmigo. Fue como perteneciera a una comunidad más allá de las posibilidades del tiempo y el espacio. Ya no estaba sola. Una caricia realista de precisionismo poético (un coágulo de sangre encontrado en el pañal de un bebé deviene “el corazón de un ratoncito envuelto en nieve”) combinada con un humor imprevisible y punzante me hacía perder el miedo a la frustración, el desencanto, las expectativas fracasadas que aullaban en la oscuridad y la intemperie que rondaban en el exterior de la casa de campo mal iluminada.

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Y Lorrie Moore fue la guía espiritual que me encontré cuando estaba sola en medio de una tormenta de nieve. Literalmente. Aunque ella estaba un poco golpeada porque su coche había patinado y se había volcado en una curva, la recogí y la llevé a mi casa solitaria en la montaña. La misma casa donde sus personajes me daban la mano por las noches, después de que mi marido me dejara a causa de nuestros dos bebés muertos al nacer. Sin embargo, había encontrado mi misión en la vida. Ser la fan número uno de Lorrie Moore. Por eso, le curé las heridas, la alimenté y la bañé. Hasta le mostré el tatuaje que con tipografía gótica me hice tatuar en los nudillos de cada uno de mis dedos en ambas manos (en homenaje al célebre Love-Hate de Harry Powell-Robert Mitchum en La noche del cazador). Cada vez que le muestro los nudillos a alguien se forma la frase: “Pájaros de América”. Pero a pesar de todos los cuidados y las atenciones que le daba, Lorrie estaba un poco inquieta. Insistía en que llamara a su agente literaria y a su familia pero seguíamos sin línea telefónica en medio de la tormenta de nieve. Poco después de su mejoría, me animé a pedirle que me dejara leer el único manuscrito de su último libro que llevaba con ella en el momento del accidente.

Y recién entonces comprendí su malestar. Era un buen libro aunque nunca estaría a la altura del anterior. Por eso, al igual que los líderes de las sectas milenaristas que creen que sus cuerpos son envases de sus almas extraterrestres, la obligué a despegarse de ese disfraz frívolo y superficial que ella llamaba con orgullo “Su último libro” para alcanzar Una Verdad Suprema. Y así fue como contemplamos juntas mientras el original era abrasado por las llamas de mi barbacoa portátil. Ella lloró y se enojó conmigo. Había tirado quince años de trabajo a las llamas. Pero como sus agridulces personajes de Pájaros de América y yo queremos tanto a Lorrie le hemos quebrado las piernas y la hemos encadenado a su escritorio hasta que termine Su Verdadero Nuevo Libro. Esa es la única manera que encontramos para que se supere a ella misma hasta que esta nueva religión del libro (que no es ni la Biblia, ni el Corán sino ¿adivinan cuál es el libro?) que hemos creado nos eleve, cuando llegue el momento, hasta la cola del cometa que nos devolverá a todas a nuestro planeta de origen. Hasta que llegue ese momento sólo podremos decirles a todos “Gracias por la compañía” (ese es el título de su nuevo libro) pero esperábamos algo más que esto.

 

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