Cosas que brillan cuando están rotas

 

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Cosas que brillan cuando están rotas, Círculo de Tiza, 2016

Nuria Labari

Es una idea tan hermosa y sugerente como peligrosa: brillo porque estoy rota. A veces, la vida tiene que hacerse añicos para darnos cuenta de las cosas relucientes que hay en ella. Pero a su vez esta ruptura produce un dolor inmenso, y corremos el riesgo de no ser capaces de reconstruirnos.

La escritura de Nuria Labari (Santander, 1979) transmite este deslumbramiento y esta brutalidad. Rosa Montero dice de ella que leerla es como asistir a una «clase de anatomía afectiva». Siete años después de aparecer con la antología de cuentos Los borrachos de mi vida (Lengua de Trapo, 2009), VII Premio de Narrativa de Caja Madrid, debuta en la novela con Cosas que brillan cuando están rotas, que inaugura la línea de ficción de la editorial Círculo de Tiza. Sin embargo, una gran parte del libro de Labari se basa en la realidad. O podríamos decir que es realidad pasada por el filtro reflexivo y sanador de la ficción. Siete han sido los años que ha tardado en escribir su primera novela. Mucho borradores después. Y es que, como ella misma confiesa, aún era demasiado pronto.

Todo empezó con un estallido, el del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Labari apenas tenía 24 años. Era la chica de los libros en elmundo.es. Un oficio tranquilo que consistía en leer y reseñar libros para una web. Las cosas emocionantes sucedían en la planta de arriba. La mirada dirigida de la sociedad se controlaba dentro del cubículo de cristal que los periodistas conocemos como la pecera. Pero aquel día se produjo un estallido, demasiado grande incluso para un país acostumbrado a los estallidos. Las calles se llenaron de juniors y becarios que buscaban no sabían bien qué para unos redactores igual de perdidos que ellos. Y allí estaba ella, la chica de los libros, visitando las vías, la morgue, los memoriales… El mundo, nuestro mundo cotidiano, conocido, aparentemente a salvo, había reventado. Estaba roto. Se rompió en los pedazos en que se rompieron aquellos trenes.

Demasiado pronto. El duelo requiere de tiempo. La tragedia deja sus posos como en una taza de café muy amargo. Pero Labari sintió la necesidad de narrar. No sólo aquella ruptura, sino todas las rupturas a las que se enfrenta el ser humano. Cosas que brillan cuando están rotas no es una novela sobre el 11M; o al menos, no solamente sobre el 11M. Actúa como telón de fondo. La ruptura con la normalidad de una ciudad, de un país entero, el eco atemorizado del mundo, establece un juego de espejos con otra ruptura, la del núcleo más básico de esta sociedad que se desmorona: una familia formada por Eva, Eric y Clara, las tres voces que narran la historia. Mientras Eva se queda en Madrid, cubriendo los atentados para el periódico en el que trabaja, igual de perdida que todos los demás en medio del caos y del desconcierto, Eric se lleva a la hija adolescente de ambos, Clara, a Berlín, donde una vez, hace tantos años que ya casi ni lo recuerda, se enamoró de su madre. Un tiempo en el que parecía que crecer no iba a ser peligroso.

Eva prepara obituarios sobre los viajeros de los trenes mientras Clara, obligada por su padre, visita el museo de historia judía. Dos tiempos, dos países y dos tragedias enfrentadas en los espejos. De una se escuchan gritos y llantos; de la otra silencio y culpa. Y Clara, que con diecisiete años seguramente esté aún más perdida que sus padres, se siente incapaz de empatizar con todo este dolor, con el de los judíos atrapados en el laberinto y con el de las víctimas de la ciudad en la que vive. Clara va a crecer -la generación de finales de los 80 y los 90 ha crecido- en un mundo que continuamente estalla en mil pedazos. No han vivido guerras ni hambrunas como sus abuelos. Pero vivirán bajo la amenaza constante de que un día todo puede saltar por los aires. Y cuando eso sucede, si ellos son uno de esos cuerpos rotos, ¿qué importancia tendrá? ¿Qué la hace a ella diferente de los demás?

Ni siquiera sabemos quiénes son los demás. Los dueños de los objetos perdidos durante el Holocausto que hoy se exhiben en vitrinas. Los hijos e hijas, padres y madres, maridos y mujeres que murieron en aquellos trenes. Los hombres que colocaron y detonaron los bombas. Cosas que brillan cuando están rotas es, fundamentalmente, una novela sobre el extrañamiento. El ciudadano que iba en esos trenes es un extraño. El terrorista es un extraño al que nunca podremos comprender. Pero nuestro marido también es un extraño. Nuestra hija adolescente se ha convertido en una extraña. Y… espera un momento, ¿quién es la que está escribiendo? ¿Acaso sé quién soy yo misma? ¿Puede acaso haber sentimiento de pérdida más grande que éste?

La realidad se desdibuja. Se desgarra desde dentro de los cuerpos. Y no sabemos cómo volver atrás, cómo llegar a conocernos y entendernos. Cómo juntar los pedazos que brillan en el suelo. «Tengo miedo del demonio que cada uno lleva dentro. De mi demonio. De lo prescindible de todas las vidas del vagón, de lo prescindible de todas las vidas. Miedo de sentirme así: un ser humano perfectamente reemplazable», escribe Labari.

La periodista Marta Fernández, que presentó el libro el pasado 30 de abril en la librería Los editores de Madrid, dijo que Cosas que brillan cuando están rotas se trata de una novela valiente que requiere lectores valientes. Yo diría que se trata de una novela incómoda que requiere de lectores incomodados. Muchos desalentaron a su autora de escribirla. ¿Este tema? ¿Tan pronto? Nadie va a publicártela. Y aquí está. Un puño que golpea la realidad y la quiebra. Se hace añicos, y el vacío incómodo que deja perturbará al lector. Pero mira otra vez: la vida, destrozada, brilla bajo nuestros pies.

Descárgate aquí un capítulo de Cosas que brillan cuando están rotas: páginas 84, 85 y 86.

 

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