Anne Petry: Género, raza y mi estupidez

Louella Brown, Palabrero Press.

Louella Brown, Palabrero Press.

 

 

El paquete me llegó al final de otra lectura. Había llevado a rastras literalmente: ha sido mi #tochogate de este veranoAmericanah, de Chimamanda Ngozi Adichie, de España a Portugal y de Portugal a España. Lo leí en atardeceres más plateados y más frescos que los de Madrid. Con olor a mar y casas desconchadas. Y ninguno de los dos escenarios conjugaba bien con las frases que devoraba: qué desolado, qué exótico, qué costumbrista, qué marginal, qué burgués… Qué diferente a todo lo demás que yo haya conocido. No me caben suficientes adjetivos para hablar de Americanah. Esta novela, como hacía mucho tiempo que no me pasaba, derrumbó todo lo que yo creía saber sobre ciertos países de África, sus ciudadanos, los emigrantes negros, la herencia esclava, las diferencias entre afroamericanos y ameroafricanos… Y me sucedió una cosa maravillosa, algo que logran pocos libros y que suele molestar mucho a la gente: me hizo sentir estúpida.

Estaba leyendo a Ngozi Adichie, como decía, cuando me llegó una propuesta desde la pequeña y recientemente creada editorial Palabrero Press: una colección de relatos de la escritora Ann Petry titulada Los huesos de Louella Brown y otros relatos. «¡Qué maravillosa causalidad!» pensé, justo una de las autoras que menciona la protagonista de Americanah como fuente de inspiración.

Y entonces sentí una sacudida: nunca, hasta este verano, había leído a una escritora negra. Jamás.

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Fue la misma sacudida de hace algo más de un año, cuando pasé el dedo por mis estanterías y me di cuenta de que más del 80% de los libros estaban escritos por hombres salvando mi altar a Virginia Woolf.

Aquella primera sacudida fue más terrible, como si todo en lo que creía y todo a lo que aspiraba se desmoronase, como esos edificios abandonados en el litoral lisboeta. Pero ahora estoy feliz de poder decir que el porcentaje está más equilibrado. La cuestión del género siempre me había preocupado, y ahora me encontraba de vuelta en Madrid, sudando y sacando las piernas por la ventana, volviéndome a sentir muy estúpida al darme cuenta de que no había leído a ninguna escritora negra. Ser mujer. Ser negra. Ser escritora. Cuántos handicaps. Cuánta lucha.

Así que el sendero que inició la soberbia Ngozi Adichi lo continuó Ann Petry y pronto lo continuarán la Nobel Toni Morrison y Alice Walker. Petry fue la primera escritora afroamericana en vender más de un millón de ejemplares de uno de sus libros, la novela The street (1946), inédita en español. Hija de un farmacéutico y una empresaria, formaba parte de una de las dos únicas familias negras de Old Saybrook, Connecticut. Se dedicó durante un tiempo al negocio familiar antes de mudarse a Harlem con su marido, decidida a cumplir su sueño de ser escritora. Trabajó para los periódicos New York Amsterdam News y People´s Voice of Harlem. Después de ser admitida en un Máster de Escritura Creativa en Columbia, publicó su primera novela a los 38 años.

The Street narra la historia de una madre soltera decida a lograr el éxito para la que tanto su género como su raza negra serán un continuo impedimento. Fue un éxito de ventas y de crítica. Los relatos que recopila Palabrero Press en una cuidada edición muy bien acompañada del prólogo de Dámaso López vuelven a los temas más importantes de la autora. Louella Brown era una lavandera, cuya personaje aparece sin voz en todo el relato: es un fantasma que perturba al hombre encargado de cuidar sus restos. Su silencio es puramente simbólico. Mujer y negra: no tiene potestad ni sobre su propio cadáver. El país se pone patas arriba cuando sus restos son confundidos con los de una condesa blanca.

En los cinco relatos, impolutas piezas narrativas, la raza se abre camino entre las grietas de una manera natural, sin artífices, tal y como era el día a día de la sociedad de Petry. Un hombre al que su jefa tacha de «asqueroso negro» y al que una joven camarera niega un café descarga su rabia, su frustración, su desesperación moliendo a golpes a su mujer. La violencia doméstica, tan enredada en la raza como narraba Ngozi Adichie. En «¿Alguien ha visto a la señorita Dora Dean?», un mayordomo negro con una vida aparentemente perfecta se arroja a las vías del tren que pasan por un poblado chabolista habitado por prostitutas. «La vida que tenemos las personas negras carece de valor, es repugnante, indigna, despreciable y la estoy tirando por la borda para que todo el mundo sepa exactamente lo que pienso de ella», dicen los demás personajes que el mayordomo parecía querer decir.

Una vida condenada a no poder ser nada más que aquello que se nos permite ser. Nada más que una mujer. Nada más que un negro o una negra. Petry parece resignarse , o más bien aceptar la realidad, encararla y diseccionarla con un ojo muy preciso, audaz, sin florituras ni mentiras. Tal como fueron las cosas. Tal como siguen siendo.

 

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