Diario de la desobediencia. «Preciosa sangre. Diarios íntimos» de Teresa Wilms Montt

 

Preciosa sangre. Diarios íntimos de Teresa Wilms Montt en La señora Dalloway, 2017.

 

 

La Señora Dalloway edita, por primera vez en España, los diarios íntimos de la escritora chilena Teresa Wilms Montt (1893-1921) bajo el título de Preciosa sangre. Como sucede con varias poetas de la centuria pasada, la obra de esta autora pasa desapercibida ante la fuerza simbólica de la leyenda en torno a su magnetismo, belleza, romances y suicidio final. Y es que es camino común y trillado por la crítica el asociar muerte con locura a la hora de encasillar la creación de aquellas pioneras de la palabra y del intento de gozar de vidas libres, de labrarse carrera y personalidad propias, en tiempos en que tal cosa resultaba impensable y polémica si quien expresaba ese deseo era una mujer. Esta edición me brinda, sin embargo, la oportunidad de proponer otra lectura que pretende iluminar lo que hay de lucha por la autonomía y la voz propia, por encontrar un lugar en el mundo, en las acciones de una mujer que a pesar de su nacimiento en una clase social elevada se vio sujeta al entramado patriarcal de la violencia desde la infancia.

 

Leamos desde ahí:

Segunda de siete hermanas, su padre la llamaba “mi Tereso” evidenciando la falta del varón que pudiera heredar apellido, negocios y fortuna.

Distinta de sus siete hermanas, leía a escondidas porque a ojos de su madre tal hábito era censurable.

Su madre, en general, no mostraba gran afecto por la hija diferente.

Institutrices, profesores de piano, boato y ornato. El tecnicismo ya entonces: educación de adorno.

Jovencísima, se enamora. Obstinada, se casa contra la voluntad familiar. Padre y madre le dan la espalda.

El marido, convertido en tal, no celebra ya lo diferente en Teresa: es hermosa, es culta, no se calla. El marido, entonces, celos, alcohol y violencia; también un peregrinaje por Chile que aleje a su esposa de todo centro.

Teresa se enamora de otra persona. El marido lo descubre. Convoca, entonces, sanedrín familiar. La esposa, por contrato, es asunto de los varones de su casa.

Sin que la familia de ella abra la boca, la encierran en un convento para evitar la vergüenza. Le retiran la tutela de sus dos hijas pequeñas.

Piensa en el divorcio, piensa en su amante, se obsesiona con su amante. Escribe. Piensa en sus hijas. Piensa, incluso, implorar la clemencia de su madre para no perder a las niñas.

No le abren la puerta de su casa.

Ayudada por los amigos sale del convento rumbo a Buenos Aires. Brilla en las tertulias, la literatura, por dentro le faltan sus pequeñas. Empieza a publicar. Conoce, de primera mano, el trabajo y la penuria.

Tiene un nuevo amante que quiere de ella más que la relación sin ataduras que está dispuesta a brindarle.

El muchacho se mata y ejerce, así, otra forma de violencia sobre ella.

Culpa es una palabra que toda mujer conoce.

Desolada, pone rumbo a Nueva York para pasar, después a Europa. Tiempo de Gran Guerra, fantasía ser enfermera en sus campos de batalla.

Alta, de ojos claros, pelo tan rubio. Su apellido suena alemán. La policía de aduanas la retiene porque la toma por espía. Conoce Ellis Island. En el breve encierro, el pasmo. Toma rumbo a Europa pero ya no para expiar su culpa en anónimas heridas.

En Madrid vuelve a ser celebridad pero sigue conociendo, de primera mano, el trabajo y la penuria.

El relato historiográfico la señala como única entre varones en muchas tertulias. Tiene la clase, tiene la costumbre, no está atada, en su destierro, a ningún contrato.

En los recuerdos que dejan los ínclitos escritores peninsulares, sólo Valle-Inclán la ve de verdad.

En España sigue publicando.

Recoge su biógrafa, Ruth González Vergara, que ya en Buenos Aires, antes del viaje europeo, respondía con un admonitorio “¡que somos camaradas!” a todos los intentos seductores de sus contertulios.

No, no la consideraban camarada.

El azar lleva a sus hijas, todavía niñas, a París. Traslada su residencia a la capital de Francia, consigue autorización para verlas de forma ocasional.

Sus hijas la recuerdan, entrevistadas ya en los años finales de su vida, con amor.

El tiempo en el Sena se acaba para las niñas. Las regresan a Chile.

El convento, ahora, es una ciudad mucho más grande.

Teresa Wilms Montt se cansa, simplemente, de luchar.

 

Veintiochos años contra corriente en una mujer que quiere escribir y quiere vivir sin que la expectativa social derivada de su sexo se convierta en condena. En ese sentido, la lectura de sus diarios permite dos conexiones peninsulares que enmarcan el fondo del asunto. Escribió Concepción Arenal en 1869 que a las mujeres de las difícilmente definibles clases medias no se las educaba y sólo el terreno del amor, del cariño y los afectos les estaba, en algún grado, abierto. Futuras madres, futuras cuidadoras. Tiempo de tedio porque no hay estudio, no hay profesión, no hay identidad si no es la espera por la caza del marido. Abrumadas por la soledad y la monotonía, el amor es aquello en lo que vuelcan su anhelo y lo hacen, muchas veces, entre el exceso y la tragedia, sin verdadera libertad. Escribe Teresa Wilms en su diario: “Realmente me estoy abandonando demasiado al sufrimiento de amor. Ya es vicio. A este paso dónde voy a parar. Me desconozco. ¿Qué ha sido de la mujer llena de vitalidad, de entusiasmo por conocer la ciencia, por gustar todas las impresiones sublimes del espíritu? […] Muchas veces me avergüenzo de mirar mi espíritu, antes tan activo y hoy sumido en el más profundo abatimiento bajo el peso de una pasión. Eso no debe ser. Amar y vivir; no amar y morir. Quiero yo dominar mi corazón no que él me domine”.

El trabajo del esposo, luego la política, llevan a la escritora a Iquique, a la pampa salitrera de Chile. La llevan a conocer la miseria de la explotación laboral y la pobreza pero también, pero sobre todo, la llevan a escuchar a Belén Sárraga, librepensadora y feminista nacida en Valladolid en 1874 y figura tan central como olvidada en el relato del movimiento organizado de mujeres entre los siglos XIX y XX, en la península y en las varias repúblicas americanas en las que vivió hasta su muerte en el exilio mexicano en 1951. Sárraga recorrió la pampa chilena predicando contra la sujeción eclesiástica de las mujeres, defendiendo que éstas debían educarse e independizarse, sin más ley que su conciencia ni más amo que su capacidad racional. El marido de Teresa Wilms se contaba entre los furibundos conservadores que anatemizaban a la española, la escritora, por el contrario, festejaba a una propagandista que dio nombre a asociaciones de mujeres consideradas hoy pioneras en el movimiento feminista de Chile.

Escribe Teresa Wilms en su diario, recordando las pesadas lecciones con la institutriz familiar durante su infancia: “La desdichada Teresa se pasa la vida copiando el verbo obedecer y se lo sabe de sobra gramaticalmente sin haber pensado nunca en practicarlo. ¿Obedecer? Pero ¿se imagina Miss que soy un cuadrúpedo o un instrumento cualquiera? No, soy yo y digo lo que me apetece decir; porque si no lo digo, la idea me hace cosquillas en la garganta…”.

La vida de la poeta chilena puede leerse, como estos Diarios íntimos, en la clave acostumbrada de la fábula o en la clave, también extrapolable a otras mujeres valientes, de la lucha incesante por labrarse una personalidad, una voz y una vida libres de la violencia con la que sus intentos fueron recibidos. Mujeres, como en el caso de Wilms, conscientes del talento, con voluntad de expresarlo, reconocidas en lo literario, escarnecidas por no ser lo que se esperaba de su sexo en la vida pública; olvidadas después en la construcción cultural del canon de sus respectivos países en los que, a lo sumo, se consigna de ellas la excepcionalidad.

El acceso de las mujeres a la esfera pública de la escritura, aunque para el siglo XX no tengan ya la condición de excepción novedosa de las poetas románticas, es un relato de exclusión, lucha y dificultades, como lo fueron, en general sus vidas. Reeditar sus trabajos, en los que esas claves complejas imprimen carácter y dan cuenta de sus voluntades cercenadas, es una forma de recuperar una memoria diferente, más justa con las personas ciertas que a veces se olvidan en los pliegues de leyenda. Porque la vida de Teresa Wilms, en eso, sigue siendo contemporánea: quiso ser escritora, quiso vivir con libertad. Sujeta a las contradicciones que imponían el tiempo, las violencias ejercidas y los recursos limitados para afrontarlas, tras ella quedan sus poemarios y estos Diarios, en los que todas las voces y limitaciones de su día a día son confrontadas en la escritura y, por ella, conjuradas.

Es misión casi imposible sacar la obra de Wilms de la condición excepcional de su leyenda para situarla en el canon de las letras chilenas, de las vanguardias que en Argentina, España y Francia la vieron crear. Reeditar hoy, en un momento en el que desde la literatura española se mira a las pioneras de aquellas primeras décadas del XX con voluntad de recuperarlas para el acervo común y para la memoria de las mujeres, es un pequeño grano de arena en esa tarea pues si algo fue la nómada forzosa Teresa Wilms fue moderna. Insistir en que bajo el mito se busque a la persona de vocación y talento excepcionales y desde ahí se la lea, otro.

 

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