Si ya me lo decía mi madre. Una reflexión sobre la no-maternidad

 

 

Foto de Sandra Lara.

Foto de Sandra Lara.

 

 

«Ay, tú no tengas hijos, con lo bien que estáis así». Probablemente, esta sea la frase más repetida por mi madre en los últimos diez años de mi vida. Y viniendo de una madre de tres hijos de lo más tradicional, que me tuvo a mí, la mayor, con 25 años, es un consejo que sorprende. Lo más gracioso es que esta frase, casi con las mismas palabras, nos la repite a mi pareja y a mí mi suegra de igual manera. Ambas coinciden en que los hijos, si bien son lo que más aman en sus respectivas vidas, dan, básicamente, preocupaciones y problemas.

Dejando aparte lo generalista y básico (e incluso simplista) de esta afirmación, les agradezco su profunda y humilde sinceridad, ya que, desde esos mismos diez años a esta parte, casi todo el mundo que me rodea se ha empeñado en lo contrario: en que tenga hijos, ya por fin, acercándose mi edad final, el fin de mi fertilidad, la última posibilidad de ser una madre joven. Tengo 40 años, un compañero maravilloso en una relación estable y duradera, un proyecto de vida propio (mi empresa) que me permite vivir bien y sin apuros… ¿qué estamos esperando? Aún mejor, ¿qué estoy esperando?

No espero nada; simplemente no quiero, no lo deseo. Ni yo, ni mi pareja, aunque en este artículo me voy a centrar en mí. Sin embargo, esto cuesta oírlo. Es una verdad incómoda que me convierte en rara, en egoísta y, de alguna forma, también en tonta, porque me pierdo la mejor experiencia de la vida. Tal y como yo lo veo —y os aseguro que he pensado mucho en el tema— simplemente no tengo espacio ni voluntad para, si me permitís que lo llame así, un evento de tal magnitud. Y me tomo la maternidad tan en serio, me gustan tanto los niños, que no quiero tenerlos. Creo que una educación responsable y completa requiere una absoluta dedicación de las personas que la emprenden. Se acabó la vida como la conoces: hola, caos. Si observo a las parejas con niños que me rodean por todas partes, me doy cuenta de lo que implica un acto así. Y concluyo que no sabemos, no pensamos bien en cómo educar a los hijos. No hay un planteamiento base, una línea de partida. Casi nadie piensa en por qué se tienen hijos. Y yo creo que el motivo es importante. Más allá de importante, me parece vital. Sin embargo, lo común es otra cosa. Lo común es que llega una edad (ah, sí, el dichoso arroz) en la que, simplemente, es lo que toca. Socialmente, antropológicamente, biológicamente. Si eres mujer, tienes 40 años y no has sentido la llamada, mal vamos. Tendrás que enfrentarte, desde aproximadamente los 28 años a los 36 años, a la clásica pregunta: ¿y vosotros para cuándo? Aunque no sé qué es peor, porque a partir de los 36 años ya no te preguntan más. Es fácil leer en los ojos de los demás que no te preguntan porque creen que es un tema delicado para ti, porque, o bien no has podido tenerlos, o bien tu pareja no quiere y tú estás renunciando a tu instinto natural por este motivo. Y la sorpresa es aún mayor cuando ven que me fascinan los niños. Porque sí, para más inri, me fascinan los niños.

Desde la explicación más práctica que se me pueda ocurrir (no me apetece dedicar mi tiempo a otra cosa que no sea yo misma o mi proyecto de vida) hasta la más metafísica (no voy a procrear simplemente porque toque prolongar mi carga genética), nada me ha convencido para tener hijos. Sentía más ganas en mi veintena que ahora, pero entonces tenía otras prioridades en mi vida, que afortunadamente he logrado cumplir. Ahora, con mucho andado ya, lo que me apetece hacer con mi tiempo no incluye la maternidad. Ante tantas preguntas y presión social durante estos últimos años, una fuerza inevitable me ha obligado a pensar en el tema desde una perspectiva de psicoanálisis. ¿Tendré miedo? ¿Serán otras mis motivaciones? ¿Me estoy perdiendo algo vital en la existencia? Al final, he llegado a la conclusión más sencilla: no los tengo porque no quiero. Y mi elección, mi autonomía, me permite tomar esta decisión con la libertad de no tener que dar ninguna explicación en absoluto, aunque en realidad se me ocurren muchas tras la principal de no querer. Por ejemplo, hay muchos, muchísimos niños en el mundo, y la adopción me parece una maternidad mucho más empática y consecuente con la humanidad y el estado en el que se encuentra ahora. Y luego está el mundo, este loco mundo en el que nos encontramos… No sé si me apetece traer una vida más a este mundo de destrucción y caos. Una parte de mí, muy fatalista y muy oscura, piensa que no duraremos mucho como especie. Prefiero centrarme en los que estamos aquí antes que en los que estén por llegar, los haya traído yo o no. No, no necesito ver mi cara en una carita más pequeña, ni necesito experimentar un embarazo ni un parto. Puedo verlo como un acontecimiento maravilloso y pleno, pero no es para mí. Es difícil explicarlo sin parecer condescendiente en esta cuestión (esta es, precisamente, una de las trampas al hablar y cuestionarse este tema: como no lo he vivido, no puedo hablar de ello con conocimiento de causa), pero no tengo ningún hueco ni necesidad que llenar. Me gustan mis elecciones de vida, las comparto con la persona que amo, y disfrutamos de nuestra vida como queremos, con los mínimos condicionamientos posibles. Mucha gente te dice que un hijo no tiene por qué cambiar nada, pero qué engaño. Un hijo lo cambia todo, y por lo que dice todo el mundo, ese amor compensa todo el sufrimiento y la preocupación. Sin embargo, sigo atrincherada en mi postura. Me aferro a la sabiduría de mi madre, a sus palabras abiertas, y por otro lado doy todo el amor que puedo a los niños que me rodean. Disfruto y aprendo de ellos, me mezclo, me contagio y me inundo de su maravillosa humanidad. Pero luego vuelvo a mi casa y a mi vida, y no siento un hueco ni un espacio, sino la sensación creciente de haber tomado la decisión correcta. Y entonces, me siento en mi sillón y pienso «si ya me lo decía mi madre…».

 

 

 

 

 

1 Comment

  • Laniakea dice:

    Me parece un artículo maravilloso. Leyéndolo me he visto completamente reflejada en él, pero de una manera sorprendente, y eso me ha reconfortado mucho ya que como tú bien dices nos ven como si fuésemos raras y así me he sentido durante muchísimo tiempo… aunque con el paso del tiempo lo llevo casi con orgullo.Muchas gracias, sois geniales.

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