Son las 7:00pm de un domingo de diciembre en Chicago. Empiezo a escribir esta nota luego de haber sido acosada en la farmacia por un hombre que olía a alcohol e insistía en darme su número telefónico. Le dije que no y traté de perderme de su vista escondiéndome en los pasillos. Me persiguió. Estaba sola. Luego de insistir y sin recibir ayuda de nadie, tuve que decirle que estaba casada y que tenía que dejarme en paz, pareció entenderme y me retiré al otro lado de la farmacia. Me escondí en un pasillo junto a las tarjetas de navidad y las bolsas de regalo. Llamé a mi esposo porque sabía que no iba a poder salir de allí sola.Luego de eso, agradecí que eso hubiese sido lo único que me ocurrió ese día. Cuando se trata de violencia, uno se acostumbra a que si te ocurre algo de pequeña escala, estás bien porque “pudo ser peor”, pero no, no está bien.
En Venezuela, el homicidio de mujeres ha aumentado en un 103% a lo largo de 16 años. Una cifra aterradora. Magally Huggins, criminóloga e investigadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, indica que sólo en los primeros cinco meses del año 2015 fueron asesinadas 290 mujeres en todo el país. Con estas cifras se refleja el resultado último y espeluznante de la violencia de género: acabar con todo lo que implique resistencia. Sin embargo, las instituciones no cuentan con datos certeros sobre todos los casos de violencia de género que ocurren en el país. Hay un silencio que se ha mantenido a lo largo de los años y que ha fomentado la victoria de los ejecutores de la violencia. Lo que sí se sabe, es que es un mal que aumenta cada día y sobre el cual no parece haber un modelo de políticas claras que ayude a enfrentarlo.
Ante la rudeza del silencio institucional, surge la literatura. Cien mujeres contra la violencia de género es una compilación realizada por las escritoras Kira Kariakin, Virginia Riquelme y Violeta Rojo. Publicada en 2015 de la mano de FUNDAVAG ediciones, este libro cuenta con el testimonio de cien mujeres que enfrentaron la tragedia de la violencia desde distintas posturas. La serie ¡Basta! sobre la que parte el libro tiene su origen en Chile en el año 2011 gracias a una iniciativa de las escritoras Pía Barros, Gabriela Aguilera V., Susana Sánchez, Silvia Guajardo, Ana Crivelli y Patricia Hidalgo. Sin embargo, los textos reunidos en esta publicación responden únicamente al género de microcuentos, una diferencia fundamental con la antología publicada en Venezuela, que es la que nos convoca en este artículo. La experiencia de la publicación en Chile tuvo tanto éxito que bastó poco tiempo para que la misma idea se replicara en países como Argentina, Bolivia, México, Perú y próximamente Colombia. La escritora Pía Barros afirma que “existe otra forma de violencia de género: la invisibilización de la creatividad de mujeres” (2011, p.2). Estos libros existen para aprender a reconocer los gritos necesarios que buscan sacarnos de estainvisibilización.
En el caso de la reciente publicación venezolana, las compiladoras afirman al principio del libro que la selección no está enfocadaen recoger únicamente el testimonio de escritoras, sino que convocaron a mujeres de todas las profesiones para que participaran. De esta forma, el resultado fue la reunión de cienmujeres que expresaron su repudio a través del testimonio personal y que utilizaron, a su vez, distintos géneros para contarlo. El libro sorprende por su diversidad y por los distintos tonos que cada una de ellas utiliza para hablar del tema. Comienza con un poema de la poeta y narradora Anabellle Aguiar: “No era sangre menstrual/ era de munición 308” (p. 13). El orden de los textos es alfabético, pero no es casualidad que comience con un verso estridente que nos anuncia que lo que está por venir no busca complacer a nadie.
Al avanzar unas cuantas páginas, nos encontramos con una pequeña reflexión de la ensayista Gloria Carrasco en torno a la iglesia y la violencia:
“Valemos según lo que hacemos con nuestra sexualidad, una sexualidad cuidada para que los hombres la reciban como mérito, pero ellos pueden vilipendiar esa pureza, mientras condenan a la mujer a la soledad porque fue tocada. Más violencia que negarle a una persona su propia sexualidad haciéndola sentir culpable, desconozco” (p. 32).
Este texto no sólo reafirma la idea de la preconcepción híbrida de este libro, sino que reflexiona en torno a la imagen de autoridad de la iglesia y su papel a lo largo de la historia en la violencia de género, rescatando la idea de que la violencia no es sólo aquella ejercida a golpes sino también aquella marcada de sutilezas y reglas que hoy todavía son tomadas como “modelos de conducta”.
En este libro no hay complacencias de ningún tipo. Hay un llamado al reconocimiento y todas las voces se funden en una sola. Podría decirse que el miedo es la voz primigenia de cada uno de estos textos, pero desde el momento en que cada una de ellas decide compartir su testimonio, el miedo se desfigura y se transforma en grito. “El decía que yo era como un perro de raza, pero abandonado por la vida, sucio, lleno de pulgas y con el pelaje adolorido” (p. 61), escribe la poeta, narradora y dramaturga Daniela Jaimes Borges, dando paso a la temible sentencia tan típica de estas historias: “Ahora soy una mujer de raza, cuidada, inmensa, de casa, con miedo”, porque de todo esto, el miedo es la pesadilla, ese asunto sobre el cual parece no haber ningún reparo.
La investigadora Magally Huggins sostiene que “en la mayoría de los casos de los asesinatos a mujeres, hay un conocimiento previo entre la víctima y el victimario”. Es decir, el daño duerme cerca de ellas. La mayoría de las historias del libro sigue este patrón: todas parecen haber conocido previamente a la persona que las vulneró y no hay miedo de enfrentarlo. “En ese viaje amenazaste con ahorcarme/ según dijiste por mi culpa/ por mentir” (p. 119), escribe la poeta y narradora Keila Vall de la Ville, donde un viaje es sinónimo de turbulencia.
A pesar del desgarro que supone leer cada una de estas historias, la supervivencia es un motivo de esperanza. Cada una de ellas enfrentó su temor y brindó el testimonio de su valentía. En su texto perteneciente a esta antología, la poeta Camila Ríos Armas escribe: “Reconocer la debilidad que pende del alma/ es más duro que reconocer la fortaleza.”(p. 102). En cada una de estas historias, es el alma la que queda lacerada. El cuerpo logra recuperarse del daño en algunos casos, pero el alma no está dispuesta a voltear y a perdonar fácilmente a los agentes del destierro. Por eso se escribe, para denunciar, para exponer, para buscar en nosotras mismas algo que nos recuerde que por cada abuso que sufrimos, salen diez voces dispuestas a condenar tanto padecimiento gratuito. Una vez más y gracias a una maravillosa curaduría y una brillante labor editorial, la literatura se impone para hacer de casa y resguardarnos.
Artículos consultados
Di Gerónimo, M. N. (2013). ¡Basta! contra la violencia de género: una red femenina de microrrelatos. Letras de Chile. Obtenido de http://www.letrasdechile.cl/Joomla/index.php/sea-breve-por-favor/2432-2432
Huerta, E. (2015). La violencia también golpea a la mujer venezolana. El Toque. Obtenido de https://eltoque.com/texto/la-violencia-tambien-golpea-la-mujer-venezolana