Una chica como yo en un sitio como este, volumen 2: ¿feminista en un partido?

Fotografía de Mariña Sánchez Testas.

 

Fotografía de Mariña Sánchez Testas.

Fotografía de Mariña Sánchez Testas.

 

 

Hace unas semanas dábamos vueltas por aquí a lo que significa el título de este espacio: ¿qué implica ser una chica como yo en un sitio como este, a saber, la institución, lo parlamentario, la casa de los leones? A la pregunta, sin embargo, se puede una aproximar desde extrañezas muy diversas. Últimamente, por ejemplo, esa de: ¿cómo se es feminista en un partido político?

Hay en la pregunta algo así como una evidencia que choca con una contradicción esencial. Parece que está claro qué se puede responder, pero al mismo tiempo la vivencia lo llena todo de dificultades. El feminismo, en primer lugar, malamente puede dejarse encajar en estructuras que han venido siendo bastión y garante del sistema patriarcal, por más que trate de corregirlas o modificarlas. Choca todo el tiempo, pues, con paredes y techos que son, por un lado, el enemigo a batir, pero, por otro, los árboles que impiden ver el bosque de los verdaderos enemigos. De igual modo, el feminismo puede generar extrañas alianzas: en tanto el conflicto que encarna es transversal a otros, puede generar hermandades que atraviesan diferencias de clase, ideología o estrategia. Nos recuerda, así, la falacia de la idea de que es posible estar en un solo, sólido, bando. Toda alineación, toda lealtad, toda filiación, puede ser más compleja de lo que parece. Las tramas se entrecruzan.

En ese sentido, si de algo dan ejemplo las luchas históricas del feminismo, es de la posibilidad de entenderse. Distinguir lo esencial de lo accesorio en cada caso y alinear los ejes de las demandas para avanzar hacia un mismo lugar. Generar comunidad sin necesaria uniformidad. Que los dolores y deseos compartidos sirvan para disentir en otras ideas y prioridades sin que se hundan los cimientos de la casa común.

Por eso, una feminista como yo en un partido como este no tiene otro objetivo que impregnarlo todo. Yo no quiero seamos algunas de nosotras las más feministas de la casa, y que siempre se sepa dónde encontrarnos para la regañina de turno o para blanquear un poco planes que no se construyen desde una mirada consciente en lo que respecta al género. Dentro de mi organización, yo no quiero un gueto rosa: esto lo hemos visto antes, en otros partidos. Y del camino de quienes ya lo vivieron aprendemos de los logros que agradecemos, pero también de las derivas que no nos gustan. Naturalmente quiero que existan en el partido en el que estoy espacios feministas, sí: para compartir la reflexión, marcar el rumbo. Pero intuyo el riesgo de que se conviertan en gueto, de que lleguen a ser “el espacio de las chicas”, “el porcentaje en que habláis de vuestras cosas”. Para mi autoconocimiento, reflexión, afinidad y reposo no quiero confiar en el espacio feminista del partido: para eso quiero conservar, sea cual sea mi militancia otra, los espacios múltiples de mi comunidad feminista diversa, con el afuera, los muchos grupos de trabajo, pensamiento y apoyo que llevamos habitando desde mucho antes, que seguiremos habitando mucho después. Para el partido lo que quiero son espacios feministas de geometría variable, integrados por gente de todos los órganos y vectores de trabajo. Lo que me imagino no es tanto un núcleo de feministas pata negra que desde un corazón impoluto se dispersen en otros espacios como pepitos grillos del género, sino una habitación abierta a la que entre tanta gente de esos otros espacios como seamos capaces de atraer. Ante el peligro de generar un lobby con intereses propios, creo que la responsabilidad de las feministas en los partidos es la de saber convencer a todos de que el interés general es que el estado de cosas cambie. Aumentar la conciencia, generar revelaciones. Que llegue el día en que compañeras y aliados de todos los espacios nos adelanten por la izquierda viendo cosas que ni nosotras habíamos visto. Lo que yo quiero es que personas de todas las áreas me sorprendan porque tienen el feminismo tan presente ya en su mirada que podemos todas dedicarnos tranquilas a pensar en política cultural, o internacional, o vaya usted a saber. Lo que yo quiero es no tener que centrar mi militancia de partido en esto. Lo que yo quiero no es que nos hagamos fuertes dentro: es que podamos llegar a desentendernos.

Por supuesto, eso no quiere decir que no deba haber gente dedicada a pensar en qué queremos hacer en términos de poner a las mujeres en el centro de las políticas. El papel del feminismo en un partido también tendrá que ser el de preguntarse: ¿Cómo es el país que imaginamos? ¿Cómo se articula lo que las mujeres en su inmensa diversidad de condiciones, circunstancias, procedencias y sentires demandan, necesitan, desean o sueñan? Con toda su variedad, con toda su complejidad, con toda su contradicción. ¿Cómo se conjugan las urgencias insoportables con las irrenunciables batallas estructurales de largo plazo?

No es fácil responder, porque, en un partido, el feminismo tiene que jugar en el tablero de los medios, las prisas, los votos, las prioridades. Acechan muchos riesgos, muchas contradicciones. ¿Cómo se hace para incluir pero no instrumentalizar? ¿Cómo se hace para seducir y no vender? ¿Cómo se hace para jugar al juego y a la vez subvertir sus reglas? El problema es clásico: estamos en la casa del amo y tenemos las herramientas de la casa del amo.

En un partido como este, en el que la televisión y el corto plazo son raíz del ecosistema, se me antoja que es esencial recordar que, sea cual sea la circunstancia, el feminismo no es, no puede ser, un significante vacío. Se acabó el tiempo de los carnés, pero eso no quiere decir que todo valga. El feminismo no es un discurso ni un perfil que quepa construir: es toma de posición, son prácticas, es un modo irrenunciable de estar en el mundo. El capitalismo tiene la capacidad de cooptarlo casi todo; y también el lenguaje políticamente correcto es capaz de desactivar las nociones más subversivas por la vía de hacerlas hiperpresentes. A una chica como yo, en un sitio como este se le antoja esencial tratar de recordar, todo el tiempo, que autonomía no es lo mismo que individualismo; que la alegría no es lo mismo que la frivolidad; que el empoderamiento no es lo mismo que la búsqueda de poder; que la libertad no es lo mismo que la libertad de mercado. Abrir espacios de libertad es fértil en tanto esa libertad es colectiva. Y la libertad colectiva no se puede disociar del sistema visto como conjunto.

Por supuesto, no se trata de nuevos dogmas: ¡aparta de nosotras ese cáliz! Se trata, por el contrario, de abrir el espacio de la pregunta. De visibilizar la contradicción, la dificultad. Las posiciones feministas pueden tomar muchas formas, pueden encarnarse en prácticas de lo más diversos. Pero si algo tienen en común es el partir del cuestionamiento, consciente o no, a una estructura y a un orden de cosas. A una chica como yo, en un sitio como este, le escaman mucho las certezas. Ser feminista, en mi experiencia, se parece mucho más a una pregunta que a una respuesta. La tarea de una feminista en un partido a lo mejor tiene mucho que ver con ir poniendo signos de interrogación en casi todas las afirmaciones.

Incluidas, por supuesto, las propias. Cuando se mira al mundo desde una estructura (institución, partido), la tentación del paternalismo siempre está muy a mano. Corremos un riesgo grande de andar diciéndole a la gente lo que tiene que pensar, lo que tiene que hacer, de qué se tiene que preocupar. Los paternalismos se ejercen desde muchos lugares, suponiendo lo que sí, y también suponiendo lo que no. ¡Cuidado! Mucho más que la de decir, nuestra labor tendrá que ser la de escuchar. “Al final es sencillo”, me decía el otro día una amiga: “para hacer políticas feministas, de lo que se trata es de conocer a las mujeres”. Pensábamos que quizá en la política ocurra también algo que siempre he pensado de la escritura. Cuando me han preguntado, en entrevistas o coloquios, cuáles son los temas de lo que escribo, siempre he respondido que de los mismos de los que hablo cuando quedo a tomar cañas con mis amigas. A lo mejor, quizás ocurra también que, si la aproximación está atravesada de verdad, de honestidad, los temas de nuestro programa feminista tengan que ser los de nuestras conversaciones recurrentes. Ahí sí sabemos. Ahí siempre sabemos.

Conocer a las mujeres, entonces. Conocernos a nosotras mismas: en tanto que mujeres, y en tanto que feministas. A veces, en un sitio como este, parece que las feministas como nosotras nos peleamos contra un fantasma: el de lo que el patriarcado ha hecho creer que es el feminismo. Así, en un sitio como este, parecería que las  feministas como nosotras tuviéramos que tenemos que estar demostrando constantemente que no somos ese estereotipo: que no somos tristes, que no estamos enfadadas, que no somos feas. Tendremos que recordarnos a nosotras mismas, muy a menudo, que no necesitamos hacerlo. Que hacerlo también es obedecer.

Porque el estereotipo se niega por sí mismo en la vivencia. En lo que aprendimos y aprendemos de esa militancia que es necesariamente fuera de la institución del partido, en lo cotidiano. En un sitio como este, las feministas como nosotras tenemos que tener muy presente lo que el feminismo ha sido en nuestras vidas: espacio de encuentro, de alegría de ternura, de compañía, de fuerza. Saber que lo que nos da es genealogía, apertura, raíz, base. Entender que no es nuestro ancla, sino nuestro barco. Nuestro afuera constituyente.

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