Habrá que parar

Fotografía Marinha Sánchez Testas.

 

Fotografía Marinha Sánchez Testas.

 

 

Siete de la mañana. El despertador suena contra una inmensa dificultad para salir del sueño. Solo es miércoles pero ya llevo cansancio arrastrado, y cada día cuesta más levantarse. Cinco minutos más. Cinco minutos más. Todos los días lo pienso: tengo que comprarme un reloj, no puede ser que antes aún de salir de la cama ya esté trajinando con el móvil. A la segunda o tercera vez que desplazo la barrita de la prórroga de descanso ya no lo hago para volver a dormir, sino que es un tiempo que me doy para empezar a mirar mensajes y redes sociales, pero bajo las sábanas. Decenas de mensajes. Cinco minutos más. Se me cierran los ojos entre las primeras demandas del día.

Habrá que parar de acostarse tan tarde.

 

Es 8 de marzo y, este año, la consigna dice que “Nosotras paramos”. Una llamada a la huelga de las mujeres en el trabajo, los cuidados y el consumo: la idea de que quizá solo se verá todo lo que hacemos si, por un rato, dejamos de hacerlo y resulta que se para el mundo. Echo en agua el complejo vitamínico con una mano mientras voy respondiendo mensajes con la otra: Aquí los temas del día para la compañera que va a la tele. Pongo la cafetera con una mano mientras voy respondiendo mensajes con la otra: ¿Alguien más está escuchando a esos tertulianos decir lo mismo que estoy escuchando yo? Juego un poco con la gata con una mano mientras voy respondiendo mensajes con la otra: ¿Tenemos todos claras las tareas para hoy? Desde sus cocinas, Laura, Elena, Ángela. Para cuando salgo de la ducha, ya tengo decenas de mensajes más.
Habrá que parar de salir a la calle con solo un café bebido.

Habrá que parar de acumular platos sin lavar en ese fregadero.

 

¿Qué ropa me pongo hoy? El día va a ser largo, ponte mona. Tengo que estar allí a las 8.40 y ya son y veinte, mierda, mierda, no llego. ¿Dónde están esas medias? ¿Dónde he dejado el café? Pero qué narices dicen, esa noticia es mentira. En serio, este vestido está hecho un asco, dónde está el otro. Mierda, mierda, en diez minutos, no llego. No quiero ir sin pintar, mira qué cara tengo. A esta velocidad cualquier día me saco el ojo haciéndome la raya. Labios rojos, bien. Y hoy anúdate ese brazalete morado, que se vea.

 

Habrá que parar de mirarse al espejo como quien mira al enemigo.

 

Hoy es el primer día de Sofía en TVE. Intercambio de mensajes muy rápido mientras atravieso Atocha, Fúcar, Duque de Medinaceli. Ya llego, ya llego, de verdad, estoy en camino. ¿Lo tienes todo? ¿Alguna duda? Tranquila, lo vas a hacer fenomenal. Te recojo en los ascensores. Un abrazo, un qué-tal-descansaste, vas muy guapa así. Ya nos están esperando. Trae, te cojo las cosas. El micro, el lazo naranja, ¿la chaqueta abierta o cerrada? Alba, Macarena, Mónica. Lo has hecho de maravilla, venga, corriendo, que ya ha empezado el pleno.

Habrá que parar de sentirnos intrusas en lugares que ya también son nuestros.

 

Voy a dejar las cosas al despacho y luego cojo un café. Os hago ya el spoiler: ese café no va a llegar. Pongo la tele interna del Congreso, hoy toca sesión de control al Gobierno. En la otra pantalla, los mensajes se suceden, los correos. Saludos por el pasillo: May, Lili, Génesis. Hoy, por ser 8 de marzo, en el pleno solo hablan mujeres. Irene, Noelia, Mar, Amparo. Dejo sobre la mesa de las compañeras sendos brazaletes morados que pude conseguir anoche: mierda, solo hay cinco, me falta uno.

 

Habrá que parar de ver siempre, antes que nada, la carencia, el error, en lo que hacemos.

 

Son apenas las nueve y ya se van acumulando un montón de tareas imprevistas. Gente, ¿cómo vamos? Os las voy anotando en el documento de siempre y propongo quién. Ángela, Alma, Gara, Vero, María. Últimamente hemos hecho algunos cambios en la organización del trabajo, y ahora me toca coordinar un equipo. Mi día a día ya no es tanto hacer, sino organizar el cómo-hacer de los demás: tener en mente el mapa y darle forma. ¿Os parece si hacemos esto así? ¿Vais muy agobiaos? Si quieres ya lo cojo yo. También hay muchas tareas de construcción, en este comienzo de etapa: métodos, protocolos, grupos de coordinación, rondas de llamadas. ¿Tenemos ya el listado de los responsables autonómicos? ¿Alguien ha podido preparar la propuesta del encuentro?

 

Habrá que parar de sentirse mal por mandar.

Habrá que parar de creer que este lugar debería ser “para alguien que realmente sepa”.

Habrá que parar de ver tan raro lo de tomar decisiones, lo de asignar tareas.

Habrá que parar de salir de cada reunión pensando que te has pasado de jefa.

 

No es fácil, esta semana. En medio de las tareas de construcción, ha caído un bombazo, bajo la forma de ataque mediático. Cuando estas cosas pasan, el teléfono arde, y las entrañas un poco también. Sonia, Ana, Miriam, Andrea. Mantén la paciencia, aunque respondas treinta veces a la misma pregunta. Este rifirrafe se relaciona además, directamente, con el trabajo que hago, lo pone en cuestión. Bromeamos todo el rato: Nada, por aquí andamos, ya sabes, amenazando y coaccionando. Algunas llamadas son menos agradables. Reproches, acusaciones, malos tonos.

 

Habrá que parar de hacer como que podemos realmente separar lo laboral de lo personal.

Habrá que parar de hacer como que los golpes no nos dan.

Habrá que parar de hacer como que una no se siente personalmente dañada.

 

¡Ya son las doce! “Nosotras paramos”, dice la consigna. Pero es paradójico cuando trabajas en comunicación: si paras, nadie lo cuenta. Vamos a ver cómo hacemos. Las trabajadoras abandonan sus puestos, nuestras diputadas salen del pleno. Nos convencen (a nosotras, ese híbrido raro entre ambas que siempre anda por las sombras) de que nos pongamos también en la escalinata para la foto. Gabi, Cristina, Marta. Abajo, en la esquina, las periodistas también han parado. Y ahí las ujieres, las camareras, las mujeres que limpian. Ramona, Paloma, Marisa. Hace sol y gritamos juntas. Sofía encontró la frase para lo que está ocurriendo dentro: las imágenes que toman las cámaras de ellos, en este rato, “visibilizan la ausencia”.

 

Había que parar y paramos.

 

Y luego corre, corre, que ya casi es mediodía y anda que no quedan por hacer cosas. ¿Vamos todas así de pilladas, no? Hagamos pues la reunión comiendo. Patri, Nuria, Irenita. En una mano el boli, en otra el teléfono. Propongo que lo hagamos así: diez minutos de atención, y luego miramos el móvil cinco, y así. Hay que montar un acto bastante grande: encontrar el lugar, pensar la puesta en escena, y el nombre, y los medios, y la logística y… ¿En serio vas a comer solo un sandwich?

 

Habrá que parar de cuidarse tan poco.

 

Los cambios también traen la necesidad de presentarse en los roles que tocan: ronda de cafés con periodistas. El nuevo jefe y nosotras tres. Les contamos lo que tenemos en mente.

 

Habrá que parar de pensar que esta imagen es curiosa.

Habrá que parar de sorprenderse porque a una le dejen mucho margen para hablar, en esas reuniones.

 

Ya son las seis menos diez: ¡Vamos, que no llegamos! Hemos quedado en Cibeles con la avanzadilla. Belén, Elena, Ainhoa. Vale, la pancarta está, el recorrido es así y asá, en cabecera van fulanita y menganita, ¿y los medios por dónde llegan? Bajamos el paseo del Prado a todo correr para recoger a las portavoces. Pilar, Dina, Beatriz. ¿Estamos ya todas? Subimos otra vez el paseo del Prado a todo correr para llevarlas al punto de encuentro. ¿Se nos ha perdido alguna?

 

Habrá que parar de pensar que si algo falla es culpa nuestra.

 

Dicen que la mani está siendo enorme. Al lado nuestro pasan chicas jóvenes, mujeres mayores. Quizá lo más estresante de mi trabajo es esto: las manifestaciones. No me gusta nada vivirlas así. Hay que estar pendiente de tantas cosas: que todas estén a gusto, que la foto quede bien, que las cámaras no agobien, que a nadie le falte agua, que cómo van los titulares que van saliendo. Irene, María, Marinha. En serio, dicen que la mani está parada por puro desborde, qué pasada.

 

Habrá que parar un momento, levantar la vista de las urgencias y disfrutar de la visión de conjunto.

 

Nos vamos disolviendo: no os preocupéis, ya me llevo la pancarta, no pasa nada.  Unas cañas, ¿no? En el bar, decenas de mensajes en el móvil. Preguntas sin resolver, el listado de tareas pendientes a las que no hemos llegado. ¿Alguien me presta un ordenador para hacer la agenda de mañana? Aquí mismo, sí, así me quedo más tranquila. Alguien me dice: pero mujer, para ya un poco; y me enfado, y le gruño, porque en realidad creo que no puedo hacerlo. Perdona que te conteste con nota de voz, de verdad es que ya no me dan las fuerza para escribir.

 

Habrá que parar, en algún momento, en serio. Que son las diez y pico ya.

 

Venga, pues paro. Móvil al bolsillo y otra caña.

 

Hay alguna gente que no conozco, pero la conversación fluye con complicidad: Eva, Patricia. Qué bueno esto de encontrarse y entenderse. Aunque la cabeza en realidad no pare nunca, y el campo semántico del verbo querer que se pone en juego en los bares tenga sus complicaciones. Por aquí este amor que ya no pero a ver si reconducimos porque la amistad será muy hermosa. Por allá ese amorío que a ver si responde, o no responde, o le apetece o no le apetece pasarse un rato a ver. Por acullá otro mensaje, un me acuerdo de ti.

 

Habrá que parar de sentirse mal por sentir lo que se siente. Por decirlo.

Habrá que parar de sentirse mal por desear y mostrarlo.

Habrá que parar de cifrar la alegría de esta noche en si hay o no mensaje de respuesta.
Habrá que parar de preocuparse más por cómo está la otra persona que una misma.

Habrá que parar de preguntarse si me he pasado de explícita, de vulnerable, de disponible.
Mañana va a ser un día tremendo también. La hora de irse se conjuga como se puede entre el número de cañas, el balance de alegría de las situaciones, las tareas que en realidad habría que haber hecho esta noche y adelantan por tanto la hora a la que se habrá que despertar. Venga, me voy ya.

 

Son casi las dos, de verdad que siempre me pasa lo mismo. ¿Y me habré ido muy brusca? Creo que no me he despedido, qué mal. De camino a casa, cuesta arriba, despacito, se mezclan muchas cosas. El cansancio, las cervezas, el acúmulo de intensidades del día, las dudas que se han ido sumando, la compañía que querrías y no tienes, los mensajes sin leer, las cosas que no llegaste a hacer. Todo ello se junta como una bola y te resbala por la mejilla un lagrimón. Otro. Pues nada, otro día que llego a casa llorando, de verdad que siempre me pasa lo mismo.

 

Veo, anudado en el brazo desde por la mañana, el brazalete morado, ya bastante maltrecho. Y lo que me sale del cuerpo, y así lo hago, es arrancármelo y tirarlo en una papelera. A dónde voy yo con esto, de qué símbolo hago gala, si no soy más que esta maraña de error y contradicción, mira qué torpe, mira qué pequeñita.

 

Habrá que parar de sentir que todo esto no es bastante, creo.

 

En serio, habrá que parar.

 

1 Comment

  • Montse Moro dice:

    Nos damos cuenta de lo agotador de la tarea, pero también de la generosidad con que nos defendéis. No tenemos derecho, y nos sentimos mal pidiendo que sigáis. Pero es tanto lo que estáis cambiando en un momento tan decisivo, que ojalá que encontréis fuerzas.

    Muchas gracias, es lo único que puedo decir, de corazón.

    Una cosa más, si hay que parar, se para, y seguro que cogerás fuerza.

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