La primera vez que entré en contacto con el espíritu de la tía Marga fue el día de mi Primera Comunión, cuando apenas tenía seis años. El destello triste y enigmático de la mirada de Marga afloró por un instante en el fondo de los ojos iracundos de mi padre al oír mi pregunta: «Papá, si me mato ahora mismo, ¿iré derecha al cielo?». Entonces no comprendí por qué la palma de su mano golpeó mi mejilla, pero si intuí su miedo: un miedo oculto, atormentado.
Años más tarde, las esculturas dramáticas y desgarradoras de la tía Marga despertaron mi interés y curiosidad hacia ese mundo mágico y, a veces, pedregoso de la creación. En mi familia no se hablaba mucho sobre Marga. Yo sólo sabía que era hermana de mi padre, que me llamaban como a ella y que había muerto muy joven. Sus esculturas se erguían, poderosas y magníficas, arrinconadas en los cuartos de mi casa, como mudas huellas de su existencia. Desde el primer momento adiviné que el pasado de la tía Marga se hallaba herméticamente nublado por la densa bruma de un destino trágico. Lo intuía por los cruces misteriosos de miradas entre sus hermanos, o los cambios bruscos de conversación cada vez que se mencionaba su nombre. Pero también lo deduje por su extraordinario talento. Cuando vi por primera vez los dibujos de Marga en el libro: El niño de oro, que publicó con su hermana Consuelo a la temprana edad de doce años, sentí una extraña y conmovedora emoción. Los dibujos hablaban por sí solos, parecían tener vida propia, y más que interesarme me llegaban casi a hipnotizar. Yo entonces no sabía si eran buenos o malos, pero me transmitían una sensación tan fuerte como inexplicable. Las figuras casi saltaban del papel, las expresiones de los rostros me enternecían y sobrecogían a la vez. Nunca había visto unos trazos que expresaran tanta pasión y sentimiento. Ahora sé que eran un presagio de su triste final.
Marga se convirtió en una especie de voz interior con la que yo hablaba constantemente. Ella acompañaba mi soledad, y yo la suya, especialmente cuando, de muy joven, me fui sola a estudiar a Estados Unidos. Sí, yo también la mantuve escondida en mi mundo imaginario, ella siempre estuvo viva para mí, sólo para mí. Fue una ausencia muy presente en mi vida, hasta que descubrí el enigma de su muerte a través de una publicación en el ABC Cultural en 1997. Cuando vi sus ojos tristes contemplándome desde la portada del periódico me quedé conmocionada. Me preguntaba como un tema que había sido tan tabú en mi familia se aireaba de repente en un periódico. Tuve sentimientos muy contradictorios. Por un lado, me sentí como si hubieran hurgado en mi alma. Y por otro, me alegré de que Marga saliera, después de tantos años, de esa sombría tumba a la que que tan injustamente la habían confinado. Es entonces cuando me enteré de la existencia del diario que ella escribió durante el último mes de su vida, y de las tres cartas que dejó de despedida a sus padres, a su hermana Consuelo y a Zenobia. Fue en ese momento cuando yo decidí escribir sobre mi tía, contando su historia, entrelazada con la mía, pero arropándola dentro de nuestro entorno familiar. Escribí el testimonio novelado Amarga luz que se publicó en el 2002, y la Editorial Funambulista, más recientemente, ha sacado una nueva edición. En el 2007, la editorial Huerga y Fierro publicó el poemario: El olor de tu nombre, (premio Villa de Madrid de poesía 2008), donde establezco un íntimo diálogo con mi tía Marga, integrando, a veces, fragmentos de su íntimo diario. Con estas dos publicaciones rindo homenaje a la memoria de esta extraordinaria mujer y artista de insólito talento, cuya breve y apasionada existencia nutrió mi incipiente impulso creativo y, seguramente, inspiró y fortaleció mi espíritu. Hay que reivindicar la figura de Marga como artista y creadora, por su excelencia artística, e intentar colocarla en el lugar relevante del mundo del arte y de la cultura que ella merece.
La trayectoria de la obra creativa de Marga es impresionante. Ya desde su infancia mostró su gran potencial para la creación y su innata sensibilidad artística ilustrando diversos cuentos infantiles, escritos por su hermana, Consuelo. Dibujos sobrecogedores, de una belleza inquietante, que configuran anticipadamente este mundo doloroso y “agónico” que siempre ha acompañado a su obra. Marga impresiona por su dominio de diversas técnicas; ella va del papel, la acuarela, y la tinta, a la madera, la escayola y el granito. Y también por el cambio de estilos puesto que, en apenas diez años, va del Modernismo a la Vanguardia. En 1930, con 22 años, Marga expone su obra: Adán y Eva, en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Emociona a la crítica que le augura un lugar relevante en el mundo de la escultura. Marga dijo en una entrevista que le hizo Rosa Arciniega a raíz de esta exposición: “Yo intento siempre operar sobre mis esculturas de dentro afuera. Es decir, trato de esculpir más las ideas que las personas. …llevan el esfuerzo de querer manifestar su interior”. El crítico José Francés, ya había escrito en La Esfera en 1929: “Se está pues en presencia de una artista verdadera, que no debe nada a profesores ni maestros. En ella está todo como un don del más allá”.
Fue en 1932, el último año de su vida, cuando Marga conoció a Juan Ramón y Zenobia. En su ansia creadora, la escultora decidió esculpir los bustos del matrimonio, aunque sólo le dio tiempo a terminar el de Zenobia. Pero Marga ya se había enamorado irremediablemente del poeta, un amor puro y atormentado que la condujo a su trágico y triste final. Porque según sus palabras: “…sin él no puedo.. y con él no puedo…” La brevedad de su vida no le impidió a esta original artista, autodidacta, innovadora y transgresora, desarrollar una obra genial, de géneros y estilos muy variados. Su obra, lenta pero inexorablemente, ha comenzado a trascender y a despertar el interés de críticos y estudiosas a nivel internacional. Entre ellas sobresale: Nuria Capdevila-Arguelles, catedrática de estudios hispánicos y de género de la universidad de Exeter, Reino Unido, quien sitúa a Marga decididamente en un contexto de vanguardia, la relaciona con otras artistas europeas que habrían sido sus compañeras de generación, y analiza en profundidad “el carácter precursor de la obra de Marga como ilustradora y escultora”.
La energía creadora de Marga era inagotable pero su fragilidad también. Marga se enamoró… ¿del hombre, del poeta, de lo imposible? En su proceso incansable de creación Marga buscaba lo absoluto, como la mayoría de los grandes artistas, y quizá creyó encontrarlo en ese espacio de total entrega creadora. Pero ya todos sabemos que la verdad, lo absoluto, son inalcanzables aunque algunos espíritus nunca lleguen a aceptarlo. ¿Falsas ilusiones… provocación… desilusión… seducción… desengaño? Todo son suposiciones. Lo que sí conocemos son algunos hechos objetivos, y lo que Marga nos cuenta en su emocionante e íntimo diario que escribió días antes de su muerte, y que dejó en casa de Juan Ramón, la mañana de su fatal desenlace.
La reivindicación de la memoria de esta niña prodigio y mujer excepcional no sólo es importante por el descubrimiento de una artista cuya breve existencia nos privó de un genio y de un talento tan insólito y notable, sino también porque simboliza la liberación de un espíritu romántico y sensible que, hasta muy recientemente, agonizaba en el silencioso y frío olvido. La pasión de Marga Gil Roësset sigue viva y seguirá viviendo siempre entre nosotros, encarnada en nosotras, porque las grandes creadoras nunca mueren.
Sensacional esse artigo. Parabens deve ter dado um trabalhao reunir todo esse conhecimento em um lugar só