Una historia «Lovely» (o sobre las extrañas pero bellas recompensas que nos da la literatura)

Antònia Vicens. Fotografía de Lleonard Muntaner.

 

 

 

Antònia Vicens. Fotografía de Lleonard Muntaner.

 

 

 

En febrero de 2016 le propuse a Carmen G. de la Cueva viajar hasta Mallorca para presentar el primer volumen de la antología La Tribu, en la que se incluyen diferentes trabajos de colaboradoras habituales de este tan necesario cuarto propio compartido. El libro —que ha alcanzado la tercera edición— recoge textos, fotografías e ilustraciones de creadoras como Berta García Faet, Laia López Manrique, Ana Llurba, María Sotomayor, Lola Nieto, Laia Arqueros, María Ramos, Annalisa Marí Pegrum, Miriam Reyes, Sara Torres o Dara Scully, por citar sólo algunas de las autoras incluidas en la mencionada antología. Se trasladaba al papel, por fin, parte del trabajo recogido durante años en esta página web.

Meses después, y gracias a la estrecha colaboración de la librería palmesana Rata Corner, el crítico literario Nadal Suau y yo misma nos sentamos junto a Carmen y disfrutamos —como lo hizo el resto de asistentes al acto—de las aventuras y desventuras que ha vivido esta sevillana para dar vida y mantener (contra viento y marea) el precioso espacio digital La Tribu, y pudimos comprobar también su tremendo empuje y su inmensa vitalidad. Ese fin de semana comimos, bebimos y hablamos (no lo suficiente) e incluso corrimos bajo una densa lluvia que anunciaba un otoño ya cercano. Pero, sobre todo, sentamos las bases de una relación que se mantiene a pesar de la distancia y de las muchas obligaciones cotidianas.

Aprovechando la presentación del libro en Mallorca, Carmen me ofreció la oportunidad de escribir un artículo en el que pude dar a conocer a las lectoras de La Tribu la voz de algunas escritoras de la isla. Nació así Isla-mujer o el canto de tres poetas en Mallorca, en el que reunía poemas de Laia Martinez i Lopez, Lucia Pietrelli y Antònia Vicens. La sorpresa llegó un año después, el pasado mes de noviembre, cuando recibí un bello correo de Alba González Sanz (escritora y directora de la colección de poesía de la editorial asturiana Saltadera), en el que me contaba cómo, gracias a ese artículo, había descubierto la poesía de Vicens y que, a raíz de ese descubrimiento, Saltadera publicaba ahora (en edición bilingüe catalán-castellano y traducción de Carlos Vitale) el poemario Lovely de la escritora mallorquina.

Antònia Vicens es una de las escritoras más reconocidas de las Islas Baleares y de las letras catalanas. Su obra ha merecido la Creu de Sant Jordi (1999), el premio Ramon Llull (2004) y el Premi Nacional de Cultura de la Generalitat de Catalunya (2016). Es, además, socia de Honor de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (2016). A pesar de que su trayectoria literaria se ha basado principalmente en la narrativa, en los últimos años hemos podido descubrir su poesía, de una fuerza y un calado enormes. Lovely (Moll, Palma, 2009) fue el primero de sus poemarios, y a éste le siguieron Sota el paraigua el crit (Lleonard Muntaner Editor, Palma, 2013), Fred als ulls (Cafè Central, Barcelona, 2015) y Tots els cavalls (LaBreu, Barcelona, 2017). Abrir la puerta a la poesía es abrirla del todo y para siempre.

La primera incursión de Vicens en la poesía nació —según ha afirmado ella misma— de la imposibilidad de expresar en prosa ciertos recuerdos. De hecho, los poemas de Lovely se gestaron en las lágrimas por la muerte de su padre y es así como, tras toda una carrera escribiendo entre los márgenes de la novela, la poeta recurrió a la poesía: «la vida se me empezaba a caer a pedazos y los versos eran el recipiente más adecuado y flexible para recogerlos», le diría al escritor Sebastià Portell en el libro-entrevista Antònia Vicens. Massa deutes amb les flors (Lleonard Muntaner Editors, Palma, 2016).

El duelo sirvió a la poeta para escribir sobre su infancia y sus padres (y de esa gran madre que es la mar mediterránea); sobre la lectura y la escritura como formas de libertad (en Amb accent a la neutra. Antologia de dones poetes a Mallorca, a cargo de Maria Antònia Massanet y Aina Riera (Lleonard Muntaner Editor, Palma, 2014), declaraba: «cuando vi que en adelante me esperaba una vida dentro de la tradición patriarcal más rancia, tomé la pluma con toda mi capacidad de rebelión»); sobre la represión contra las mujeres (Vaciada fragmentada / castrada: / Cotorrita culo cosido. / Querían convertir el camino de las mujeres / de sol a sol/ en una vagina / en una flor / muda); y sobre la desaparición de los paisajes (internos, externos) conocidos. La memoria, no siempre amable, se hizo verso como antes se había hecho piel.

Lovely ha sido un poemario de recorrido largo o, para ser más precisa, amplio. No en vano ha sido incluso teatralizado por la dramaturga Maria Rossell y la actriz Mònica Fiol y musicalizado por el grupo de electroversia Jansky, en un espectáculo en que danza, efectos lumínicos, proyecciones y palabra devienen un grito sobre la necesidad de aferrarse a las propias raíces si una quiere construir su futuro.

La poesía de Antònia Vicens inspira. De una poeta en extremo perfeccionista («tengo tendencia a pesar las palabras como si pesara oro. Sé que tengo entre manos un material muy valioso y escurridizo», ha dicho en alguna ocasión), no podíamos esperar otra cosa. Ahora, sólo nos queda disfrutarla en castellano gracias a la recién aparecida edición bilingüe de la editorial Saltadera, a la valentía y el buen hacer de Alba González Sanz, y a una de las extrañas pero bellas recompensas que nos da la literatura. Pasen y lean.

 

 

 

***

 

 

 

 

Lovely de Antònia Vicens, Saltadera, 2017.

 

 

 

AGUA

 

La muerte solo se deja ver cuando sale a robar el aire

que respiramos.

 

Mi padre la había sorprendido desenchufándole

el inhalador a través de las manos finísimas

de una médico joven.

 

Pero yo

solo veía a un hombre acabado que quería huir

de su lecho de dolor.

 

Dijo me voy

mi padre.

¿A dónde? pregunté yo.

No lo sé pero me voy

dijo mi padre.

¿Qué quieres que te prepare? pregunté yo.

Agua

dijo mi padre.

¿Una rebanada de pan? pregunté yo.

Agua

repitió mi padre.

¿Te pongo algún pez? pregunté yo.

Ya vendrán solos los peces

                                            solo quiero agua.

 

 

*

 

 

MI PRIMERA LIBRERÍA

 

Era de caoba roja

con puertas vidrieras

de vidrios ahumados

y ribetes de laca

blancos.

 

Un metro de alto

por un metro cincuenta de ancho.

Tres estantes de veinte.

 

Rompimos la hucha de barro

y toda una tarde de enero

para ir a comprarla.

 

Pronto a casa fueron llegando Albert Camus. William

Faulkner. Virginia Woolf. Víctor Català. Carson

MacCullers. Y James Joyce con su Retrato

de un artista adolescente que

me creó una úlcera

a la pluma.

 

Poco a poco dejaba

de ser mueble

y pasaba a Santuario.

La librería.

 

Las plegarias de la noche

las hacía ante el corazón abierto de la madera

y no ante el Corazóndejesús con los ojos en blanco

de encima de la cabecera de la cama.

 

A mi madre

que nunca había abierto un libro

también la llenaba de devoción. La librería.

 

¡Libros en una casa de pobres!

 

Religiosamente cuidaba que el polvo

no se metiera por las rendijas e invadiera el papel.

Que la polilla de los libros

no picara las letras.

 

En cambio mi padre andaba envanecido

cuando pasaba por delante.

 

Satisfecho de haber podido comprar

                                                     la mar a su hija.

 

 

*

 

 

AUSENCIAS

 

No solo era el perfil de su cuerpo ausente

en la cama de matrimonio

desolada

con la madre joven

y enamorada.

 

No solo era la carencia de su culo

en la silla de la cocina

alrededor de la mesa.

Las mañanas.

Los mediodías.

Las noches.

 

Se hizo un hueco a su medida

                                            en el aire.

Un atajo. Una puerta

por dónde entró el Otro.

 

El Suplantador.

 

El Labrador de glorias.

 

El Ladrón eterno.

 

En lugar de estremecerme la piel

me temblaba el alma.

 

En lugar de beber el semen vivificador de un macho

comulgaba la hostia manchada de sacrificio.

 

Entonces

tumbada con los brazos en cruz

sobre las Tres Marías

me inmolaba.

 

Aún no sabía que el amor de Dios

que llena todas las cosas

no llena los cuerpos de las mujeres.

 

Ni lame las heridas de los inocentes.

 

 

 

***

 

 

Mar Rayó González es gestora cultural en la Universitat de les Illes Balears, coordina el Premi de Narrativa Infantil i Juvenil Guillem Cifre de Colonya y es coeditora de Fahrenheit450. Algunos de sus poemas aparecen en Philos, Digo.Palabra.Txt, Otro Páramo y Cantera; otros acompañan las creaciones de la diseñadora Angie Vallori y las fotografías de Mostrador (PalmaPhoto 2015). En 2014 expuso su poesía blackout en la galería de arte Fran Reus. Participa en recitales y presentaciones de libros y ha colaborado en la revisión de textos de «Llum i Negre. Cançons d’amor i odi de Leonard Cohen». Principal promotora de los clubes de lectura en Baleares, desde 2003 ha dinamizado multitud de tertulias literarias mensuales en librerías y bibliotecas. Ha publicado un libro de poemas, un libro de historias de vida y ha escrito artículos para La Tribu, El Mirall, Anuari de l’Educació de les Illes Balears, Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil-CLIJ y Faristol (Consell Català del Llibre Infantil i Juvenil), además de para organizaciones como el Centre Unesco de Catalunya o Cruz Roja. Ha compartido su experiencia en seminarios, mesas redondas, jornadas y programas radiofónicos, y ha impartido docencia en la Universitat de les Illes Balears y en la Universitat de Vic.

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