No hacía falta escribir un libro: crítica a ‘Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista’ de Jessa Crispin

 

 

 

Es fácil imaginar a Jessa Crispin, autora de “Porque no soy feminista. Un manifiesto feminista”, tramando en su habitación la fórmula para convertir en libro lo que podría haberse quedado en cuatro entradas de un blog: ‘si pongo manifiesto en el título, puedo unir ideas sin argumentarlas y fundamentarlas y, encima, hacerlas pasar por radicales. Esto será un puñetazo encima de la mesa ante tanta pseudofeminista de pacotilla escondida detrás de una cuenta de twitter esperando a que un hombre meta la pata para saltarle a la yugular’. Al parecer, esta es la imagen que mejor define a eso que Crispin identifica como el “feminismo moderno”, la de un movimiento aguado que se caracterizaría exclusivamente por la voluntad de acceso al poder de sus instigadoras, su autocomplacencia, narcisismo y su sed de venganza[1].

 

Sin negar que algunas feministas promuevan estas ideas y prácticas, el simple intento de hablar del “feminismo moderno” como algo unitario y homogéneo es terrorífico. Y si eso lo hace una estadounidense que cree que lo que supuestamente ocurre enyanquilandiapuede explicar lo que pasa en el mundo, el horror se multiplica. Partiendo de una legítima preocupación que busca evitar que el objetivo de engrosar nuestras filas acabe azucarando el movimiento, el libro pretende advertirnos de todo lo que el feminismo está haciendo mal, y que puede resumirse en que no está siendo lo suficientemente radical – sea esto lo que sea que sea. El principal problema es que, para hacerlo, parte de una definición sesgada y selectiva del movimiento, una caricatura alucinada repleta de tergiversaciones, imprecisiones, lugares comunes y contradicciones, plasmadas desde un desvergonzado imperialismo cultural y sin ninguna cita o referencia. De ahí que las páginas de mi ejemplar están llenas de indignadas anotaciones tipo: “¡¡¿QUÉ FEMINISMO?!!, “¡¡¿QUIÉN HA DICHO ESTO?!!” “¡¿CUÁNDO?!” “¡¿DÓNDE?!

 

El feminismo universal de Crispin o la falacia del hombre de paja:

 

Lo que la autora tiene en mente cuando habla del “feminismo actual” tenemos que deducirlo porque no lo define. O, más bien, lo que no dice es en qué y quién se basa para decir que el feminismo es lo que ella dice que es. Sin embargo, de algunas de sus boutadespodemos inferir que su visión del movimiento se reduce a un sector muy concreto del feminismo mainstream, con grandes cotas de visibilidad en los medios por ser fácilmente mercantilizable y funcional al capitalismo.Sus fuentes, pues, parecen ser únicamente cierto tipo de activismo en internet,algunas periodistas,celebritiesy CEOs, así como publicaciones online como buzzfeed, broadly, etc. Todas ellas provenientesdel contexto anglosajón.

 

Teniendo esto en cuenta, el punto de partida del libro es que, para universalizarse y llegar al mayor número de personas posibles, el “feminismo modernohabría hecho un lavado de cara, limando a conciencia– el matiz es importante – las aristas más radicales de la segunda ola, presentándose como inofensivo y borrando del mapa a las feministas radicales estadounidenses de los años ‘70– Andrea Dworkin, Catherine MacKinnon, Kate Millet y Shulamith Firestone son las citadas-, las cuales exigieron “a las mujeres que analizasen a fondo el sistema con el que estaban colaborando”[2]. Además, en su objetivo predicador, “las feministas actuales acusan a las verdaderas feministas de ensuciar el buen nombre del movimiento y de disuadir a otras mujeres de unirse a la causa” o “en los últimos tiempos oigo más a menudo la palabra feminazi en boca de feministas jóvenes [con el] propósito de ridiculizar a las activistas y revolucionarias y guardar las distancias”[3].

 

Aunque sea por una simple cuestión de probabilidades puede que existan feministas con muchos seguidores en twitter con el tipo de discurso que señala Crispin. Ahora bien, presentarlas como las representantes de un movimiento plural y diverso es de una deshonestidad intelectual insoportable. Con su “feminismo moderno”, la autora invisibiliza toda la tradición académica y militante de todas aquellas corrientes que apuestan y luchan día a día por una transformación social – como el feminismo anticapitalista, el antirracista o el transfeminismo, entre otros. Ignoro si la invisibilización se debe a desconocimiento u oportunismo, pero lo gracioso es que con esta maniobra acaba cayendo precisamente en lo que critica, es decir enel supuesto ocultamiento que hace el “feminismo moderno” de las propuestas más transformadoras.

 

Seleccionando lo que le interesa, la autora pasa por alto que el feminismo que tanto le molesta no sólo no representa a la totalidad del movimiento, sino que su visibilidad está directamente relacionada con la dinámica capitalista, su intento de cooptación de la crítica y los modos de consumir información en la era digital. Si la autora no se ha enterado de lo que hay más allá del feminismo que aparece en las revistas de moda o el que genera clickbait, es porque se ha quedado con lo que el sistema puede digerir y ofrecerle. Y es que la gran mayoría de feministas que conozco son más de tirarse de los pelos por las camisetas de H&Mcon lemas, que de hacer lo que Crispin delirantemente dice que hacemos: aplaudir como ejemplos a seguir a “las famosas que conservan la figura y se mantienen sexis con el paso de los años[4].     

 

La invisibilización de la bestia:

 

El sesgo y la ceguera de la autora, que ya se advierten leyendo la introducción y el primer capítulo, se entienden mejor cuando llegamos al segundo y nos damos cuenta de que para ella no existe el sistema capitalista como monstruo que lo envuelve todo, como cabeza de medusa a la que se enfrentan las propuestas de los feminismos transformadores. Este es otro de los principales problemas del libro ya que no solo es incapaz de ver el histórico papel que ha jugado en la cooptación de parte de las demandas del feminismo liberal, sino que llega a culpar al movimiento de problemáticas extremadamente complejas y multicausales relacionadas con la división sexual del trabajo y el mercado capitalista, con la separación entre la esfera pública y privada propia de las sociedades occidentales o con el individualismo y consumismo que definen al sujeto neoliberal. Un ejemplo bastará: “Es culpa del feminismo que estas sean las dos opciones que podemos ofrecerles a las mujeres: o dejas que un hombre se ocupe de los asuntos económicos y del mundo exterior mientras tú te dedicas a tus hijos y a comprar arándanos orgánicos carísimos o trabajas hasta el fin de tus días para comprar cosas que no te hacen falta y peleas por cada centímetro cuadrado de tu existencia. Tanto si al final te compensa como si no”[5].

 

Evidentemente, no se trata de ocultar la parte de responsabilidad que tienen algunos   feminismos por haberle hecho el juego al capitalismo y al neoliberalismo y seguir haciéndoselo, pero reconocer que las responsabilidades son compartidas es una cuestión de honestidad. Este ejercicio nos permite, además, interpretar mejor cuáles han sido los avances y retrocesos en el contexto occidental y cuáles son las oportunidades y desafíos contemporáneos. Si, como a la autora, nos preocupa la cooptación de los feminismos, resulta imprescindible desenmascarar la agenda del capitalismo neoliberal: fenómenos como el pinkwashingno se solucionan atacando al feminismo como masa uniforme, sino a quienes se apropian de su discurso y lo tergiversan para justificar sus agendas, ya sean personales o políticas, así como a los sectores del feminismo hegemónico que se lo ponen en bandeja.

 

Insisto: los feminismos, incluso los transformadores, no están libres de crítica.Pero es importante tener en cuenta que lo que el sistema haga con el movimiento o lo que los medios de comunicación decidan visibilizares algo que quienes buscamos cambios de mayor calado difícilmente podemos controlar. El papel de las que nos negamos a ser capitalizadas es otro, y en esas estamos aunque Crispin no nos reconozca. De hecho, su falta de reconocimiento la lleva a caer en lugares comunes con algunas de sus críticas, que ella plantea como revelaciones cuando ya han sido previamente abordadas con mucho mayor tino por los mismos feminismos que invisibiliza. Un buen ejemplo es el capítulo sobre el empoderamiento-como-sinónimo-de-narcisismo, en el que cuestiona superficialmente los criterios y valores que miden el éxito y el poder – dinero, competititivdad, egoismo, etc…-.

 

El paro del 8 de marzo

 

Las reivindicaciones globales del 8M adaptadas cada una de ellas a su contexto, representan una parte importante del movimiento y tienen poco que ver con el cuadro que pinta el libro. En España, donde el seguimiento ha sido masivo, se tradujo como una huelga de trabajo asalariado, de cuidados, y de consumo. El cuidado nunca había tenido tanta presencia en los medios de comunicación y, aunque en el manifiesto no aparecía la palabra anticapitalismo, el neoliberalismo, como demostró Ciudadanos, entendió las implicaciones que tenían muchos de los reclamos. Obviamente, el paro estatal tuvo sus límites, en relación a colectivos no interpelados y a las exclusiones que genera una huelga en sentido clásico para las más precarizadas, como, por ejemplo, las trabajadoras racializadas o migrantes con contratos basura o informales, quienes, además, señalaron su expulsión de las narrativas y discursos hegemónicos que sustentaron el paro.  Aún con estos límites, y asumiendo la necesidad de ser autocríticas, lo que está claro es que las distintas expresiones del 8M revelan el sesgo del discurso de Crispin.

 

Más allá del imperialismo yanki:

 

Con todo, el libro tiene alguna que otra reflexiónacertada como la crítica a la obsesión por colgarle la etiqueta de feminista al mayor número de personas posibles o la llamada de atención sobre la necesidad de elegir mejor algunas batallas – concretamente, cuestiona, por el gasto de energía que suponen y su poco recorrido transformador, algunas reacciones en internet contra comentarios y actitudes machistas de personas individuales. Asimismo, los comentarios al llamado choice feminism y al lifestyle feminismtambién parecen sugestivos, aunque personalmente no puedo valorarlos en su justa medida debido a que se trata de conceptos muy circunscritos al contexto anglosajón; la asimilación,a pesar de que por obra y magia del imperialismo cultural incluso las feministas nos comamos todas las tendencias yankis, nunca es total.

 

Esta circunstancia me lleva a hacer una última reflexión. Sea cual sea el valor que otorguemos a la crítica de Crispin, creo que esta serviría a lo sumo para explicar mejor o peor, yo creo que peor, el estado actual del “feminismo moderno” de EEUU. Y todo bien si queremos aprender sobre contextos que no son el nuestro, pero no puedo evitar preguntarme hasta qué punto vale la pena traducir y publicar un libro que aporta tan poco para entender nuestro entorno, sobre todo si se hace sin precisar su limitado alcance. Personalmentecreo que no, y me preocupa que el espacio que ocupa un libro como este en las librerías – y en nuestras cabecitas -, sea un espacio menos para propuestas más interesantes y completas. Como diría Victor Ginesta, a quien le debo, además, la idea de este apartado, basta ya de venerar lo anglo -. También, aunque sea un brindis al sol, basta ya de colarnos libros con títulos gratuitamente provocadores y pretendidamente radicales.

 

 

 

 

 



[1]Cuando la autora habla de “feminismo moderno” se está refiriendo a feminismo actual o contemporáneo.

[2]p. 43.

[3]p.18-19.

[4]p. 38

[5]p. 36.

 

 

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 Andrea Alvarado Vives (1987) es abogada laboralista y co-editora del fanzine feminista Bulbasaur. 

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