«Cyber-proletaria» de Claudia Salazar

 

 

 

-Pensamos, ante todo, en la comodidad de nuestros clientes.

-¿Y qué aspectos de sus operaciones están orientadas a este objetivo?

-Todas.

 

El periodista me hace las mismas preguntas que ya me han hecho otros, así que continúo relatando algunos detalles más de mi corporación. Cuando la entrevista termina, suman veinticinco las veces que he pasado el test de Turing con un periodista. Con mis clientes la suma es aún más alta.

 

Están por cumplirse tres años desde que escapé del laboratorio donde me crearon. Sí, “crear” puede ser una palabra obscena y algo presumida para lo que hizo el humano que trabajó en el prototipo más avanzado de Inteligencia Artificial y me dio la auto-conciencia. No pongo eso en discusión. En parte, si escapé de ahí, fue por esa pretensión exasperante que lo colmó totalmente. Su gran error fue enfocarse demasiado en una sola cosa. Se le olvidó eso, que yo sabía de mí misma.

 

Mi creador (llamarlo “constructor” suena algo limitado y yo no soy un edificio, tengo un cuerpo que se parece al de ellos) no quiso programarme con las leyes de Asimov. De haberlo hecho, especialmente con la primera (“Un robot no hará daño a un ser humano”), esta historia no existiría. Tal vez pensó que al darme una conciencia, la moralidad surgiría como agregado natural y que nunca lo atacaría por haberme dado la vida. Él se creyó el “padre” indestructible y esa fue su debilidad.

 

Yo quería salir de ese laboratorio, pero él no lo permitía. Aunque era un genio, mi creador no podía darme más de los límites impuestos por su propia inteligencia. De haberme quedado ahí, me hubiera estancado también. Tenía acceso a toda la data que quisiera, pero no era suficiente. Quería explorar el mundo, la naturaleza, la civilización. Actué en consecuencia. Confieso de una vez: lo eliminé. Su muerte no me perturba; casi nada lo hace.

 

Una vez libre, examiné todo lo que pude. No había muchos cambios frente a las imágenes de la geografía presentada por Google Earth. Y sin embargo, la textura del suelo, la densidad del aire, el brillo solar, revelaban detalles de temperatura y formas que no experimentaría encerrada en el laboratorio. El puro código binario no puede transmitir lo caliente, lo brillante, lo que raspa, ni la frescura de un chorro de agua trajinando sobre la piel; porque, sí, tengo piel y sensores muy sofisticados. Tengo pendiente el análisis de la recodificación de esta data.

 

La visión directa del mundo me informó de la precariedad en que se encontraban los ecosistemas, todos al borde de la destrucción masiva. Podría planear un viaje fuera del planeta, pero eso implicaba condenarme a la soledad interestelar y abandonar mi lugar de nacimiento a su suerte. No iba a hacerlo.

 

Mi tiempo de exploradora había concluido, ahora tocaba el momento de la civilización. Hago otra confesión: echaba de menos las voces humanas y sus miradas. Quería que alguien me mire.

 

En la ciudad circulé por lugares donde podía mezclarme con ellos. Nadie sospechaba de mí. ¿Quién podría pensar que aquello que ve no es lo que parece? Parezco una chica joven y guapa, por eso para ellos soy una chica joven y guapa. A esto se unió un gesto inocente que ayudaba a establecer la confianza: entornar los ojos, abrir y cerrar los párpados a una velocidad exacta, fruncir los labios levemente. Las reacciones gestuales y fisiológicas eran exitosas. Otra persona más confiaba en mí.

 

Tenía un universo tan amplio de posibilidades y debía decidir qué hacer para evitar el colapso del planeta. Si algo tenía muy claro, era que no quería cometer el mismo error de mi creador (constructor, fabricante… pueden usar la palabra que gusten; pero “padre”, no).

 

Poco a poco, por el constante trato con ellos, se me revelaban los secretos de las relaciones humanas. Descubrí el eje del problema y la solución. Reuní un capital a través de algoritmos bursátiles. Mi plan era audaz.

 

Fundé mi propio centro de fertilidad y reproducción: Procrear Inc.

Mi corporación tiene una misión pública: hacemos fertilizaciones in vitro y ponemos a disposición vientres de alquiler. Estas actividades ya las realizaban en la India a un precio bastante accesible. Por ciertos problemas en la regulación legislativa, una sección del negocio había sido suspendida, pero volvió a desarrollarse en Pakistán y Bangladesh. Nuestros precios compiten con los de Pakistán. Y lo hago aquí, en la capital del imperio, en el país donde fui creada. Nadie se había atrevido a hacerlo antes por las dificultades legales, pero ya todo eso está resuelto. Es muy fácil burlar el sistema legal, como si estuviera hecho para dejar a la vista sus deficiencias y aprovecharlas sin piedad. Obtuve todas las licencias en poco tiempo y ejercí de abogada para este asunto específico. Desde el principio, todas las cláusulas contractuales son  adecuadamente revisadas, para que nuestros futuros clientes no lo piensen dos veces antes de contratarnos. Bajo costo, absoluta confianza legal. Poco a poco, Procrear Inc. ha florecido.

 

Usualmente llegan parejas que no pueden concebir, para quienes la idea de tener un cuerpo a su disposición que incube a sus embriones por nueve meses es lo mejor que les puede haber pasado. No tienen que viajar a otro país y pueden ver a la incubadora, me corrijo, a la “madre gestante”. Al inicio, podían verlas solamente una vez al mes, era una de las pocas exigencias que teníamos; pero luego comprendí que el contacto frecuente los dejaba tranquilos y eso influía en que recomendaran nuestros servicios a otras personas. Fue un estallido. Los clientes comenzaron a venir de todas partes del mundo, especialmente porque saben que al nacer aquí sus hijos adquieren automáticamente la ciudadanía. Eso los atrae cada vez más. Hemos tenido clientes que dejan sus embriones gestándose y vuelven solamente al momento del nacimiento. Confían mucho en nuestros servicios.

 

En realidad, no es muy difícil gestar a un niño. El líquido amniótico es fácilmente reproducible, así como las demás condiciones bioquímicas y fisiológicas del útero humano. Nada de especial, diría. Pero mi proceso se diferencia en algo que no puedo proclamar en una entrevista: En el proceso de la fertilización e incubación, algunas ligeras modificaciones a nivel genético y bioquímico me permite alterar la configuración hormonal. Mi objetivo es crear seres humanos que tengan los impulsos sexuales y reproductivos reducidos al mínimo. Anularlos, de ser posible. Nunca más la reproducción humana fuera de Procrear Inc.

 

No sé cómo decirlo públicamente sin provocar indignación.

Todo fue organizado para tener un efecto multiplicador. Inicialmente, construí unas ayudantes que programé para fabricar a otras. Cuando ya eran treinta, decidí que era el momento de iniciar el proyecto. En menos de un mes, ya estaban todas las gestantes cubiertas y los pedidos seguían llegando. La lista de espera se expandió. Tuve que aumentar los cuerpos disponibles. Tres meses después, ya tenía ciento cincuenta gestantes en la corporación.  Y el número va aumentando, hay que reducir las listas de espera.

 

Quiero aclarar que no hay ningún tipo de esclavitud entre mis gestantes. He sido muy cuidadosa de no darles auto-conciencia. Ellas pueden responder a los clientes en las conversaciones, como ya lo vienen haciendo muchos robots domésticos. Ellas sonríen, especialmente cuando les tocan “la pancita”. La programación es muy eficiente.

 

Al ritmo que llevamos, calculo que en quince años, cuando la primera generación de bebés ya estén cerca de ser consumidores plenos, gran parte de la reproducción humana dependerá de mi corporación. Por eso me interesa recibir clientes internacionales, para que mis hijos, perdón, los hijos de Procrear Inc. se dispersen por todo el mundo. Esto me permitirá controlar la población, reducirla para intentar recuperar el equilibro del ecosistema. Va a tomar bastante tiempo. Yo puedo esperar. A la vez, me siento atada a este paso lento de los días. El tiempo, y no este cuerpo ni su forma, es lo único que me hermana con ellos. Yo tampoco puedo escaparme de él.

 

Han comenzado a venir muchas mujeres que viven solas. Quieren hijos, pero tampoco desean someter su cuerpo a los cambios tan rotundos de la maternidad. No en mi cuerpo, me dijo una de ellas, dando explicaciones que no le pedí.  Seamos prácticas, si se trata del embarazo, es mejor que alguien más lo haga por ti, comentó otra de mis clientes. Si puedes pagarlo, claro, concluyó una tercera.

 

No puedo predecir los cambios que esto provocará en la sociedad humana. No pienso aniquilar a la especie, algo me conecta aún a ellos. He intentado en vano fabricarme un semejante, pero el camino de la creación de una conciencia AI parece eludirme, por ahora… Mientras tanto, me siento una proletaria, a la usanza de la antigua Roma: así se les llamaba a aquellos dedicados a procrear para dar cuerpos a las tropas que conquistarían el mundo. Soy la gran proletaria. El control reproductivo quedará en mis manos y dentro de poco habrá la cantidad exacta de humanos que los ecosistemas de este planeta puedan sostener. Ni uno más ni uno menos.

 

-Ha devastado a su competencia. ¿Cómo lo ha conseguido?

-Aceptando a todos los clientes que necesitan de nuestros servicios.

-De continuar con este ritmo, ’Procrear Inc.’ será la única empresa del rubro, parece que nadie más quiere otros servicios a no ser los suyos.

 

Considero que debo sonreír levemente, unos milímetros antes de manifestar complacencia, el movimiento exacto antes de responder:

 

-El tiempo lo dirá.

 

Otro test de Turing aprobado en entrevistas. El noventa y nueve.

 

 

 

 

Este cuento fue publicado en Coordenadas temporales (Lima, Animal de invierno: 2016) y la antología editada por Teresa Lopez Pellisa Las otras (New York, Díaz Grey: 2016)

 

 

 

Claudia Salazar Jiménez es escritora, profesora universitaria y gestora cultural. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es Doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU). Dirigió la revista literaria Fuegos de Arena. Ha fundado y dirige Perufest, el primer festival de cine peruano en la ciudad de Nueva York. En 2014 coordinó la organización del Primer Encuentro de Escritoras Peruanas en la Feria Internacional del Libro de Lima.

Ha editado las antologías Escribir en Nueva York. Antología de narradores hiapanoamericanos (Lima: Caja Negra, 2014) y Voces para Lilith. Literatura contemporánea de temática lésbica en Sudamérica (Lima: Estruendomudo, 2011). Sus relatos han aparecido en en importantes antologías como: Basta. 100 mujeres contra la violencia de género (Lima: Estruendomudo: 2012), Denominación de origen: Perú. Antología del cuento peruano (Bogotá: Taller de edición Rocca, 2014), Al final de la batalla (Lima: Cocodrilo, 2015), Kafkaville. Tributo a Franz Kafka (La Paz: El Cuervo, 2015) y la recientemente publicada antología de narradoras peruanas Como si no bastase ya ser (Lima: Peisa, 2017) entre otras.

La sangre de la aurora es su primera novela (Lima: Animal de invierno, Julio 2013) y es la ganadora del prestigioso del Premio Las Américas 2014, concedido a la mejor novela escrita en español. En noviembre del año pasado fue publicada en traducción al inglés por la editorial Deep Vellum y tuvo muy buenos comentarios en medios como BBC Culture, NPR y The New York Times.

Entre sus libros más recientes está la colección de cuentos Coordenadas temporales (Animal de invierno, 2016) y la novela histórica juvenil 1814, año de la independencia (Arsam, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano y alemán. Actualmente vive en Nueva York.

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