El cuarto propio de Alba González Sanz

 

 

 

 

 

 

El lugar de la luz

 

 

Mi amiga B. me dijo que necesitaba un espacio, que si iba a vivir en pareja no aceptara nada que no respondiera a cada letra de la expresión “cuarto propio”, paredes incluidas. No recuerdo cómo argumenté que eso no iba a ser un problema y otra serie de estupideces de autoengaño. B. acertó aquella vez, como suele, pero no lo haría ahora, porque a veces un espacio que no responde a las letras exactas de “cuarto propio”, que no tiene las paredes que propician la intimidad de un estudio con su puerta y sus muchos libros, se construye dentro, como un estado mental de la soledad y la escritura, y entonces la mesa, la silla, los libros más necesarios, dejan de estar en lo que es objetivamente la mitad de nuestro gran dormitorio para estar dentro de mí.

 

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Es justo decir que empezamos a construir nuestra casa juntos, nuestra vida juntos, desde los espacios de trabajo. El que no convenía mover pues en el salón-cocina-comedor donde se encuentra está toda la infraestructura musical de la casa; y el que había que inventarse en la otra estancia del pequeño apartamento que nos cobija: mi lugar.

 

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Es justo decir que escogí el lugar exacto de la luz, las estanterías de verdad, de madera; que colgué mi máquina de escribir antigua, mi afiche de La Moda Elegante Ilustrada y el primer cuadro que me regaló Job Sánchez, sin preguntar a dios ni al diablo. Es justo decir que hice mis paredes.

 

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Es justo decir que no tocamos los espacios del otro y que el amor se tiende en el suelo, junto a las gatas, cuando pasamos las horas en estas imprescindibles habitaciones separadas.

 

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La mesa es la de la cocina del quinto sin ascensor en el que viví casi todo 2015. También lo escogí por la luz. Me gusta escribir en una mesa de cocina. Un organizador de papeles, libretas, bolígrafos, la bankers lamp, el atril con artículos y poemarios por leer. A la derecha, en tres montoncitos, las cosas en proceso: al fondo libros con los que estoy actualmente, en el segundo montón, las cosas de Saltadera en ciernes y mis propias carpetas para artículos a escribir en este semestre. A la derecha, siempre a mano, el ejemplar de la tesis cuya encuadernación ya se resiente mientras trabajo sobre él para convertirlo en libro.

 

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I. me ofreció sus estanterías porque sabe que prefiero la madera al Ikea. Las despejó de sus cosas, situadas hoy en otra de las mías de peor calidad, y encajamos en la pared, junto al armario, dos hermosos muebles en los que tengo los libros de trabajo cotidiano, de la tesis, del pensar…

 

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En el salón fue necesario construir tres baldas de falsa obra a las que trasladar toda la poesía y la novela que suelo llevar conmigo o que me importa, también, tener cerca. Trabajamos durante todo un fin de semana para vestir esa pared para que cupiera mi biblioteca imprescindible.

 

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Desde que dejé de vivir con Mamá, Papá y Laura, fantaseo con el día en que pueda reunir todos mis libros, que descansan en su mayor parte en mi primer cuarto propio, el de la infancia.

 

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En el sitio exacto de la luz, que escogí por eso, se da la circunstancia de escribir abstrayéndome del espacio de una forma que sólo significa que no tengo miedo, que estoy en mi casa. Sobre esa mesa de la cocina convertida en conveniente escritorio parí mi tesis, he corregido el que pronto será mi primer ensayo científico sobre historia de la teoría feminista española, creo que ya puedo decir, porque L. lo ha leído, que he escrito mi tercer libro de poemas. También han nacido los libros de otras y es desde este lugar desde donde procuro escribir las cartas o correos que más me importan.

 

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Hay una cosa que no hago en este cuarto y es dedicarle un instante al trabajo político. Eso sucede en el ordenador de I., en la sesión que es a la vez común. Trabajo en su ordenador que es a la vez el “familiar” porque tiene instaladas dos pantallas y salir del dormitorio es, en esos casos, acudir a la oficina.

 

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No hago trabajo político del que me da de comer desde hace casi un año en mi cuarto propio y hay algo consciente, aunque no articulado, en esa decisión. Recordar la raíz de escritura e investigación humanística que me nutre, la raíz estudiante, la lectura y el estímulo intelectual que hoy me permiten ser quien soy. No olvidarlo.

 

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Un santuario, una celda interior. Ese aprendizaje de Sor Juana Inés de la Cruz que siempre vi central cuando la estudió Octavio Paz pero que hoy me vertebra desde que la leí contada por Clara Campoamor.

 

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El lugar de la luz. En los libros, las hermanas.

 

 

 

 

 

 

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Alba González Sanz (Oviedo, 1986) es Doctora en Género y Diversidad además de Licenciada en Filología Hispánica. Como poeta, ha publicado Apuntes de espera (Torremozas, 2010, XI Premio “Gloria Fuertes” de Poesía Joven), Parentesco (Suburbia, 2012) y el cuaderno Traje roto (Ejemplar Único, 2015). Está antologada en diversas publicaciones en papel y en línea. Dirige la colección de poesía “Oscuro Dominio” en la editorial asturiana Saltadera. Web: albagonzalezsanz.es

 

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